sábado, 17 de octubre de 2009

Flashback: Loco por tus huesos (Capítulo XLI)


En la comisaría de Ciudad Centro que tan bien conocemos, la práctica totalidad del personal hace el vacío a Berta, quien apenas se entera, viviendo como vive en una nube gracias a su paradisíaca relación con el falso inspector Tanner. Sin ir más lejos, la noche anterior, cuando éste desplegó no se sabe de dónde un manojo de adorables tentáculos rosados y prodigó con ellos a Berta una sucesión sin fin de caricias enloquecedoras en todos sus orificios corporales. Sublime, precioso. Inmune al desdén y a la envidia, Berta desliza en cada uno de los informes criminales que teclea palabras del vocabulario sexual, que es también el del amor, pues semejante quimera, al menos para ella, existe. Pero el falso Tanner, que ya ni siquiera se afeita y cuya barba presenta un leve tono verdoso, mira con frecuencia nerviosa por la ventana, como esperando ver llegar a alguien.

Entretanto, el verdadero Tanner prosigue su narración, aparentemente muy larga, sobre su relación fatal con Ada, llegando a cómo ambos ahogaron en su bañera a Eva Valli, la madre de Boris, acto que, según ya sabemos, provocó a este último, testigo involuntario, serios traumas que arrastra aun hoy en día. Boris querría vengarse, matar a Tanner, pero tanto el asombro como su padre, Bertrand, lo mantienen inmóvil, sin habla. De repente, una ráfaga de tiros quiebra el silencio, alcanzando en cuatro ocasiones al infortunado inspector. Es la Milicia Arácnida. Boris y Bertrand deberán vender cara su vida.

Dentro de una habitación vigilada por otros milicianos arácnidos y situada en la finca de Arcadia, Ada se exhibe en todo su esplendor ante Tobías, también desnudo y rojo de vergüenza desde los pies hasta la cabeza. Tras entusiastas carantoñas de Ada con manos, pies, pelo y pechos, el pene adolescente de Tobías se levanta a su pesar, pero, al primer contacto manual de Ada sobre él, la eyaculación sobreviene. Los guardias, que juegan a las cartas sobre la mesilla de noche en el mismo cuarto, no hacen el menor comentario.

Mientras, enterado de un nuevo viaje de Geller Bach a Bayreuth, Moshé Shalom allana la morada del compositor en busca de evidencias incriminatorias. No encuentra gran cosa, pero en el cuarto de Vera algo le llama la atención, quizá sepamos por qué: unas páginas autógrafas de música. De vuelta, Moshé vuelve a advertir, mira que es casualidad, a la sosias de Ilsa, y cede al impulso perverso de seguirla. Tres cuartos de hora después, ambos se aproximan a la mansión Valli.

(Continuará)

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