domingo, 2 de diciembre de 2007

Pentangle: "The time has come 1967-1973"


Ayer en el Saturn, encontré al irrisorio precio de 16 euritos este lujoso estuche de 4 cedés, lanzado este mismo año, de un grupo que siempre he estimado mucho: Pentangle.

Formado por los guitarristas John Renbourn y Bert Jansch, la cantante Jacqui McShee, el contrabajista Danny Thompson y el percusionista Terry Cox, Pentangle unieron durante seis años folk británico, música medieval y renacentista, blues, jazz y sus gotitas pop sesenteras en una mezcla que ha soportado el paso del tiempo como pocas.

La caja recopila algunos de sus mejores momentos en disco (aunque echo de menos algunas de mis canciones favoritas, como “I loved a lass” o esa versión del “All blues” de Miles Davis titulada “I’ve got a feeling”), el famoso concierto de 1968 en el Royal Festival Hall (que ya poseerán en su totalidad los que tengan la última versión en CD del “Sweet child”) y un último disco de inéditos para la televisión y el cine. No falta el típico folleto exhaustivo lleno de fotos, programas de concierto y demás.

Podría lanzarme a un recuerdo personal de mi infancia y primera juventud escuchando a este grupo y a otros artistas de música tradicional europea que editaba el ya mítico sello Guimbarda, a un análisis de las influencias musicales de la banda, de lo bella que era la voz de Jacqui y lo chulísimos que eran los arabescos acústicos de John y Bert, ponerme lírico sobre cómo discos así me hacen evocar un mundo intemporal de inocencia perdida, pero hay un momento en concreto que encapsula lo grandes que fueron, son y siempre serán para mí Pentangle.

Fue hace unos tres años, mientras estudiaba sin esperanzas para una de mis múltiples oposiciones, con un cedé recopilatorio de la banda como fondo musical. Cuando llegó “Lord Franklin”, me detuve un momento para escuchar la letra, en la que jamás me había fijado. La voz normalita pero extrañamente carismática de John Renbourn iba desgranando la historia del explorador enviado por Inglaterra en una misión hacia el Polo. La interpretación y el arreglo del grupo me metieron de tal modo en la canción que me apareció con gran viveza en la mente la imagen del barco velero internándose entre los hielos hacia una muerte segura, y la encontré tan romántica y melancólica, tan llena de una épica triste, que os juro que se me saltaron las lágrimas.

Si esa no es una de las misiones del arte, no sé cuál otra puede ser.

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