jueves, 26 de marzo de 2009

Flashback: Loco por tus huesos (Capítulo XII)


A lomos de su Harley y mostrando un aspecto capilar esquilado y lamentable, Orlando recorre Ciudad Centro en estado de tumulto interior. Rechazado por Ada y repudiado por su familia y por sus supuestos amigos, descubre el peligro estimulante del robo por necesidad, aunque semejante actividad le acarree serios problemas morales. Sorprendentemente, se le da de maravilla. El profundo rugido de la moto, perceptible desde el subterráneo, despierta un momento a la adormecida Irina, quien vuelve enseguida a su sueño, sin abandonar una incomodísima posición que no apreciamos claramente.

En varios colegios e institutos de la ciudad, agentes del grupúsculo hitleriano de Bach y de Soto, denominado la Milicia Arácnida, buscan al futuro líder haciéndose pasar por ojeadores deportivos y pasando mucho tiempo en los vestuarios.

Hace cien años, en Praga, Carla escribe un relato autobiográfico, por supuesto malísimo, sobre su vida sexual con Noëlle y sus acompañantes pasajeros, en especial un marinero manco empeñado en desenroscarse su gancho y sustituirlo por las más variadas y dolorosas herramientas. Carla no disimula su repugnancia y se muestra incapaz de comprender la pasión sexual, descrita mediante sonrojantes metáforas.

Mientras, en un baile de disfraces de la buena sociedad, donde lo peligroso y lo sangriento estimulan la risa frívola y por tanto pululan los arlequines, Noëlle hace excelentes migas, hasta el punto de entregarse allí mismo tras un biombo para uno rápido, con uno de los multicolores desconocidos, que un desliz de la careta nos revela como Franz.

En 1998, Pamela, la seguidora de Takeshi, alucina en la Filmoteca viendo “Los siete samuráis”, Malou y Foxy buscan sin parar algo que no saben ni qué es, Pedro Arteaga pincha el teléfono de Geller Bach, su hija Vera es consagrada como instrumento de venganza, Boris consulta un viejo plano de la capital chaeca, y Tanner penetra violentamente en el Santuario de Soto, pistola en mano. La cosa está que arde.

(Continuará)

martes, 24 de marzo de 2009

El llano en llamas


Para entender cabalmente el debut como realizador de Guillermo Arriaga, hace falta tomar en cuenta varios hechos incontestables:

1) Toda mujer anglosajona arde en deseos de acostarse con un hombre hispano.

2) Un hombre hispano es honorable, comprensivo, cariñoso, valiente y un verdadero fenómeno en la cama. (Sería ilustrativo el contraste con “Sólo quiero caminar”, también con José María Yazpik, donde Díaz Yanes ve en México el único escenario verosímil para su cuento de aguerridas amazonas contra machistas químicamente puros).

3) Un hombre anglosajón es oportunista, intolerante, prepotente, cobarde, reacio al compromiso y propenso al gatillazo.

4) La culpa de todos los problemas la suele tener la mujer anglosajona, porque es mentirosa, está acomplejada, su atolondramiento puede llevarla hasta el homicidio, aparte de a tropezar en la misma piedra una vez tras otra, y para colmo de males ejerce de zorrón impúdico.

5) Desacreditada la narración tradicional, la mejor manera de mantener la tensión es engañar sobre la naturaleza de la historia y tratar de ocultar durante el mayor tiempo posible (no demasiado, la verdad) que lo que parecían historias independientes no son sino una sola.

6) Las pretensiones visualmente modernitas hay que dejárselas a Iñárritu por si son lo único que tenía; si uno rueda sin alardes de imaginación y persevera en ello, es posible que acaben por considerarte el último clásico, como ha pasado con Eastwood.

7) Hay que aprovechar el glamour de las estrellas y la credibilidad indie para sacar en culo y tetas a Charlize Theron, dado que en un título más comercial no habría esa oportunidad. En cambio, lo del supuesto desnudo trasero de Kim Basinger no se lo cree ni Iker Jiménez.

8) Robarle el título original a Juan Rulfo sirve de excusa para un juego de palabras ingenioso pero falso. “Plain” (llanura) suena igual que “plane” (avión), con lo cual uniríamos en el encabezamiento los dos detonantes de la trama. Una pena que no sea la llanura la que arde, sino tan sólo una caravana.

9) Cuando un inmigrante hace juegos de palabras como este, quiere demostrar lo bien que domina el idioma y su voluntad de integrarse en su nuevo país. No hay sino que ver el buen rollito telefilmero en que desemboca la historia, en contraste con los dramones firmados en colaboración con el otro.

