sábado, 22 de diciembre de 2007

Flashback: Alien Kickboxer (Sinopsis de la película)


En uno de esos futuros tan poco plausibles a los cuales la caprichosa imaginación de los guionistas nos tiene acostumbrados, nos encontramos ante una muy extremada división social cuyo origen en ningún momento se explica. La gran masa de la población vive literalmente encadenada a su puesto de trabajo incómodo y servil, aunque conectada a una serie de tubos, conductos y electrodos que les permiten, entre otras cosas, vivir sucedáneos virtuales de existencia, algunos francamente paradisíacos y envidiables si el rendimiento laboral llega a cotas de excelencia imposibles, mantenerse en forma gracias a aparatos mecánicos de ejercicios, reproducirse mediante la extracción y canalización de sus células sexuales a través de una red sanitaria de tuberías que las redistribuye más o menos al azar, etcétera.

Por otro lado, las capas dirigentes, como manda el tópico una oligarquía tecnocrática, consideran su suerte y privilegio habitar un mundo descongestionado, pacífico y limpio, disponible a sus sentidos a través del prisma diáfano de la experiencia directa. Tan sólo es posible para las capas inferiores la promoción al nivel más favorecido si demuestran durante unas pruebas bianuales poseer un Coeficiente de Inteligencia Despiadada idóneo para la vida en el exterior. Muy pocos superan estas pruebas, de manera que los fracasados se ven obligados a sumergirse de nuevo en el bombardeo caótico y embriagador a que la industria de la simulación comunicativa les somete mientras aguardan, o no aguardan, otra oportunidad.

Una nueva y rutilante estrella ha surgido en este complejo y cambiante panorama. Hastiados y nunca acostumbrados a la complicación sin límites de unos parámetros vitales siempre relativos, las motivaciones simplonas y directas de este personaje seducen y encantan al público conectado a él mediante enlaces sinápticos artificiales. En un mundo donde la identidad sexual es como un vestido cortado y elaborado a la medida del usuario, que se quita o pone según los caprichos o tendencias, donde la política, los juegos de alcoba, las tensiones territoriales, el mercadeo de información, los deliciosos horrores genéticos y la red subterránea de conducción de drogas legales son una y la misma cosa, no ha de tomar por sorpresa la pasión con que es seguida la búsqueda interminable de Lee, el hombre pequeño, ágil y fuerte de raza desconocida, búsqueda que sólo conocerá fin cuando éste halle y aniquile al hombre de nariz aguileña y calavera tatuada sobre el corazón que diezmó a toda su familia en un pasado rural, imposible y remoto. Con la única ayuda de sus músculos, sus reflejos y su limitada inteligencia, Lee sortea día a día los mil y un artificios surreales e incomprensibles no sólo para él del universo privado construido por los privilegiados para vivir su vida con la menor interferencia tecnológica posible entre la realidad y sus sentidos. De este modo quienes hacen mover la rueda se asoman por una mínima abertura a los jardines vedados, se evaden, se emocionan y sueñan.

Algunos cínicos, que de éstos los hay en todas las épocas, opinan que la epopeya de Lee es falsa, tan apócrifa como la “Historia del siglo XX” difundida durante el ciclo astronómico anterior con seguimiento entusiástico y masivo. Naturalmente, se equivocan, aunque Leslie X y su equipo, responsables de la emisión, se guardan mucho de revelar el origen real de la historia, la cadena de acontecimientos que condujo al éxito fulminante, a la adicción mundial hacia su producto. Por ejemplo, sin ir más lejos, la misma autenticidad física de Lee, tan a menudo puesta en duda y achacada no ya a trucos de caracterización o a manipulaciones genéticas sino incluso a una construcción ingeniosa de “bits” de información visual, es sin embargo rigurosamente auténtica, hasta el punto en que la peripecia de Lee, lejos de constituir una mascarada escenificada por actores kamikazes adictos al dolor, consiste en cambio en el seguimiento diario y cotidiano del discurrir vital de una persona genuina de carne y hueso cuyo excéntrico comportamiento fue advertido antes que nadie por Leslie, el/la brillante celebridad audiovisual hermafrodita. El problema inicial ante el desconocido fue pronto hábilmente transmutado en excitante coartada de cara a fingir una ficción: los datos anatómicos, vocales y encefalográficos de Lee no encuentran cotejo en base de datos alguna. El luchador es un hombre que no existe.

