domingo, 26 de septiembre de 2010

Los 10 actores más decadentes

Entendiendo la decadencia como esa languidez, ese punto abstraído del mundo, ese aristócrata loco reinventando la moral en su castillo cerrado, ese candidato a ser un Axel, un señor de Phocas, un des Esseintes o, por qué no, un Dorian Gray de dentro o de fuera del retrato...

1 - Terence Stamp



2 - Howard Vernon



3 - Pierre Clémenti



4 - Udo Kier



5 - Jean-Pierre Léaud



6 - Luigi Pistilli



7 - Alain Cuny



8 - Dirk Bogarde



9 - Michel Piccoli



10 - Donald Sutherland

domingo, 12 de septiembre de 2010

"Finch" de Jeff VanderMeer


Ahora que parece claro que la vertiente “literaria” de la narrativa fantástica ha perdido terreno ante el tolkienismo reciclado y los injertos entre terror y novela rosa, algunos de los caminos emprendidos por sus jefes de fila nos dejan con la incógnita de si se trata de huidas hacia adelante o de arriesgados nuevos experimentos. Así, China Miéville reinventa el thriller de espionaje y guerra fría en “The city & the city”, produciendo su obra más disciplinada y concisa en mucho tiempo, aunque a veces se eche de menos su proverbial pérdida de control cuando le daba por lo visceral y monstruoso.

Que Jeff VanderMeer, para cerrar su trilogía de Ambargrís, recurra a los modos de la novela negra, a la sequedad verbal, la violencia borde y las motivaciones ambiguas, parece demasiado casual, toda vez que, precisamente, una de las señas de identidad de aquel (inexistente) movimiento que se dio en llamar “New Weird” era precisamente la exuberancia lingüística, un estilo florido y decadente muy “fin de siglo”. No quisiera ver en tal giro una claudicación a las nociones adocenadas de lo que se considera “buena escritura”; uno preferiría creer que, en las novelas precedentes del ciclo, la ciudad de Ambargris ha cobrado tal grado de realidad que no son ya necesarios los efectos especiales para hacer sentir su extrañeza, o que cada historia necesita su estilo, su punto de vista, y el desafío consiste en hacer más patente lo irreal a base de observarlo con una lente objetiva, en lugar de tomar el camino más fácil del subjetivismo de un narrador poco fiable que teóricamente podría estar convirtiendo en fantástica la realidad más cotidiana.

“Finch” continúa la historia de Ambargrís casi un siglo después de “Shriek: An afterword”, durante la ocupación de la ciudad por unos “gorras grises” alzados en rebelión después de sus años como una presencia misteriosa y subterránea envuelta en rumores y leyendas. El detective John Finch, que trabaja para las fuerzas ocupantes, ha de investigar el enigmático asesinato de un hombre y un gorra gris cuyos cadáveres han sido hallados juntos en un apartamento. A medida que va desentrañando una enrevesada trama de espionaje, revueltas políticas, hongos que surgen de los muertos y cuyo consumo hace revivir sus últimas experiencias, traiciones amorosas, portales entre dimensiones y personajes históricos que regresan de entre los muertos, Finch rememorará el pasado que mantiene oculto bajo una falsa fachada y tratará infructuosamente de salvar a su compañero Wyte, antiguo camarada de la guerra civil entre corporaciones, que vive las últimas etapas de una invasión por hongos que va convirtiéndole en un ser monstruoso. Al final, los hechos espectaculares que cambiarán la historia de la ciudad ocuparán casi un segundo plano con respecto a los cambios que se operan en el propio protagonista, manipulado por fuerzas más allá de su control.

Un servidor, acostumbrado a la compleja brillantez de “City of saints and madmen” y “Shriek”, se mostró bastante perplejo en un inicio ante una novela de iconografía surreal y casi alucinógena (no en balde los gorras grises difunden esporas psicotrópicas por el aire de la ciudad para mantener a la población feliz e inofensiva) contada mediante la prosa entrecortada y llena de elipsis del último Cormac McCarthy (aunque sin los alardes de léxico rebuscado que me hacen dudar de la humildad de su presunta economía). VanderMeer parece querer alejarse de un tipo de pulp, el de Lovecraft, para acercarse al de Hammett, pero sin que perdamos nunca de vista a Lovecraft y su sentido de amanaza cósmica, y sin que el lector tenga nunca la impresión de estar ante un vulgar pastiche semiparódico. Quizá resulte más fácil aplaudir a nivel de frase con las entregas anteriores del ciclo, pero hay que reconocer que “Finch” es una novela difícil de llevar a cabo por la cantidad de elementos dispares que había que combinar sin tocar notas falsas, por ofrecer una peculiar síntesis de crónica novelada, intriga detectivesca y ciencia ficción, por mantener un complejo equilibrio entre acción e introspección, sordidez y onirismo, construcción cerebral y emoción soterrada.

Lo único que tal vez le reprocharía a Jeff en este libro es explicar demasiadas cosas; eran precisamente los misterios sin resolver los que daban a “City of saints…” gran parte de su atractivo ominoso. Sacar a la luz los enigmas centenarios de Ambargrís parece anunciar el fin de un ciclo, pasar gradualmente de la leyenda a la realidad mundana como hizo M. John Harrison en “Viriconium”. La forma detectivesca parece, pues, adecuarse a la idea subyacente, para descubrir ciencia ficción debajo de la fantasía, para dejar ambas atrás en el curso del río que fluye lejos de Ambargrís hacia un destino desconocido. Pero uno se queda con ganas de volver, de saber qué tipo de realidad surge del nuevo orden y de experimentarla a través de una nueva óptica, de un nuevo estilo. Quizá fuese tiempo de saber cómo evolucionaría aquel Ambargrís de aroma decimonónico hacia su análogo del siglo XXI. O quizá sea imposible saberlo porque hemos estado todo el tiempo allí.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Alain Corneau (1943-2010)


La política de los autores tiene este tipo de reflujos antipáticos. Llega ahora la noticia de su muerte, y de repente Alain Corneau era un “maestro del cine negro francés”, cuando lo cierto es que, de sus dieciséis largometrajes de ficción, sólo me consta que cuatro hayan tenido un estreno oficial en las salas españolas. Parece que Corneau no caía bien a quienes decidían qué cine francés se ha de ver en España, a pesar de sus inicios fulgurantes con peliculones como “Policía Python 357”, un polar de una depuración y una sequedad que habrían logrado el beneplácito de Jean-Pierre Melville, el dramático thriller "Série noire", con el llorado pero ya olvidado Patrick Dewaere, o "Fort Saganne", ni más ni menos que el "Lawrence de Arabia" francés. Demasiado cambio de género, tal vez, demasiada poca militancia en las vanguardias cahieristas, tal vez. Uno creía que al menos nos habrían llegado “Estupor y temblores”, aupada por el fenómeno Amelie Nothomb, o su remake de “Hasta el último aliento”, gracias al temperamento de Daniel Auteuil y el cuerpazo de Monica Bellucci, pero tampoco. Que nos haya dejado Corneau entristece, al margen del hecho luctuoso en sí, por dejar en evidencia cuánto nos hemos perdido, y nos seguiremos perdiendo, de la que para mí es, de lejos, la más sólida y variada de las cinematografías europeas, y que los distribuidores y exhibidores se empeñan en reducir a un puñado de viejos autores anclados en el 68 y en un intimismo de patio trasero que son sólo aspectos parciales de un universo mucho más grande.