10) Claro que, cuando Iñárritu se dispone a continuar por su cuenta con un título como “Biutiful”, escrito así, a lo spanish, uno no sabe qué es peor, si ir de integrado o no querer parecerlo.

jueves, 19 de marzo de 2009

Flashback: Loco por tus huesos (Capítulo XI)


Los antidisturbios en pluriempleo, frustrados por no hallar a Orlando y por tanto no cobrar la paliza encargada por Tanner, y presas de un frenesí racista, abordan con fines ofensivos a un elegante japonés que resulta ser Takeshi, aún tras la pista de Bungle. Su kárate, aunque envejecido, es demoledor, y los que no han caído huyen, pero algo parece habérsele roto por dentro. Su nariz sangra, de ahí que su admiradora adolescente y rubita, Pamela, que lo ha visto todo, le ofrezca un kleenex. Takeshi lo acepta, pero ella, avergonzada, no soporta la intensa mirada de él y se despide precipitadamente.

En el teatro de la ópera, cerrado tras el escándalo Bach, el detective y musicólogo Pedro Arteaga realiza pesquisas. Los compases perdidos desde el estreno le inquietan, así como el hecho de que la música del ballet donde las bailarinas fueron asesinadas desarrollara el tema desaparecido. Con el fin de descubrir y hundir a Bach, gran enemigo suyo, Arteaga se entrevista en la oscuridad del teatro abandonado con Moshé Shalom, violinista ya anciano de la orquesta y agente del Mossad. Pero a Moshé sólo le interesa la nueva tetralogía wagneriana.

En su mansión, Boris se recupera bajo los cuidados de Vernon. Intrigado por la desaparición de Vera, le sorprende aún más haber podido traer del pasado el traje de arlequín de Franz. Una idea comienza a fraguarse en su cerebro.

En el refugio de Papa Vendredi, Vera, que ha descubierto con el santón, bajo dominio mesmérico, su capacidad para el multiorgasmo, sueña con una Irina convertida en ser monstruoso a la que intenta volver a amar, mientras un charco de sangre oscura se extiende en silencio sobre el piso de baldosas que rodea a un centinela muerto, y en su subterráneo el Doctor Misterio se calza unos guantes de goma cscuchando una retahíla inarticulada pronunciada con voz de pesadilla.

(Continuará)

jueves, 12 de marzo de 2009

Flashback: Loco por tus huesos (Capítulo X)


En nuestro ya conocido subterráneo, el Doctor Misterio enseña página por página un libro escolar de párvulos a Bungle, cuya cabeza está vendada y cuyos mienbros se hallan maniatados para evitar crisis violentas. En una dependencia de al lado, advertimos voyeurísticamente que Irina, inconsciente, tiene el pubis rasurado, y que se le han realizado recientemente pruebas ginecológicas.

Trasladándonos a una fábrica abandonada, somos testigos de una de las reuniones de estado mayor del futuro IV Reich, aún sin líder, presidida por su ideólogo Geller Bach, con Monseñor de Soto entre bastidores como consejero. Se adopta el emblema de la araña negra y se jura recuperar de la mansión Valli a Vera para que sirva de consorte al Führer que se debe localizar y adoctrinar cuanto antes.

La referida Vera, espantada por el repugnante contratiempo de Boris, corre en busca de Vernon por los interminables pasillos de la mansión, hasta desembocar en el jardín, donde ya es de noche y Papa Vendredi aguarda acompañado de un sicario. Mientras el chamán inmoviliza a Vera con su hipnótica mirada que además le produce síntomas de excitación sexual mostrados en detalle y con mimo, el sicario, cuyos ojos están vendados, sube a lo zen al cuarto de Boris, donde, valiéndose de extrañas sales y dos cuchillos curvos, se apresta a extraerle a aquél su absceso, tras cuya membrana brillan ya dos ojillos negros y malignos.

Durante la sorprendentemente nada sangrienta operación, Boris recupera la facultad de visitar la Praga del XIX, donde primero presencia desde una cornisa cómo Noëlle inicia a Carla en el opio y en el sexo a tres, y después busca a Franz en la mansión Waldberg, desierta salvo por dos o tres esqueletos ya tallados en ensayo de lo que después haría él con su hermana. En un armario se encuentra el traje de arlequín, que Boris, en un rapto de locura, se lleva consigo, tanto es así que regresa y queda inconsciente con él entre las manos, mientras el acólito se lleva el contenido del absceso en un paño a cuadros y tanto éste como Papa Vendredi y la fascinada Vera se pierden en la noche.

(Continuará)

martes, 10 de marzo de 2009

Por qué me gustan las sonatas para clavecín de Domenico Scarlatti


Contra la música clásica suelen esgrimirse argumentos bastante poco meritorios. Uno de los más socorridos es que sus seguidores lo son en gran parte para distinguirse de la plebe mediante lo intelectual y exquisito de sus gustos. Yendo al grano, que un melómano es básicamente uno que se la coge con papel de fumar. Pero entonces entra en escena un servidor reivindicando a Scarlatti y ya la hemos liado.

De ordinario, el barroco musical me causa bastante indiferencia. Me dan igual la perfección inalcanzable de Bach o la serie completa de los conciertos de Vivaldi, todos iguales al injusto decir de mi tocayo Stravinsky. Pero Scarlatti me cae bien. Podría ser hipócrita y esgrimir gafapastadas como que su presencia en la corte madrileña le hizo fusionar los procedimientos cultos de la época con las esencias populares del flamenco, o que su espíritu latino, conciso y bailable lo separa tanto de los brumosos monumentos contrapuntísticos de los alemanes como del refinamiento distante de los franceses.

