miércoles, 17 de junio de 2009

Hugh Hopper (1945-2009)


El año pasado se me afeó un tanto no prestar atención alguna al fallecimiento de Richard Wright, el teclista de Pink Floyd. Llamadlo elitismo, pero considero que el único grupo de rock sinfónico relativamente respetado en la corriente principal del rock (tanto es así que no es raro encontrar a rockeros puristas que los tienen en el panteón junto a los mismísimos Who y gente por el estilo) no necesita mi apoyo y defensa.

En cambio, me sabe mal no dedicar siquiera un recuerdo a Hugh Hopper, bajista de Soft Machine, grupo por el que he sentido siempre bastante cariño, sobre todo en su primera etapa de psicodelia con pretensiones, aunque su etapa posterior, como ejemplo preclaro del “jazz fusión de ojos azules” que floreció como hongos en el entorno del sonido de Canterbury, también tenía su aquél: como instrumentistas no les llegaban ni a la uña del meñique a los Weather Report o Return to Forever de turno, pero lo compensaban con una sensibilidad europea, un sentido del nonsense y la ironía entre lo ingenioso y lo infantiloide, y un ligero conocimiento de lo que se coció en la música clásica durante la primera mitad del siglo XX (lo cual les diferenció de la mayor parte del rock sinfónico, anclada, para lo bueno y para lo malo, en Liszt).

En fin, atmósferas de ruidismo lisérgico, compases de amalgama, distorsión sucia en los ritmos, improvisaciones sin límite de tiempo, y un peregrinar musical por un sinfín de grupos fusioneros británicos de aquellos cuyos vinilos coleccionaba el típico colega intelectual y sibarita de tu hermano mayor dejándose la mitad de su sueldo. Algunos dirán que es música rancia y pasada de moda, con aquellos flatulentos sintetizadores Moog del Pleistoceno y aquellas ganas de quedar moderno invocando a Alfred Jarry o William Burroughs, pero el mundo gira y hoy oyes en mucho tecno las huellas del trance sonoro de aquellos grupos, y no es raro ver a cada vez más músicos de jazz jugando con maquinitas y resucitando fusiones de antaño aprovechando que el horizonte musical de muchos no se remonta más allá de 1977.

O sea que hiciste bien, Hugh. A los demás, si os parece que “Facelift”, del “Third”, no ha empezado aún a los siete minutos, escuchaos el “Volume two”, que es un poco lo mismo pero con canciones. Si sois capaces de descifrar lo que dice Robert Wyatt cuando canta en español, os regalo una cutre-edición en DVD de “El ataque de los muertos sin ojos” de Amando de Ossorio.

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