Llevados por el ímpetu vengativo de la exótica figura con la cual se identifican de cerca por un conducto de identificación virtual, los sirvientes de la sociedad descuidan sus tareas o bien las realizan con un celo insólito. En el seno de sus existencias mediatizadas, muchos adquieren un comportamiento excéntrico difícil de rastrear por las autoridades. No es de extrañar que los matrimonios ficticios por enlace óptico se tambaleen, o que el espacio informático, habitualmente sede de transacciones pacíficas reguladas mediante el bálsamo pacificador de las drogas estatales, bulla con una sucesión interminable de delincuentes tecnológicos que se toman la justicia por su mano, o que muchos, arriesgando incluso su vida, pugnen por romper sus conexiones con los centros de control e incluso a veces consigan un simulacro de vida independiente. No es de extrañar dado el apasionamiento que suscita la figura enigmática de Lee, con sus acciones directas y sin dobles motivos, su existencia vacía de ilusiones superfluas, su extraña melancolía, su ascetismo en mitad de un ambiente donde los placeres más estrafalarios están al alcance de casi cualquier postor. Las fuerzas del orden, habitualmente ociosas y entregadas a orgías uniformadas de veinticuatro horas, culpan a Leslie de la caótica situación, pero éste/ésta logra absolverse con maestría. Cualquier cosa por una persona que proporciona a uno/a el raro placer de sentirse rechazado/a.

Sigue una serie de episodios de un progresivo caracter incomprensible, con puntos culminantes en la ejecución lenta y sin contemplaciones de varios dobles sucesivos del Adversario, los cuales, sin embargo, dada su carencia del tatuaje incriminador, convierten los intentos de venganza en fútiles y dejan a Lee al borde de filosofar, por primera vez, sobre “tanta violencia innecesaria”, aquellas palabras de su maestro semienterradas en el tiempo. Hará falta un milagro para que la búsqueda se reanude y revitalice, para que Lee no se vuelva demasiado humano y la audiencia, siempre en alza, no sea expuesta a cantidades peligrosas de razonamiento moral, torpe pero sincero.

El milagro, cuando llega, reviste, conforme al tópico, una forma que nadie se espera. En una lujosa suite del Hotel Orbital Lagrange Cinco, a donde Leslie ha llevado a Lee con el fin de retransmitir por morbo personal una escena en la que él/ella, caracterizado/a, droga y se aprovecha sexualmente de él, esperando experimentar cuando despierte las delicias sin par de la recriminación y el escándalo, sucede lo imprevisto. Apenas finalizado el encuentro erótico entre ambos, cuyos interesantes detalles apenas nos son mostrados, un intruso de edad avanzada irrumpe por medios desconocidos en la habitación. Ante la fisonomía del extraño, Lee sale con violencia de su estupor. Esos ojos de brillo malévolo sin difuminar, esa nariz curva como la de un pájaro de presa, sobre todo ese pecho desnudo mostrado como en un ofrecimiento, desde el cual las órbitas de un cráneo miran impasibles, su oscuridad casi impermeable a los años. Sus palabras de saludo desconciertan: “Yo te conocí hace tiempo, pero no puedes estar aquí. Estás muerto.”