Pero, si he de decir la verdad, aprecio a Scarlatti porque una de sus piezas fue escogida por Walerian Borowczyk como fondo musical para la secuencia culminante de su película “La bestia”.

Como todo buen friki del euroerotismo setentero sabrá, “La bestia” es una comedia negra y claustrofóbica que pone en solfa la represión sexual por parte de la iglesia y la moral burguesa, al estilo Buñuel pero con mayor desfachatez y menos chistes de curas. En realidad, toda la película está construida en torno a un episodio que Borowczyk había descartado de su peli anterior, “Cuentos inmorales”, y que aparece aquí como un sueño de la protagonista.

Y entonces comienza a sonar el clavecín de Scarlatti, como acompañamiento de una peculiar persecución, la de una especie de hombre oso, con una caracterización digna de la serie B más casposa, que se afana por alcanzar a una guapa moza vestida a la usanza del siglo XVIII, pero que, vaya por Dios, va perdiendo piezas de su atuendo a medida que éstas se enganchan en los árboles del bosque. Cuando por fin el monstruo la alcanza, la lleva contra una gran piedra y la somete a una intensa sesión de lo que Alex de Large solía llamar “The old in-out, in-out”. El caso es que la expresión facial de la chica deja bien claro su enorme disfrute de la experiencia y pronto es ella quien toma las riendas de la situación, masturbando el obviamente falso pene de la criatura con los pies y entregándose tanto a la tarea que el pobre bicho muere de placer.

Si, por asociación con tan edificante escena, no os convertís de inmediato en seguidores del bueno de Domenico y sus sonatas, es que carecéis de la más básica cultura musical.

lunes, 9 de marzo de 2009

VI Muestra de Cine Fantástico, tercer día


Tras la juerga, la resaca. Después de la casi insuperable sesión del sábado, el bajón de energía, las dudas razonables, la flojera de los programadores para la jornada de clausura. El azúcar de las Kit Kat no me salva de los temores que me despiertan mis emociones crecientes hacia Carola, y las películas del domingo tampoco.

En la peculiar trayectoria de Barbet Schroeder, donde han cabido producciones para Éric Rohmer, crónicas del sueño hippy ibicenco roto por las drogas (“More”), un documental sobre Idi Amin, psychothrillers al puro estilo Hollywood (“Mujer blanca soltera”) o híbridos entre cine gay, Dogma 95 y realismo tercermundista (“La virgen de los sicarios”), no sorprende demasiado que se anime a rodar “Inju”, una peli de intriga ambientada en Japón.

Pese al inicio con pinceladas de gore, acción katana en mano y un villano enmascarado que triunfa contra un héroe, el resto se limita a ser un modesto thriller de línea clara francobelga con ese Daniel Auteuil rejuvenecido, embellecido y sobrio que es Benoît Magimel como testigo occidental en un Japón tópico de ceremonias del té, geishas y sadomasoquismo descafeinado (proclividad nada sorprendente en el director de “Maîtresse”). La corrección formal de la película tampoco guarda muchas sorpresas (Luciano Tovoli parece haber dejado sus atrevimientos plásticos en sus años de “Suspiria”), y sospechamos que muchos recordarán esta peli sólo por la guapetona Lika Minamoto chupando a la vez los dos dedos gordos de los pies de Magimel o maniatada en diversas configuraciones. Los demás la veremos como una curiosidad de la que se pudo haber sacado mucho más.

Para el final quedó la peli más controvertida de la Muestra y la única de las vistas por un servidor en recibir sonoros abucheos. Creo que fue un gran error introducir “Vinyan” de Fabrice du Welz como un remake más o menos encubierto de “¿Quién puede matar a un niño?”, porque desde luego no van por ahí los tiros. Puestos a sacar el típico símil pegadizo al que tan mal nos ha acostumbrado Hollywood, podríamos decir que “Vinyan” es una especie de híbrido entre “Amenaza en la sombra” y “Apocalypse now” que hubiese dirigido Apichatpong Weerasethakul.

Si ya los enormes créditos, proclamando a los cuatro vientos “esta es una película diferente a todas” ya provocaron cierta rechifla (aunque esto también pasó con el austero y bergmaniano genérico, que dirían los franceses, de “Déjame entrar”), la apuesta de du Welz por un sensorialismo que desdeña la narrativa y se concentra en capturar el momento cosechó exclamaciones de “Me aburro” dignas de Homer Simpson. Ahora, visto lo que me están gustando los tópicos en este fin de semana, sería el momento de colocar la inmortal frase “esta es una película que se ama o se odia sin término medio”, pero me temo que yo sí estoy en ese mediocre y poco sexy término medio. Es obvio que “Vinyan” está llena de momentos evocadores de una potencia visual fuera de lo común, con un uso de la cámara capaz tanto de sumergirse en el agua con los actores como de ejecutar, por ejemplo en la llegada final al templo, un movimiento de grúa que quita el hipo y que se experimenta con vértigo acostumbrados a haber chapoteado en el barro, a ras de suelo, durante el resto del metraje, sin olvidar tampoco el agresivo uso del sonido, pero yo me quedo con la impresión de que se ha improvisado demasiado, de que se contaba con dos páginas de guión, la del principio y la del final, y que se partió con el equipo hacia Birmania para investigar a ver qué salía.

