domingo, 6 de noviembre de 2011

Leone 84: C'era una volta in America


Se cuenta que los nietos de Sergio Leone, cada vez que alguien les recordaba que “Il nonno é morto” (el abuelo ha muerto), preguntaban “Chi l’ha ammazzato?” (¿quién lo mató?), quizá porque, habiéndose criado con los spaghetti westerns como una piedra angular de la cultura de la familia, resultaba lógico y natural que su antecesor dejase el mundo de forma violenta.


Pero, si bien el interés, o la obsesión, por la muerte son constantes en la carrera de Leone ya desde “El coloso de Rodas”, lo que fue cobrando una importancia creciente película tras película es el tema del recuerdo como maldición, el pasado como cadena que se arrastra al cuello durante toda la vida y de la cual uno no puede zafarse sino de maneras muy expeditivas. Tanto El Indio como Armónica o John Mallory viven en un limbo de recuerdos dolorosos de los que tratan en vano de escapar mediante la violencia. Pero, con el paso de los años, a medida que los sinsabores se acumulan, hay quien se pregunta si realmente merece la pena escapar de la memoria.


David Aaronson, alias “Noodles”, a la manera del Billy Pilgrim de Kurt Vonnegut, es un hombre desgajado de la corriente principal del tiempo, para quien las experiencias pasadas son un bucle de sombras chinescas que se superponen unas a otras sin que sea posible saber cuáles son anteriores y cuáles posteriores. Quizá Leone no lleva el concepto a sus últimas consecuencias y sólo se permite aplicarlo radicalmente en muy contadas ocasiones (por ejemplo, en la secuencia inicial, capaz de irritar por sí sola a legiones del estilo narrativo clásico, con sus casi tres minutos del timbre del teléfono en off recordando el dolor de la traición), pero la mezcla de realismo brutal, dejando un poco a un lado la estilización de los viejos tiempos, y de fluir nostálgico y onírico, es única hasta el momento en Leone, marcando una dirección artística nueva e interesante, aunque deje el poso amargo de mostrarnos al malicioso, vitalista y combativo cineasta de antaño como un hombre defraudado, tumbado filosóficamente por los golpes de la vida.


Ninguna otra película de Leone es tan personal, tan íntima, da tanto la impresión de referirse en clave a acontecimientos de la propia vida. Para empezar, Sergio no parece tener una visión muy positiva del sexo: la iniciación en él es sórdida, la búsqueda de la satisfacción es infructuosa y violenta y destruye la posibilidad de establecer una relación real, sobre todo porque, aparte de esto, la mujer que amas quizá sea ambiciosa y te considere demasiado poco para ella, mientras que la mujer capaz de satisfacerte a base de vicio quizá prefiera arrimarse a los ganadores de este mundo.


Es tentador, sobre todo en Italia, establecer un paralelismo entre la industria del cine y el crimen organizado: ambos son mundillos cerrados en los que no es nada fácil entrar, en los que a menudo entras por pertenecer a una familia determinada (Leone era hijo de Roberto Roberti, legendario pionero del cine mudo), y en los que no es fácil mantenerse en la cumbre por muchos éxitos y brillantes ideas que tengas. Lo importante no sería ni el talento ni la integridad, sino tu habilidad estratégica para conservar el poder. Una filosofía paranoide y victimista pero que se hace necesario perdonar a alguien que te ha regalado joyas como la “Trilogía del dólar” o “Hasta que llegó su hora” o incluso esta misma película.


Admito preferir las composiciones visuales en Techniscope, la ligereza y el sarcasmo de la trilogía clásica de westerns, pero “América”, pese a su mayor convencionalismo visual, marca de otra manera, sobre todo si eres un espectador joven. Aún recuerdo el impacto del rostro ensangrentado de Burt Young tras ser interrogado por los matones, de Tuesday Weld como la mujer que disfruta siendo violada en la joyería (incluyendo su jadeo final en el que claramente llega al orgasmo), del gangster traicionado que recibe un tiro en el ojo mientras examina un diamante robado, del contraste entre la poesía entrañable de la pequeña Deborah bailando al son de “Amapola” y su salvaje violación por Noodles en el asiento trasero de un coche alquilado, y, por último, del camión de basura en el que Max, alter ego y usurpador del protagonista, desaparece misteriosamente cuando le llega la inevitable hora del fracaso. Mucho más moral que los retablos picarescos de Scorsese, más sucia que los melodramas operísticos de Coppola, entrañable y desagradable al mismo tiempo, canto del cisne del cine rodado en grandes decorados, incómoda plasmación de una visión del mundo masculina y mediterránea, tosca y poco sutil en su faceta de denuncia política pero dotada de una sinceridad difícil de encontrar en esta época de la autoironía y el pastiche, lo que más cabe reprochar a “Erase una vez en América” (o quizá lo único) es que después de ella no pudiera haber más películas de Sergio Leone. El abuelo ha muerto, por desgracia. Y uno se sigue preguntando, aunque conozca la causa real de su muerte: ¿quién lo mató?