jueves, 31 de mayo de 2007

Ese maldito espíritu de contradicción


Es el eterno problema del huevo y la gallina: ¿estoy en desacuerdo con los otros porque mi personalidad y mis gustos son únicos e intransferibles, o es el deseo de elevarme sobre la plebe el que me impulsa a adoptar poses impopulares?

El problema ya empezó en mis años adolescentes, cuando abría el periódico buscando reseñas de mis pelis preferidas y las veía masacradas sin piedad, a la par que muchos de mis cineastas preferidos, léase Gilliam, Cronenberg, Argento o el John Woo de su época hongkonesa eran considerados escoria sin talento por parte de la gente fina y cultivada.

Uno cree haberse acostumbrado con el tiempo, arrostrando como puede la tara de poseer un gusto tan atroz, pero qué va. Sigo sorprendido ante mi falta de sintonía con la “vox populi”, ante esa especie de consenso en torno a los méritos y deméritos de determinadadas películas, rayano en el pensamiento único, y cuyo origen me intriga sobremanera.

Por poner un ejemplo: “Infiltrados”, para mí una de las horas más bajas de un Scorsese que en tiempos fue mi ídolo absoluto, había sido ya ascendida al Olimpo mucho antes de su estreno entre nosotros. De la misma manera, “La fuente de la vida”, de un tipo tan talentoso como Aronofsky, era ya condenada como una gilipollez pretenciosa antes de que la hubiese visto nadie.

¿Quién crea estas corrientes de opinión? ¿Por qué las impresiones de los espectadores más variopintos son tan parecidas? ¿Por qué me cuesta encontrar tanto a personas que coincidan conmigo en que “Caché” de Haneke es un ejemplo nefasto de cine seudo-progre, que mediante tropos autorales fusilados de “Carretera perdida” de Lynch pretende recuperar la idea de nuestra culpabilidad a los ojos de Dios, confiando más de lo razonable en el poder fascinador de una puesta en escena que quiere hacer pasar pobreza por rigor? ¿Por qué todos estuvieron de acuerdo en mandar al averno, por desmesurado, al “King Kong” de Peter Jackson, sin necesidad de siquiera ir a verlo?

Es una tendencia que se agrava. En lo que llevo de año, no paro de ver pelis que el común de los mortales ve flojas, decepcionantes o incluso espantosas, y que a mí me parecen como mínimo dignas o incluso sobresalientes.

“El truco final”, de Christopher Nolan, recibida con bastante frialdad y exclamaciones del tipo “peli tramposa” o “la supuesta sorpresa se ve desde el principio”, cuando me parece un ejemplo magistral de narración (mantener clara y comprensible una historia tan compleja con tantos puntos de vista no está al alcance de cualquiera) y adaptación (el libro es muy diferente) y un título que honra al cine comercial de hoy.

“Apocalypto”, atacada en función de la personalidad mediática del amigo Mel Gibson y acusada de racismo, apología del colonialismo y otras lindezas que no tienen en cuenta el sensacional trabajo de ambientación y la peculiar manera de integrar en una entretenida película de aventuras varias reflexiones no muy optimistas sobre la vida civilizada en general.

“Sunshine” de Danny Boyle, mayormente ignorada pese a tratarse de uno de los intentos más solventes de volver a la "vieja” ciencia ficción fílmica, prefiriendo por una vez la referencia de “2001” a la de “Star Wars”, y sin que se sepa ver que su discutible giro argumental, al estilo de la también infravalorada “Horizonte final”, pierde en originalidad lo que gana en fuerza y garra (el denostado desenlace de epiléptico montaje, donde se intuye más que ve lo sucedido, constituyendo una de las mejores aproximaciones que he visto al desconcierto sensorial que debe producir una maniobra en el espacio)