No negaremos lo arriesgado del proyecto, pero tampoco nos extrañaremos de no encontrarlo del todo satisfactorio. El juego con la estética no es ni mucho menos tan arrebatador como los cineastas pretenden, quizá por carencias presupuestarias, de ahí que no me parezca capaz de sostener el discurso por sí solo. El devenir de “Vinyan” es bastante poco denso en información, y todo parece encaminado a una moraleja progre de las lamentables donde el hombre blanco occidental es castigado por abandonar a su suerte al Tercer Mundo y atender sólo a sus intereses.

El caso es que “Vinyan” me tiene dividido. Aunque es una peli que exaspera y frustra incluso sabiendo más o menos lo que uno se va a encontrar, también es cierto que mi recuerdo vuelve a ella una y otra vez, y que se trata de una propuesta con una enjundia muy por encima de fruslerías como “Splinter”. Quizá todo parta de mi espíritu de contradicción, mis ganas de marcar distancias con una grey friki que también abuchearía “Satyricon” o “El reportero” si alguien tuviera el atrevimiento de proyectárselas en un festival de cine de género. Que, después del agónico trayecto por la jungla de la pareja protagonista en busca de su hijo y del final impactante sacado no de Chicho sino de “El día de los muertos” de Romero, muchos miembros del público se tiren por los suelos de risa con la cara de satisfacción de un chavalín al embadurnar de barro un pecho de Emmanuelle Béart, no es tampoco tan de extrañar, pero me suena al desahogo infantil de quienes no han querido dejarse llevar por una experiencia extraña que se les ofrecía y han soltado su capacidad de reacción a las primeras de cambio.

Lo malo es que, pese a mis intentos y mi disposición, yo tampoco me dejé llevar. Es lo que me dice Carola, que no me dejo llevar. Es la coartada de siempre, que uno no entiende este cine “invisible”. Pensar que los argumentos de la revista “Cahiers du cinéma” estén comenzando a permear el dominio de las relaciones humanas me produce, lo confieso, un razonable repelús.

domingo, 8 de marzo de 2009

VI Muestra de Cine Fantástico, segundo día


Cómo se nota el hambre atrasada. Cuando el cine fantástico, por diversas razones, desaparece de tu vida cotidiana, llama la atención cómo se sacan fuerzas de flaqueza para ver cinco películas seguidas sin casi mostrar síntomas de cansancio. Yo que sé, es como si a mi amiga Carola, que estuvo conmigo en la cuarta peli, se le cruzaran los cables y se me entregara cual víctima para el sacrificio. Sería la noche entera sin dormir, oigan.

Fue una pena no estar en la sesión inaugural con el preestreno de “Watchmen”, siquiera por ver las similitudes y diferencias con “20th century boys”, de Yukihiko Tsutsumi, que también se basa en un afamado tebeo, en este caso nipón, y que también tiene una estructura fragmentada en “flash-backs”, un apocalipsis inminente y una reunión final de personajes separados por la vida. Quizá terminen ahí las similitudes, aunque, puesto que tengo el cerebro tatuado con la obra de Moore y Gibbons desde hace unos 18 años y en cambio desconozco del todo el manga adaptado en la peli, pues vaya usted a saber.

En todo caso, lo que salta a la vista de la peli, y lo que la puede hacer disfrutable si la ves con buena voluntad, es su frikismo absoluto en ambientación, caracterizaciones y actuaciones, un frikismo que tal vez sea lo que los japoneses ven normal y convencional, pero que a nosotros nos cobra visos de documental antropológico sobre los habitantes de otro planeta. Fijaos que incluso el anuncio antipiratería que prohíbe grabar la sesión con videocámaras, que se coló en la sesión junto con el tráiler de otra peli estilo manga llamada “K-20”, resultaba curioso y simpático, cualidades del todo ausentes de ese enojoso subgénero en su versión occidental.

Cuando una serie de atentados empieza a corresponderse exactamente con una ficción apocalíptica creada por una pandilla de escolares, los miembros de ésta, llegados a la edad adulta, vuelven a unirse para detener la cadena de desastres y averiguar la identidad del misterioso “Amigo”, líder de una secta que parece estar detrás de todo. Como siempre que se adapta una serie con pinta de ser bastante larga, la labor de condensación no ayuda a la claridad de la historia, y si a esto le unimos limitaciones presupuestarias evidentes (el supuesto robot gigante que aparece al final habría provocado espasmos de indignación a Go Nagai), nos quedaremos al final con una peli más de partes que de todo, extensa y más bien fatigosa, que gustará en la proporción que uno sea fanático de todo lo japonés (¿yo lo soy? Tal vez...). Sea como fuere, la evocación de la infancia setentera de los niños, con los colorines de peli casera caducada, las bicis con cambio de marchas, los posters de novelitas eróticas en el quiosco o el chico que corre descalzo siguiendo los pasos de Abebe Bikila, me parece inmensamente preferible a la totalidad de “Las vírgenes suicidas” de Sofia Coppola (y ya que estamos con las bicis con cambio de marcha, me viene a la cabeza la persecución con las BMX en “Eden Lake”, vista anteayer, y la alargada sombra del gran clásico que fue “Los bicivoladores”, con Nicole Kidman).

