sábado, 22 de septiembre de 2007

"Gnarl" de Rudy Rucker


Siento cierta debilidad hacia los tomos que recopilan, en su totalidad o en una sección significativa, los relatos breves de un escritor. Extensas panorámicas de ese tipo suelen otorgarnos una visión fiable de los puntos fuertes de este autor y de por dónde cojea, de su variedad y sus limitaciones, haciendo de ellos una magnífica vara de medir que nos permite matizar de una vez por todas nuestra opinión de una carrera literaria (a no ser que las novelas de un escritor tomen sendas radicalmente distintas de sus cuentos, o éstos sean tan sólo una fase primeriza pronto abandonada, etc.)

Tanto me fascinan estas retrospectivas que a menudo las tengo de firmas que a priori me interesan más bien poco, a sabiendas de que si su imaginación y su oficio tienen algo bueno, lo encontraré invariablemente entre esas cubiertas. Otros los conozco sólo de oídas y me apetece tenerlos en mi biblioteca como si se tratase de las cabezas preservadas para la posteridad en la serie “Futurama”. La recopilación de la obra breve es como un mapa de la imaginación de un autor, un diagrama fractal de su personalidad literaria.

Contando sólo los que me quedan por leer o terminar, tengo voluminosos tomos con los cuentos de J.G. Ballard, Greg Bear, Ray Bradbury, Ramsey Campbell, Angela Carter, Robert Chambers, Arthur Clarke, John Crowley, Charles Harness, Harry Harrison, Robert Silverberg o John Varley. Ahora acabo de terminarme “Gnarl!” de Rudy Rucker.

Si uno se lee la “Encyclopedia of Science Fiction” de Clute y Nicholls (que aprovecho para considerar muy superior a la posterior sobre fantasía, que a mí en principio me interesaba más), se encontrará una descripción de la obra de Rudy Rucker que desmerece un tanto de la verdad. Matemático e informático de profesión, Rucker es visto como un autor que construye sus ficciones a partir de modelos matemáticos que el lector debe comprender para captar la esencia del texto. Se menciona un cierto don cómico que suaviza la ardua píldora, pero en conjunto la descripción de Clute hace concebir pocas esperanzas.

Sin embargo, los relatos recopilados en “Gnarl!” son algo más que eso, pues el prestigioso crítico se deja en el tintero varios elementos que distancian a Rucker del típico autor “hard”. El principal sería una constante veta de rebeldía y descontento consigo mismo, con su matrimonio, con su vida en un pequeño pueblo que retrata de manera poco favorecedora, con su adicción al alcohol y tal vez las drogas, con sus impulsos suicidas que exorciza mediante tenebrosas paradojas temporales. Cuentos como “The Indian rope trick explained”, con sus más o menos chuscas exploraciones del concepto de la cuarta dimensión espacial, cobran cierto mordiente por el carácter “disfuncional” de la familia protagonista, y no es raro el narrador o personaje principal drogadicto, borracho, frustrado o resentido que ve en el mundo de las ciencias puras un escape no muy sano a sus problemas personales. Estamos, pues, lejos de ese olímpico desdén por el elemento humano que para mí epitomizó una frase pronunciada en un cuento de Greg Egan: “Qué miopes son los estudiantes de Humanidades”.

Otra característica de Rucker que Clute obvió es su inspiración constante en autores como William Burroughs, Jack Kerouac y la generación “beat” en general. Amén de adoptar en ocasiones un estilo improvisado, despeinado y poco preocupado por apaciguar a los que consideran a Philip K. Dick el peor estilista de la historia, la filiación “beat” de Rucker le lleva a intentar con frecuencia realzar la tan olvidada parte “punk” del “cyberpunk” (nombre arbitrario para lo que siempre fue una versión actualizada e informatizada de la novela negra de toda la vida), cultivando de manera ingenua una temática sexual que sólo escandalizaría en lugares como Lynchburg, Virginia, lugar de residencia del autor durante varios años y patria chica del reverendo Jerry Falwell.

Algunos de los relatos no son nada del otro jueves (llegando incluso a cultivar ese inmemorial subgénero surgido en la revista Astounding, donde dos científicos vacilones construyen por encargo, ellos solitos, inventos que necesitarían los recursos industriales de un país entero, sólo para desencadenar jocosas consecuencias y algún que otro juego de palabras malo), pero en general se nota el tipo de gracejo satírico contagiado a Rucker por el llorado Robert Sheckley (quien llegó incluso a acampar en su patio durante unos días) y se observa una variedad de tonos y modos que lo revelan como un autor, si no genial, sí lo suficientemente atractivo como para sostener la lectura durante 566 páginas de calidad variable.