 La aludida “La fuente de la vida”, ridiculizada sobre todo por la imagen de Hugh Jackman rapado, levitando en el espacio en la postura del loto, y por su visión nada histórica de la España colonizadora de América, olvidando que ambas historias pertenecen ante todo a la mente de ambos protagonistas, que mitifican y subliman su drama con una falta de realismo y ecuanimidad absolutamente buscada por el director. Por otro lado, el complejo sistema de rimas visuales y ecos de una historia en las otras no confirma sino que se trata de diferentes versiones de un mismo argumento, tratadas con una creatividad a la vez exuberante y contenida que irá ganando enteros con el tiempo. El gran pecado de Aronofsky parece haber sido tomarse en serio a sí mismo en plena época de la autoironía “made in Tarantino” y desmarcarse a lo bestia del estilo obsesivo y percutante de “Pi” o “Réquiem por un sueño”, o sea, no querer repetir por tercera vez la misma pirueta en plan monito. Aunque algunas cosas se aceptan mejor depende de quiénes las hagan: me apuesto lo que sea a que si “The fountain” la hubiese dirigido Wong Kar-Wai, con Tony Leung haciendo pilates en el asteroide mientras se escucha de fondo “Angelitos negros” de Antonio Machín, los aplausos resonarían aún.

viernes, 25 de mayo de 2007

"Suspiria" en la Filmoteca


Lo del pasado 19 de mayo en el cine Doré de Madrid me vino a recordar algo que le leí hace tiempo a Björk: “Cuando, de jovencita, leí "Historia del ojo" de Georges Bataille, comprendí que no estaba loca”.

Ya veis: el templo del cine donde se programan retrospectivas de Rossellini, Mizoguchi, Fleischer o incluso Sokurov y Béla Tarr, proyectando el miniclásico de serie B que parecía carne de videoclub y de pantalla doméstica perturbada. Lo cual prueba que al final todos los frikismos cinematográficos se unen: el de los pretendidos clásicos, el del arte y ensayo más molón del momento,y el de parafilias tan poco respetables como la del terror italiano de los 70.

No voy a contar la película, ni a andar en apologías o proselitismos, ni pretendo reiterar lo que todos sabemos y tenemos al alcance en múltiples fuentes de referencia: tan sólo me apetece consignar algunas de las reflexiones que me inspiró este pase en pantalla grande de una de mis películas de culto por excelencia:

1)El Doré proyecta sus copias con un volumen de sonido muy bajo. Esto ya lo sufrimos en el ciclo Hitchcock del 98, cuando un servidor esperaba vibrar a toda mecha con las partituras de Bernard Herrmann para “Psicosis” o “Con la muerte en los talones” y se encontró con un nivel de sonido tirando a bajo. Parece que no se cree en el “audio” de la palabra “audiovisual”, y desde luego, en el caso de “Suspiria”, la enervante música de Goblin no surte ni la mitad de su efecto a media voz. Argento siempre ha sido un jevorro y un macarra en cuanto a música.

2)Los visionados domésticos en DVD han puesto un tanto en entredicho la aureola mítica del visionado en pantalla grande. Es obvio que el impacto de un pase en cine siempre será mayor, y que ninguna pantalla doméstica da el nivel de detalle posible en una proyección de 35 milímetros (por ejemplo, hablando de esta peli, siempre noté algo raro en los ojos de Stefania Casini durante su reaparición final, pero hasta el pase en cine no advertí que se trataba de alfileres clavados en sus ojos), pero también es cierto que nos libramos de malas pasadas como las transiciones defectuosas entre rollos, que en el pase del sábado nos dejaron sin una de las imágenes “gore” por excelencia de la peli, además de toda una pléyade de distracciones que a menudo nos hacen perdernos aspectos clave: público latoso,ruidos inoportunos, novias o novios apasionados, etc.

3)Es lícito sostener que Argento nunca ha sido un buen guionista, que sus personajes son marionetas de cartón y que sus aciertos intuitivos a menudo no bastan para compensar las posibilidades desaprovechadas de sus historias. Pero también podríamos dar la vuelta a la tortilla y ver en sus tiempos muertos, sus protagonistas vacíos y el preciosismo de sus composiciones visuales a un epígono “trash” de Antonioni y compañía (¿no es “Rojo oscuro” una especie de “remake” canalla de “Blow up”?)que se las arregló para meter un estilo extraño y extravagante en las salas de programa doble. En “Suspiria” veréis más pasillos que en una peli de Tsai Ming-Liang, así como caprichos visuales tan poco afines a la lógica narrativa tradicional como puede ser la escena rodada a través de una bombilla, o referencias artísticas tan claras como la evocación de Giorgio de Chirico en la escena del ataque del perro al ciego en la plaza desierta. O será que, con un poco de labia y un bagaje cultural medio, todo es igual de defendible.