Tuvimos a otro japonés tras la cámara en “El vagón de la muerte” (videoclubero, o peor, telefilmero título para “The midnight meat train”). Nueva adaptación para la gran pantalla de Clive Barker, quien, sin alcanzar nunca las cotas de éxito fílmico de Stephen King, nunca se rinde del todo, su gran baza es una realización espectacular y virtuosa, amén de la inolvidable presencia del ex futbolista y actor emblemático de Guy Ritchie, Vinnie Jones, que dota de otro empaque al personaje imaginado por Barker y permite llevarlo sin problemas al territorio de la brutalidad. El problema reside en que, para alcanzar la duración de un largometraje, se haya expandido la narración breve mediante mecanismos bastante convencionales que los cineastas no se molestan demasiado en camuflar. Sabemos bien pronto todo lo que sucederá, pero las escenas de tensión y de violencia están irreprochablemente resueltas y en ocasiones dejan con la boca abierta (recordemos si no el plano desde el punto de vista de una cabeza arrancada o el travelling circular en torno al vagón ¡en movimiento! donde el protagonista y el matarife pelean). Recordemos que Ryuhei Kitamura fue el tipo que rodó aquella panorámica vertical de 360 grados en “Azumi”, que lleva tiempo ocupando el primer puesto en mi lista de Planos Molones de Encantador y Gratuito Virtuosismo Técnico. A los amargados que vienen a estos festivales a ponerlo todo a parir, que consideran toda obra literaria un texto sagrado y cuyo ideal de realización fílmica es la corrección elegante y reprimida de Terence Fisher, no les habrá hecho mucha gracia esta película, pero a mí, en estos tiempos de “survivals” chapuceros y guarrería visual, este juguete vistoso y salvaje me supo a gloria bendita. No me puedo explicar que vaya a ir directa a vídeo.

A continuación, “Surveillance” de Jennifer Lynch hizo un poco la función que debió haber hecho “Death proof” en la versión de cuatro horas de “Grindhouse”, mostrando el interesante contrapunto que puede ejercer un ritmo pausado después del paroxismo (aunque el ritmo heavy según Kitamura está mucho más conseguido y no llega a saturar, al contrario que el de “Planet terror”). Historia de asesinos psicópatas en la carretera con ciertos toques de “Rashomon”, conductas malsanas por doquier, Michael Ironside (cuyo nombre en los créditos iniciales suscitó aplausos en la platea) y un decadente Bill Pullman que casi podría haber hecho de Budd en “Kill Bill”, “Surveillance” es una singular e inquietante peli policíaca a la que pocos habrían encontrado toques “lynchianos” si Jennifer no fuera quien es, y que seguramente perderá enteros pasada la sorpresa inicial. No inventa la pólvora, pero como película de medianoche para ver con la cabeza medio trastornada, nostalgia de “Twin Peaks” y un paladar especial para las psicologías aberrantes, el humor negro, el sexo sucillo, los crímenes porque sí, las niñas demasiado inteligentes y las composiciones en scope con interminables perspectivas de carretera, campos de trigo y ríos, todo ello saturado de color, “Surveillance” cumple con creces su función.

La peli estrella del día fue sin duda “Déjame entrar”, la sorpresa nórdica de Tomas Alfredson que, en esta época de confusión genérica entre los zombis, los vampiros y los indios del “western”, se atreve a combinar el vampirismo clásico de toda la vida (esos chupasangres bien educados que no podían entrar en casa de un desconocido sin que les concedieran antes el permiso) con la larga tradición escandinava de películas juveniles sobre adolescentes inadaptados enfrentados a los problemas de crecer (precisamente fue gracias a una de ellas, “Mi vida como un perro”, que Lasse Hallström pudo dar el salto a Hollywood). Ese ambiente frío de nieve constante, esas gamas cromáticas del vestuario y la decoración, ambientados en algún lugar de los últimos 70 (aunque uno se pregunta si realmente el single de Per Gessle, futuro componente del dúo Roxette, data de aquellos años), esos jóvenes actores protagonistas que saben comunicar todo el romanticismo y toda la sensibilidad de la agridulce historia, esa manera tan desacostumbrada, tan cotidiana, tan “normal” de mostrar la violencia y la crueldad (una cuestión de tono, muy difícil, si no imposible, de reproducir en el inevitable remake “made in USA”), ese juego constante con las posibilidades compositivas de la pantalla panorámica, esa poderosa impresión de originalidad pese a que en ningún momento sintamos la típica ostentación de querer ser diferente o novedosa, esa moralidad oscura y ambigua y esas secuencias de terror secas, simples y eficaces (pese a alguna animación por ordenador un poco cantosa), son algunos de los elementos que hacen de "Déjame entrar” el segundo título imprescindible de la Muestra, aunque por razones muy diferentes a las de “Martyrs”. Vaya, que, para ser el único título de la programación al que traje a Carola, elegí bien.