Historias reseñables: la primera de todas por orden cronológico, “Jumpin’ Jack Flash", repleta de amateurismos sonrojantes pero lo suficientemente extrema en temática (una invasión alienígena por vía de parasitismo sexual) y sugestiva en su exposición del concepto de universos múltiples para constituir la carta de presentación ideal de un autor de CF con talento pero sin oficio; “The Fifty-Seventh Franz Kafka”, enigmática invocación del legendario escritor checo envuelto en una trama de clonación que plantea muchas más preguntas que respuestas... en apenas cinco páginas; “Tales of Houdini”, divertida y extravagante en su utilización ficticia del legendario escapista, que por alguna misteriosa razón acabó en la antología cyberpunk “Mirrorshades”; “The facts of life”, ejemplo de la faceta más desmadrada y descacharrante de Rucker, donde un adolescente salido es raptado por alienígenas de lo más curioso y en su fuga se topa con inesperadas consecuencias de la teoría del universo en expansión; “Buzz”, uno de los cuentos pretendidamente “punk”, con una idea francamente psicotrópica (las vibraciones desencadenadas a raíz de aplicar una aguja de tocadiscos a un antiquísimo jarrón egipcio causan una epidemia de combustión espontánea que sólo entregarse al sexo desenfrenado es capaz de paliar); “Bringing in the sheaves”, estimable historia de terror inspirada por el fervor evangélico de Falwell y su Mayoría Moral; “Rapture in space”, sobre el primer vídeo porno transmitido desde el espacio exterior; “In frozen time”, pesadilla kafkiana sobre un suicida cuyo espíritu está condenado a vivir la misma franja de tiempo una y otra vez; “Inside out”, donde seres de otra dimensión matemática se comportan como traviesos duendes poseyendo a los humanos y forzándolos a comportamientos eróticos que no son normales; “As above, so below”, definitiva en su evocación de la matemática pura como una acogedora bolsa amniótica al margen de las sordideces del trabajo y la infidelidad matrimonial, parte de cuyo atractivo es la imposibilidad de explotarla de modo práctico y así rebajarla a niveles prosaicos y banales.

Abundan también los relatos escritos en colaboración: me defraudan los dos con Bruce Sterling, ambos desarrollo de “grandes ideas” (los científicos soviéticos descubriendo un propulsor interestelar en el cráter de Tunguska, las posibilidades abiertas por la fabricación de medusas artificiales a partir de derivados del petróleo) pero carentes de la efervescente personalidad del mejor Rucker; con Marc Laidlaw hay un a ratos peculiar y a ratos irritante díptico de cuentos sobre una pareja de surfistas porreros armados de una sofisticada tabla capaz de inducir patrones de caos en las olas, pero muy superior a estos dos es “The Andy Warhol sandcandle”, también psicodélico, pero muy sentido y sugerente, homenaje al legendario artista “pop” y a los típicos personajes desheredados y drogadictos que se reflejaron en la luz de su mito; el tercer colaborador es Paul di Filippo, que parece fascinado por las posibilidades de la historia alternativa, tanto en “Instability”, donde Jack Kerouac y Neal Cassady cambian la historia estadounidense al sabotear las pruebas nucleares en Los Alamos, o en “The square root of Pythagoras”, bonita especulación sobre el conocimiento por el matemático griego de los reinos de la matemática superior y cómo estos, durante un tiempo, le dotaron de poderes casi mágicos.

Hay mucho más, pero me costaría abarcar las 36 historias, que pese a su disparidad arrojan un balance positivo y me animan a buscar en el futuro alguna de las novelas de Rucker, autor que quizá esté en el umbral de un reconocimiento más amplio a juzgar de la proyectada adaptación al cine, por el creativo y desmadrado Michel Gondry, de “Master of space and time” . Gondry ya firmó un hito reciente de la CF con “Olvídate de mí", y tal vez basarse en un original literario lo salvase de las debilidades de su propio guión en “La ciencia del sueño” . A Rucker, como su recopilación de cuentos demuestra, no le faltan ni ideas delirantes, ni humor chalado, ni la angustia existencial que, mal que le pese a muchos, dota a las obras de arte del sabor picante que las hace universalmente comprensibles y disfrutables.

No hay comentarios: