domingo, 14 de noviembre de 2010

Antiguos ídolos: Fritz Leiber


Los aficionados al fantástico solemos admirar a los escritores de la edad dorada del pulp, a los que vemos como eficaces y honrados artesanos de las letras, capaces de logros interesantes sin dejar de ver su actividad como un simple oficio y sin arrogarse prerrogativas divinas de elegidos de las musas. Pero no sé hasta qué punto esta actitud esconde cierta condescendencia y olvida a sabiendas la sórdida verdad: que a estos autores se les pagaba una miseria casi por kilo de folios mecanografiados, que hacían frente a unos plazos de entrega inhumanos, que una simple relectura de lo escrito les estaba casi vedada si querían tener los cheques antes de fin de mes, y que no complacer en cuanto a estilo y temática a los editores de turno podía mantener la nevera vacía durante un tiempo indefinido.

Por eso muchos de los héroes de culto de la vieja época lo fueron a base de hacer frente a las circunstancias y aun así seguir pareciendo artistas. Fritz Leiber, veterano de los tiempos de Astounding y Unknown, se paseaba por las páginas de papel barato como Vincent Price por los platós de la American International, manteniendo una elegancia, una distinción, una dicción cultivada y shakespeariana, que entonces nadie asociaba a lo que llamaban “subliteratura”. Leiber tenía estilo y tenía ideas: se metía en los pensamientos de un gato, imaginaba la electricidad como un espíritu consciente y maligno, veía la realidad como un caos cambiante por culpa de una guerra entre dos facciones dominadoras del viaje temporal, postulaba que la fascinación irresistible de las mujeres reside en su dominio genético de la brujería, soñó por primera vez con los fantasmas de humo de las grandes ciudades y supo hacer tangibles los fantasmas libidinosos de la psiquiatría y el vampirismo erótico al que nos someten los medios de comunicación.

Todo lo cual, para los años 50, era quizá demasiado, y esa es quizá la razón por la que muchas de sus obras más originales y arriesgadas siguen esperando ser recuperadas, y se le sigue recordando por las veces en las que jugó sobre seguro: su creación de Fafhrd y el Ratonero Gris, los dos héroes de espada y brujería contrastados en físico y personalidad, siguen siendo leídas en el siglo XXI y siguen siendo disfrutables por su fertilidad de invención, por su extrañeza, su humor y su picardía no exenta de erotismo, pero uno siempre ha sospechado que Leiber las continuó durante casi 50 años porque con ellas tenía una venta segura y en cambio arrinconó conceptos más arriesgados por miedo a tener que utilizar los manuscritos para sujetar la pata coja de un sofá.

Cuando Fritz produjo, con “Gonna roll the bones”, uno de los mejores relatos de “Visiones peligrosas”, la antología por excelencia de la new thing estadouidense, los lectores de gustos tradicionales lo vieron como prueba de la superioridad de la antigua escuela sobre las hordas de mocosos experimentadores y advenedizos, pero, en realidad, era al revés: la manga ancha artística que defendía Ellison suponía un balón de oxígeno para talentos como el de Leiber, que no podían desarrollarse adecuadamente bajo férulas implacables como la de John W. Campbell. La pena es que Leiber llegó demasiado mayor a finales de los 60, y que sus creaciones subsiguientes llegaron con cuentagotas. ¿Qué habría hecho un Leiber nacido 30 años después? ¿Qué haría un Leiber nacido hace 30 años? Yo me conformo con lo que logró el Leiber de este universo en concreto, si bien recuperar su obra al margen de Fafhrd se va haciendo cada vez más difícil. Es el triste sino de los autores clásicos de la fantasía y la CF que no tienen películas de éxito basadas en sus libros.