Ninguna reconstrucción genética, prosigue el visitante, ha logrado un grado semejante de perfección, que se lo digan a él, que intentó crear en múltiples ocasiones el clon perfecto al que trasladar su cerebro envejecido aunque intacto en su inquietud, su afán de sobrevivir. El dormía en sarcófagos criogénicos durante generaciones, mientras su regimiento de biólogos hacía crecer como en invernadero pálidas copias, sin capacidad craneana, sin coordinación muscular, débiles y vulnerables a un sinfín de enfermedades, de la apostura, el cinismo y la arrogancia canallesca que sedujeron a millones de mujeres dentro y fuera de la pantalla allá en la infancia de la Tierra, cuando aún ornaban sus extremos dos casquetes de helada resplandecencia. (No se le puede reprochar que hable de este modo, así eran siempre sus diálogos, y, por supuesto, terminó contagiándosele la retórica). La vida de una vieja estrella a quien todo está permitido, a quien despiertan cada medio siglo para constatar que una porción más de su universo conocido se ha hundido en un pantano caótico de neoculturas incomprensible para todo aquel sin microchips implantados en el cerebro, y a quien por tanto nadie más admirará, carece de suficiente sentido, siendo necesario darle un final espectacular y heroico a la antigua usanza, aunque el azar haya vuelto a otorgarle un papel de villano como en sus comienzos. Sí, chavales, apartad un momento vuestras bolsas de palomitas, que llega el tan esperado momento. Eso es, la pelea final.

Ahora es cuando el decorado futurista, los efectos especiales, el seudocomentario social, la narración deliberadamente confusa, etcétera, revelan su verdadera función, es decir, servir de lujoso envoltorio a un número circense de golpes, giros y piruetas, con los alicientes añadidos del carácter surrealista e ultramoderno del escenario poco a poco destruído, y, cómo no, el atractivo intemporal de una lucha llevada a cabo en condiciones de una gravedad casi nula. Una línea de diálogo viene en ayuda de nuestra credulidad, explicándonos que el antagonista, aunque viejo, ha sufrido durante su letargo una serie de transplantes protésicos óseos y musculares cuyo objetivo, logradísimo a tenor de lo que vemos, era dotarle de una condición física equiparable a la de cualquier joven advenedizo. Inútil tratar de resumir con palabras una acción puramente visual cuyo objetivo es más el estómago que la mente, si bien el periplo de violencia y demolición incluye varias situaciones y motivos a los cuales podría atribuirse, echándole imaginación, una cierta comicidad satírica, piénsese si no en el episodio de la taladradora y las muñecas.

La conclusión, aunque largamente postergada, es la de esperar: Lee, sangrante y exhausto, logra una agónica victoria sobre su rival, si bien nos quedaremos sin conocer cómo continuará su anómala relación con Leslie, ya que, en ese momento, irrumpe en la banda sonora una voz extrañamente distorsionada que anuncia: “La Humanidad cumplió su destino”, y a partir de entonces contemplamos una sucesión de escenas en las cuales se describe la llegada súbita de una legación extraterrestre y aprendemos que fueron estos seres de otra galaxia quienes crearon a Lee a partir del ADN de un astronauta muerto y de una vieja película de artes marciales emitida mediante una señal hertziana extraviada en el espacio. El ser resultante, ignorante de todo el proceso, fue enviado a la Tierra con el incomprensible fin de poner a prueba a la especie humana a través de este anticuado, defectuoso, y, por si fuera poco, artificial representante. Cumplido su fin último, es decir, la venganza, sus creadores se manifiestan, con intenciones desconocidas, otorgándosenos tan sólo un plano de los visitantes alienígenas cuya fugacidad basta, no obstante, para helarnos la sangre. ¿Ganas de trascendentalismo por parte de los calenturientos guionistas, que de repente olvidan todo el trasfondo social construido con anterioridad? ¿Un golpe de efecto barato llevado a cabo a falta de mejor final para la película? ¿Una idea original con desarrollo impropio, como insinúa el hecho de que el título del film descubre a medias la supuesta sorpresa final? ¿O, más cínica y mundanamente, una simple manera de preparar el ambiente para un futuro “Alien kickboxer 2”? La respuesta la conoceremos, como siempre, dentro de un par de años.

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