Después de esta “delicatessen” con olor a clásico instantáneo (ya que uno va a escribir tópicos, que vengan a pares), “Splinter” fue un descenso a la cruda realidad diaria del género terrorífico. Película de monstruos con un curioso concepto de la criatura, que tampoco resultará tan nuevo a los devotos de “La cosa” de John Carpenter, sus posibilidades se van diluyendo poco a poco gracias a: 1) Los típicos personajes estereotipados, que encima, debido a ser sólo dos, reducen el factor de entretenimiento de un amplio reparto de secundarios penosos como alimento para la bestia. Unos personajes, como se podrá imaginar, muy bien creados, y valga como ejemplo el despiadado atracador que en el fondo posee tan buen corazón que regalará todo el botín de sus robos a la viuda de una de sus víctimas y que se hace amigo de los protagonistas a raíz de que lo ayudan a amputarse un brazo... 2) El presupuesto inexistente. 3) El estilo de cámara y montaje, encaminado a ocultar lo paupérrimo de los efectos pero que tiene el desagradable efecto secundario de impedir que el espectador sepa lo que ocurre en cada una de las escenas. Vamos, que “Eden Lake”, al lado de esta, es la majestuosidad de Max Ophüls. 4) La flojísima dirección, incapaz de crear tensión dentro de cada escena, como si el ritmo se creara solamente a base de cámara y montaje y las actuaciones de los actores no tuvieran nada que ver. Para algunos los actores lo son todo, y para otros no son nada, sin término medio. Qué triste.

sábado, 7 de marzo de 2009

VI Muestra de Cine Fantástico, primer día


Volvemos un año más al Palafox a confundirnos entre toda esa fauna friki a la que no estaremos nunca seguros de si pertenecemos. Vuelven a darnos dulces a la salida (las barritas Kit Kat de chocolate blanco) pero nos faltaron, al menos ayer, las presentaciones de Leticia Dolera para devolvernos a nuestros felices años 80 o 90 convirtiéndonos en público de un dicharachero programa infantil donde en lugar de dibujos animados y canciones hay sangre, violencia y público maleducado.

La ventaja del ambiente de estas muestras es que hace disfrutables películas que seguramente, en la soledad del hogar, mostrarían todas sus lacras de manera cruda. Dudo un poco que, sin las reacciones de la platea ni la complicidad de unos espectadores deseosos de ver salvajismo, “Eden Lake”, de James Watkins, dejase la impresión que nos dejó ayer, y eso que posee puntos de interés que la sitúan levemente por encima de sus (discretos) logros.

A veces me da por pensar que John Boorman (director del que debo de ser uno de los pocos fans en activo) tendría que habérselo pensado mejor antes de hacer “Deliverance”, dado que, dejando al margen “Duelling banjos” y la pionera violación de Ned Beatty, se sentó un precedente para que una multitud de cineastas con menor talento tuviesen a su disposición una fórmula baratísima para hacer películas violentas con la coartada de moralizar sobre el terrorífico hombre primitivo que aún albergamos dentro.

“Eden Lake” incluso toma prestada la idea del escenario natural que pronto desaparecerá sustituido por edificaciones, en este caso de una urbanización, pero su intención es un poco distinta: no hay nostalgia del paraíso natural prohibido, ni una evocación de los actos violentos que subyacen “bajo las aguas” de la civilización, sino el temor de que las agradables condiciones de la Inglaterra suburbana se extiendan progresivamente hasta cubrir todo el territorio virgen del Reino Unido.

Ríanse ustedes de Ken Loach: el universo mostrado por la película, de niñatos maleducados, manipuladores, groseros, racistas, acostumbrados a la brutalidad como rito de iniciación y descendientes de individuos patibularios que llevan como una insignia su estancia en prisión, está a medio camino entre el realismo documental (desafío a cualquiera que haya pasado apenas un par de días en alguna ciudad pequeña de la pérfida Albión a desmentir la sordidez galopante de su ambiente) y el sensacionalismo demagógico que busca pulsar en los padres el botón de alarma bajo el cual está escrito “¿Qué estarán haciendo ahora mis hijos?” Por si no nos dábamos cuenta del tema, los créditos iniciales nos lo recalcan con serios debates radiofónicos sobre las carencias de la educación, y el final nos subrayará la culpa de los padres, aunque con matices que buscan poner en un compromiso posturas como las desencadenadas aquí en torno al caso Marta del Castillo. Menos mal que aquí no tenemos ninguna Myra Hindley, que si no... (buscad, buscad en Google, malditos).