4)Lo peculiar de sacar al género gótico de los lóbregos escenarios habituales para trasladarlo a una bella mansión “art déco” inundada de colores. Esa estética que no parece “de terror” funciona de maravilla a la hora de dotar a la historia de un irracionalismo infantil, apoyado por la apariencia inocente de Jessica Harper, del que no se llega a salir del todo durante la conversación con el incrédulo psiquiatra que interpreta Udo Kier. El espacio arquitectónico de la plaza donde se desarrolla la conversación, sumido en las tendencias geométricas tan típicas de los 70, da una impresión deshumanizadora mostrada en un enorme plano general aéreo. En cambio, el diálogo con Kier y con el otro profesor a lo Van Helsing que restituye el folklore sobre la maldad intrínseca de las brujas se muestra en primeros planos con un fondo blanco luminoso, como si se quisiera decir que ante temas como aquellos estamos solos en medio de la nada. A ver si va a resultar que Dario en el fondo sabía un poco de puesta en escena.. para olvidarlo poco después.

5) Lo políticamente incorrecto de un subgénero como el “giallo”, que más de una histérica entendería hoy como una apología de la “violencia de género”, dado lo imprescindible del asesinato de bellas mujeres entre las constantes del subgénero. También lincharían a Poe por afirmar que el tema más poético del mundo es “la muerte de una mujer hermosa”. Claro, en “Suspiria” llama la atención que Joan Bennett se tome tantas molestias para mandar la muerte a Suzy con una especie de ritual vudú mientras que a las demás les mandó al gigantón rumano para masacrarlas a gusto. Parece que, aunque la historia tiraba por otros derroteros (se sabe que la idea provino de Daria Nicolodi, la mamá de la futura estrella Asia Argento), Dario tuvo que insertar secuencias a su estilo, con la ventaja del extraño contexto, que las hizo aún más surreales y absurdas.

No voy a entrar en la psicología que puede dar origen al placer de rodar, o contemplar en la ficción, asesinatos de mujeres, pero hay en ella algo de la atracción-repulsión del sexo masculino hacia el femenino, de la violencia como erotismo sublimado, de la fascinación inevitable que ejerce lo sangriento y desagradable, aderezada, tal vez, con algo de esa misoginia tan latina. Fijaos aquí además en cómo el poder femenino del cónclave de brujas es visto como algo maligno y castrador: los únicos hombres son: el gigantón rumano, que es medio tonto, el niño diabólico, aún impúber y vulnerable, el pianista ciego, también vulnerable... y el joven bailarín interpretado por Miguel Bosé, totalmente sujeto a la voluntad, y tal vez al capricho sexual, de Alida Valli en plan señorita Rottenmeyer.

6) Mi eterna sensación de que la versión hablada en italiano de la peli no posee la misma atmósfera que la inglesa disponible en el DVD de Manga. Parece que algunos idiomas nos suenan “mejor” en las películas que otros... o será que la lengua italiana tiene en cine una tradición de cotidianeidad realista que nos choca en los ambientes irreales de Argento. Otra que no me imagino en italiano es “Rojo oscuro”, que llevo toda la vida viendo en inglés. Esa incongruencia de historias obviamente ambientadas en ciudades como Turín pero con diálogos en perfecto acento británico añade color y extrañeza a pelis ya de por sí singulares.

7) Lo improbable de que la cinematografía transalpina reverdezca laureles pasados y deje atrás esta época oscura en qué sólo exporta comedietas seudoprogres de buen rollito. No es que ya no haya maestros como Visconti o Fellini, o falten creadores más discutibles pero inquietos como Pasolini o Bertolucci... ¡Es que por no haber, no hay ni unos Argento o Fulci!

En el principio

Buenas noches. Me hago llamar “Abuelo Igor” e inicio aquí una andadura incierta en la cual, cada cierto tiempo, pretendo plasmar mis variados intereses en música, cine, literatura y lo que se tercie.

Imagino que mi ritmo de entradas no será demasiado seguido y que terminaré adoptando un formato casi “haiku” con el fin de actualizar esto con relativa frecuencia.

Si alguien me lee, muchas gracias. Si no, lo haré fundamentalmente para mí mismo.

Y dicho esto, empezamos.