domingo, 9 de noviembre de 2008

Compositores: Modest Mussorgsky


Tal como lo pintó Ilya Repin, Modest Mussorgsky era un bohemio vehemente, un borracho presa de sus pasiones, un ser desmesurado. El contraste con una foto anterior, donde aparece con el cabello y barba repeinados e intentando con todas sus fuerzas poner cara de buen ciudadano, resulta notable. Esto no es de extrañar, porque, de los cinco músicos que formaron el “Poderoso Puñado” o Grupo de los Cinco, Mussorgsky fue siempre el más peculiar, el más errático, el más adelantado a su tiempo y el menos comprendido. Tanto es así, que continuamente, e incluso después de muerto, se le trató de repintar el retrato: mientras él trataba de mostrarse en sus partituras tal cual era, como lo hizo Repin, sus colegas se esforzaron en repeinarlas y adecentarlas por encima, como si una obra musical debiera ser una foto para el carnet.

El primero en hacerlo fue Rimsky-Korsakov, que veía las armonías audaces o las transiciones abruptas de su colega como terribles incorecciones técnicas, y prácticamente recompuso “Una noche en el Monte Pelado” basándose en las diferentes versiones que produjo su autor. Rimsky era un caballero más civilizado y refinado; en cambio, Mussorgsky, poseedor de un talento que no se andaba con chiquitas, solía entrar como un elefante en una cacharrería. Lo mejor de su música es brusco, vital, tenebroso, exaltado. Convertir su obra en un dechado de exquisitez, como hizo Ravel cuando orquestó los “Cuadros de una exposición”, supone traicionar el espíritu con el que se concibió, por mucho que se trate de un trabajo magistral de instrumentación y una labor admirable en sí misma.

Mussorgsky también entendió que la ópera se basaba en presupuestos falsos; igual que las personas no comienzan de repente a hablar en verso como en el teatro clásico, tampoco se expresan en canciones de tres minutos con estrofas y estribillo. No había que adaptar la música a las palabras, sino las palabras a la música, abriendo la puerta a la “melodía infinita”, a la acción continua sin singles de éxito que poner en la radio, que también adoptaron Debussy y Wagner. Los ritmos del canto debían ser los naturales del idioma, sin forzar falsos acentos y creando una sensación más natural.

“Boris Godunov”, su única ópera finalizada, es de las pocas de todo el género que no me transmiten una sensación de impostura, de guateque “kitsch” para locazas. Desde el uso de los coros para transmitir la voz colectiva hasta los remordimientos terribles del usurpador Boris por haber asesinado al pequeño zarevich, pasando por el impresionante canto del Inocente donde se vierten los lamentos del ruso de a pie, siempre pobre y estafado por los poderosos, el “Boris” está entre los ejemplos de teatro musical “serio” que me atrevería a recomendar a cualquier persona inquieta, de mentalidad abierta, en plan: “si no te gusta esto, puedes decir con plena seguridad que la ópera no es lo tuyo”. Pero en un montaje normal, por favor, no con La Fura dels Baus pasando del argumento de Pushkin para montar su propia película sobre la guerra de Chechenia.

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