La pena es que en realidad, como relato de suspense del subgénero “survival”, “Eden Lake” no está particularmente bien rodada (la escenificación de los momentos violentos pierde impacto por su pobreza) y cae en todos los tópicos posibles de estos relatos, olvidando que una película de estas características impresionará más cuanto más verosímil sea su desarrollo. Claro que todas estas consideraciones racionales se diluyen cuando, viendo a la protagonista, Kelly Reilly, escapar maltrecha, a todo correr (pese al enorme pincho que le había atravesado el pie varias secuencias antes) del peligro adolescente, un miembro del público exclama arrobado: “¡Cómo se mueven esas tetas!” Quizá las personas serias, de bien, deploren semejantes exabruptos, y quizá tengan razón, pero yo me pregunto: ¿qué hacen esas personas tan serias en un festivalillo de este tipo? ¿No se dan cuenta de que películas como “Eden Lake” realmente mejoran con audiocomentarios de este tipo, y que posiblemente, si recuerdan esta película años después, seguramente será gracias a estos animadores espontáneos?

A continuación, se pasó la tan traída y llevada “Martyrs” de Pascal Laugier, que fue incluso objeto del interés de los telediarios tras su accidentado pase en el festival de Sitges. Uno siempre puede confiar en estos locos galos para ofrecer carnaza con pretexto “serio”. Supongo que a más de uno le molestará que toda la crueldad de la peli se encamine a una moraleja, por considerarlo una hipocresía justificativa de un gore que según ellos debería dar lo que el público pide y punto, pero encuentro curioso el revuelo armado por una obra que en efecto es dura pero que no llega hacer sufrir al espectador tanto como otros títulos similares (véase por ejemplo “À l’intérieur”, que considero bastante más dura a nivel visceral).

Después de ver la eficacia chapucerilla de “Eden Lake”, el inicio de “Martyrs” ofrecía una auténtica película de terror, con puesta en escena, un inquietante uso del sonido, violencia inesperada, seca y salvaje y un buen número de incertidumbres argumentales que mantenían el interés. Lo realmente curioso es que, justo en el momento en que un “slasher” estadounidense habría terminado la película, sorpresa final incluida, es cuando empieza el verdadero meollo de la historia.

Siendo provocadores, dado que el espectador medio de este tipo de cine saca los crucifijos y el ajo cuando le mentan el cine español (y así nos va, porque, si tan malo les parece, ¿por qué no lo mejoran ellos que tienen tantas ideas?), a uno le da por pensar que la supuesta novedad de estos títulos festivaleros ya la teníamos en películas de cosecha nacional. Así, “Eden Lake” no es sino un híbrido a medio camino entre “¿Quién puede matar a un niño?” de Chicho, y la reciente (e ignorada) “El rey de la montaña” de Gonzalo López-Gallego. La segunda y controvertida mitad de “Martyrs” apenas dice nada que no estuviera en “Camino” de Javier Fesser, sólo que con sadismo y maquillaje gore.

¿Ganas de tocar las narices? Probablemente, pero creo que podré decir lo que quiera sin apenas contradicciones porque, de mis conocidos, “sorprendentemente” ninguno había visto la peli de Fesser por considerarla indigna de su atención. Posiblemente “Martyrs” pueda ser vista como lo que muchos creen que es “Camino”: una explotación hipócrita del mismo sufrimiento que a su vez explotan las instituciones más o menos religiosas que figuran en ambas. El maltrato contumaz que recibe el bello cuerpo de Morjana Alaoui, en secuencias que deliberadamente frenan el tempo narrativo, y que culminan en poco menos que una crucifixión, nos llega de una manera más estética que visceral (aunque los comentarios de Sitges daban a entender la insoportable presencia de una escena en concreto sobre la que sin embargo se realiza elipsis), como buena metáfora del maltrato espiritual de la carne y de la explotación de la Francia rica por la Francia pobre que es, pero me temo que nunca sabremos qué fue antes, la carne cruda o su presunta justificación. ¿Sensacionalismo, demagogia, manipulación? Posiblemente. A su lado Fesser parece casi Dreyer. Pero el poder de la película para atraparte en una pesadilla sin final ni escapatoria no es para despreciar, y su capacidad para remover conciencias a favor y en contra está en las antípodas del típico gore pajillero. El ambiguo final no es sino otro acierto de una peli que, mejor o peor, es ya una referencia imprescindible y una muestra más de que los cineastas franceses dominan a la perfección un arte que no veo por ningún sitio en nuestros Bayona, Plaza o Balagueró: el arte de incomodar.

jueves, 5 de marzo de 2009

Flashback: Loco por tus huesos (Capítulo IX)


Carla von Waldberg, huida de la mansión familiar tras la agresión de Franz, se refugia en casa de su amiga Noëlle, una muchacha estremadamente promiscua en lo amoroso. Intentando concentrarse por encima de los espasmódicos y ardientes sonidos provenientes del cuarto de al lado, Carla evoca en un penoso poema al “bello fantasma” que la persigue, es decir a Boris, pero, como sucede con todas sus obras, termina desechándolo y arrojándolo a través de la ventana, desde donde cae a un carruaje público tomado poco después por Franz, que lo descubre y, con la ayuda del conductor, ata cabos.

