lunes, 28 de febrero de 2011

Quella ragazzina dai capelli rossi

“Muerte en Venecia” (Luchino Visconti, 1971)



“Bahía de sangre” (Mario Bava, 1971)



“¿Quién la ha visto morir?” (Aldo Lado, 1972)



“Barón Sangre” (Mario Bava, 1972)



“Carne para Frankenstein” (Paul Morrissey, 1973)



“Huellas de pisadas en la Luna” (Luigi Bazzoni, 1975)



“Rojo oscuro” (Dario Argento, 1975)



“El medallón ensangrentado” (Massimo Dallamano, 1975)



“Demons” (Lamberto Bava, 1985)

lunes, 21 de febrero de 2011

"La canción de Kali" de Dan Simmons


Cuando a uno le da la impresión de que la sección de fantasía y CF del Corte Inglés se distinguiría desde unos cuantos años luz sin necesidad de telescopio, en virtud de lo llamativo de los bárbaros culturistas, vampiros góticos y astronaves de contornos redondeados que adornan unas portadas cuyos conceptos de diseño y colorido a veces no se apartan mucho de los años 30, se hace necesario cerrar los ojos, contar hasta diez y pensar, no sin cierto vértigo, que los grandes títulos actuales de estos géneros podrían estar escondidos en cualquier otro rincón de la librería, sin que casi ningún aficionado se diese cuenta.

Un ejemplo de hace ya unas tres décadas: “La canción de Kali”, debut novelístico de Dan Simmons, ganador del premio World Fantasy y reeditada de vez en cuando en colecciones de clásicos de la fantasía. Está claro que es una novela de terror, ¿no? Pues yo no estaría tan seguro. Está claro que sus descripciones de la miseria, el hacinamiento y la sordidez en la ciudad de Calcuta pueden provocar desasosiego y repulsión, pero también lo harían en una novela “realista” de toda la vida. Un relato cruel y detallado, sin concesiones, de por ejemplo una batalla de la II Guerra Mundial podría horrorizar perfectamente al lector, pero nadie diría que se trataba de un libro de terror.

Bueno, pero queda el elemento sobrenatural, ¿no? Hay una secta de adoradores de Kali, muy en plan pulp, que se dedica a resucitar a los muertos, y se siente con gran fuerza la presencia maligna de la diosa, que se manifiesta expresamente ante el protagonista. ¿Es o no terror? Lo cierto es que el cuento sobre el robo de los cadáveres y su animación por los Kapalikas es magnífico, lleno de amenaza, putrefacción y maldad, con un giro psicológico final que casi impresiona más que cualquier terror físico, pero no olvidemos que esa historia nos llega de segunda mano, por boca de un narrador no fiable, que podría estar mintiendo. Un momento: el muerto viviente sale, ¿no? Podría simplemente ser un leproso. En cuanto a la amenaza sobrenatural que permea las páginas del libro, achaquémoslo simplemente a que Simmons sabe escribir muy bien. Tzvetan Todorov estaría orgulloso: lo fantástico, aquí, lo es precisamente porque podría no serlo.

En cambio, el mensaje de la novela, la intención que subyace a todo y dicta elementos de la trama que tal vez no sean cien por cien verosímiles, es bastante terrenal y cercano a la experiencia cotidiana de muchas personas, a saber: ¿merece la pena traer niños a un mundo hostil lleno de violencia, maldad y locura? Imagino que muy pocas personas se llevarían a su hija de pocos meses de viaje al subcontinente indio, pero está claro que, para Simmons , Calcuta es una especie de infierno en la Tierra, un teatro donde se representan todos los días autos sacramentales de muerte y destrucción. En cierta manera, si tienes hijo y lo dejas suelto por el mundo, podría acabar en Calcuta. Aquí Simmons va más lejos que en aquel relato, “La cama de la entropía a medianoche”, que compartía el tema de la angustia paterna y que imaginamos más o menos contemporáneo. Imaginar lo peor que pueda suceder puede servir para purgar obsesiones, para conjurar la mala suerte.

La lástima es que quede un tanto desdibujado el tema del mal que procede de nosotros mismos: un flashback de bondage y sadismo infantiles, y la amenaza de un estallido vengador a lo “Taxi driver” en mitad de las multitudes indias, no están a la altura de los pasajes atmosféricos, de los eficaces episodios en plan thriller, de la magistral ambigüedad mediante la cual todo podría ser un aspecto o una manifestación de la diosa, de la mirada a una mente, o a un mundo, enfermos, en forma de poema. Pero tal vez Simmons escribiera movido por su propia paternidad y necesitara creer en una alternativa, en “otras canciones que escuchar”, aunque la de Kali suene cada vez más. Un mensaje universal que no entiende de géneros. Si me lo quisieran vender con una portada sensacionalista donde una Kali monstruosa, chorreando sangre desde sus colmillos y las armas que porta en sus múltiples brazos, guía a una caterva de muertos vivientes hacia un siniestro templo, la verdad es que me sentiría engañado.

lunes, 7 de febrero de 2011

Parecidos razonables: Winslow Leach-Anakin Skywalker




¿Un tipo con el rostro desfigurado cubierto por una máscara, con dificultades respiratorias y una amenazadora voz sintetizada que procede de un artilugio colgado en la zona del pecho, y que encima lleva un traje negro con capa? Como diría Rorschach, “Hurm…”