En nuestros días, Ada Valli, ocupada por de Soto en estimular a un trío de ancianísimos visitantes, cabecillas de un círculo místico sudamericano, experimenta vívidos recuerdos de sangre y muerte que la impulsan a redoblar el entusiasmo de su tarea con el fin de desterrar tales imágenes. En esto llega Orlando, rompiendo la armonía de la ceremonia y queriendo llevarse con él a Ada, dados sus sentimientos hacia ella, que son, tras haber sido desheredado y desterrado, lo único que le queda en el mundo, si exceptuamos, claro está, su Harley. Ada se ríe de él y de Soto, irrumpiendo de la habitación de al lado, denuncia el amor como sentimiento prohibido en su congregación, expulsando a Orlando y ordenando a sus acólitos que lo maltraten físicamente y lo despojen de su magnífica melena.

Tanner, visitando una vez más el lugar del crimen, asiste a una representación de “La Casa Usher”, éxito total gracias al suceso, y apenas repara en cómo un arlequín entra en escena y asesina suavemente a dos bailarinas, creyéndolo parte de la representación. Pero el pánico levanta pronto su disfraz de fantasía poética.

Irina aprende de nuevo a andar bajo la supervisión del Doctor Misterio, que suele dejarla pronto para mantener en otro lugar próximo conversaciones interminables que sólo llegan de modo indistinto al lugar donde ella se encuentra.

En la mansión Valli, Vera reanuda sus intentos de seducir a Boris para sonsacarlo, aprovechando su debilidad. Embelesado por la espantosa herida de ella, Boris se deja hacer, refrenándose pronto dadas las supuraciones y reventones de su absceso, de cuya piel surge una minúscula mano de uñas negras. Vera se asombra y grita.

lunes, 2 de marzo de 2009

La oreja fantasma


¿Por qué hay películas conocidísimas que todo el mundo se empeña en recordar de una manera distinta a como son? Por poner un ejemplo, un 90% (o más) de los cinéfilos cree firmemente que, en “Johnny Guitar”, es el personaje de Vienna el que pronuncia el mítico diálogo “Dime que me quieres, miénteme”, cuando, en realidad, quien lo dice es Johnny. A muchos les debe parecer increíble que un tiarrón como Sterling Hayden pudiese llegar a ser tan nenaza, pero ya veis, tal efecto suelen producir las hembras temperamentales al estilo Joan Crawford.

El caso que me interesa a mí ahora tiene que ver con un diálogo escuchado en la tercera planta de la Fnac, delante de una tele donde podía verse “Reservoir dogs”. Un chaval le decía a su churri, en plan “hala, qué cosa más fuerte te voy a contar”: “Esta es la peli en que a un tío le cortan una oreja en primer plano y LO VES TODO”. Eso lo dijo también no hace mucho Rosa Montero en una columna de “El País” sobre lo malísimos que eran “Dexter” y el cine de hoy para la educación de los pobres niños, así que debe de ser verdad.

Salvo que no lo es, claro. Yo vi “Reservoir dogs” de estreno, por tanto sé desde hace unos 16 años que la amputación de la oreja sucede fuera de campo. La pregunta es: ¿por qué hay tanta gente por ahí que cree que “lo ves todo”? A uno le da por pensar que más de un espectador completa en su mente la escena y realmente ve el rebanamiento de oreja, completo en todos sus detalles. Es una pena que ya no se pueda echar ningún currículum para ser censor, pues sigue habiendo personas muy dotadas para reaccionar hacia escenas violentas o eróticas que ni siquiera se pueden ver...

Todo lo cual me trae a la mente lo que ha cambiado con los años el fenómeno Tarantino. En sus inicios, se solía tener “Reservoir dogs” o “Pulp fiction”, por películas de violencia explícita y chocante, cuando en realidad aquella violencia era más implícita que otra cosa, o sucedía en el rabillo del ojo. Del katanazo de Bruce Willis en “Pulp fiction”, cuyos estragos se nos negaban, hasta la masacre de los Crazy 88 en “Kill Bill 1”, que es como “Zombi” de Romero pero en samurái, media un trayecto en el que Quentin se ha ido creyendo la leyenda que otros forjaron sobre él. De desmentir las acusaciones de excesiva violencia en sus dos primeras pelis, Tarantino ha pasado a actitudes del estilo “claro que es una película violenta, si entras a ver una película de Tarantino no te encuentras con una de Walt Disney”. Antes, el amigo era capaz de salirse del guión y descolgarse con una “Jackie Brown”, que defraudó a la inmensa mayoría de aquellos fans que lo tomaban por un cineasta de higadillos y ketchup. Ahora, convertido más que nunca, sobre todo en sus apariciones públicas, en un friki hiperactivo que parece haber caído en la marmita de farlopa cuando era pequeño, a Quentin no le importa que otros le dicten la vida y lo conviertan en lo que ellos mismos habrían querido ser. Probablemente, incluso él mismo estará empezando a creer que rodó la escena de la oreja en sangriento plano detalle, a lo Fulci. Lo cual tampoco me parece necesariamente malo, pero esa es otra historia.