viernes, 16 de marzo de 2012

9-3-2012: IX Muestra SyFy 2


El reclamo publicitario de la novena edición de la Muestra, consistente en festejar, mediante un precio muy reducido en el abono, el supuesto fin del mundo anunciado por los mayas en 2012, trató de reflejarse en la programación a través de una serie de títulos de carácter apocalíptico, aunque también, con el paso de los días, dejó meditabundo a más de un aficionado que se preguntaba si realmente se habría tratado de una despedida digna a nueve años de terror, ciencia ficción y locuras varias.

El título de la película inicial del viernes, “Hell”, supone, si tenemos en cuenta su nacionalidad alemana, todo un juego de palabras bilingüe, dado que, amén del “infierno” inglés, puede referirse a algo “claro” o “luminoso”, acepción que comprendemos pronto a poco que vemos la pantalla invadida por una fotografía sobreexpuesta que simula el ambiente cataclísmico creado sobre la Tierra por las tormentas solares, que han hecho imposible desplazarse a la luz del día sin protegerse de la luz. La película la produce Roland Emmerich, quien, dispuesto a proseguir su adquisición de una imagen seria a la vez que dirigía una ficción histórica en torno a Shakespeare, renuncia a imponer a su pupilo Tim Fehlbaum ningún mandamiento de la comercialidad: “Hell” es un apocalipsis seco, árido, sin personajes carismáticos, sin espectacularidad gratuita, más o menos verosímil, pesimista dentro de un orden. Podría decirse que es un producto riguroso y serio, coherente con lo que trata de contar, poco preocupado por ganarse al sector más friki del público y que por lo tanto parece destinado a ser uno de los títulos menos valorados de la programación, toda vez que incluso sus elementos sensacionales, como el consabido recurso al canibalismo para sobrevivir y la metáfora de la granja, remiten a títulos anteriores que no parecían querer centrar la mayor parte de su impacto en crear una imagen visualmente majestuosa de la desolación con preferencia sobre la narrativa, los diálogos y los personajes. Pero la relativa sosería de esta película termina por verse como el contrapunto necesario a los excesos de otras proyecciones posteriores de la Muestra. El recuerdo la reivindicará.


“Stake land”, en cambio, sí es una peli para la parroquia, en este caso para bien. Sus pretensiones de originalidad son nulas: su concepto de cazavampiros sureños y macarras ya estaba en “Vampiros” de Carpenter, y su ambiente de una civilización disgregada y sumida en el barbarismo es tan reciclado como el de su referente más inmediato, “La carretera”. Ahora bien, todo está contado de una manera tan directa y tan sincera, con una convicción que trasciende el bajísimo presupuesto, y con un tono entre la sátira de la América profunda y la parodia amable de las tramas sobre un adolescente perdido en la vida y su veterano y duro mentor, desde “Centauros del desierto” hasta “Karate Kid”, que resulta difícil no encariñarse con esta modesta y entretenida producción. El desconocido Nick Damici, también guionista, está perfecto como el rudo Mister, mientras que, iniciando una segunda carrera como musa del fantástico de la que tuvimos otra muestra este mismo año, nos encontramos a una ya muy madura Kelly McGillis como monja enfrentada a una secta cristiana cómplice del vampirismo. Posiblemente el título más satisfactorio visto en todo el fin de semana, lo cual, me temo, dice poco sobre la calidad media de la programación, dado que, si nos ponemos serios, es simplemente una simpatiquísima serie B a la que resulta fácil alcanzar sus pretensiones, puesto que tampoco tiene tantas. Pero al menos su mala leche sobre la religión y su reivindicación entre bromas y veras de un machismo básico como clave para sobrevivir le dan un mordiente del que “Hell”, pese a sus caníbales rústicos, más bien carecía.


“Hobo with a shotgun” era otra peli para la parroquia, pero en esta ocasión no sé si para bien. Ampliación de uno de los falsos tráilers creados al amparo del proyecto “Grindhouse” de Tarantino y Rodriguez, “Hobo” termina siendo un tráiler de hora y media en el que se acumulan, sin apenas transiciones, todas las imágenes impactantes y momentos “camp” a los que puede dar pie la premisa básica: un pueblo donde reina la anarquía y donde solo un vagabundo homeless es capaz de imponer justicia a tiro limpio. Es de rigor admitir que la película está muy lograda estéticamente, con una recuperación meritoria de los colores saturados del Technicolor, y que ver a Rutger Hauer como el miserable y tronado protagonista no tiene precio, pero, por otro lado, a uno le preocupa estar viendo una versión filtrada de toda inteligencia del díptico “Planet Terror”/“Death proof”. A un servidor le cuesta encontrar complicidad con esta sátira grosera cuyos blancos sociales (la América del showbiz costroso y del pijerío autosatisfecho de la Ivy League) quedan inutilizados por la necesidad imperiosa del director y los guionistas por introducir a toda costa gore cafre y chistes negros, aunque su gracia sea a menudo discutible (valga como muestra la escena en que Slick, uno de los villanos, quema con un lanzallamas un autobús escolar lleno de niños al ritmo de “Disco inferno” de The Trammps y su estribillo “Burn,baby,burn”; es indudablemente una idea gamberra, pero ¿es divertida? En todo caso es un motivo lo suficientemente burdo para “justificar” la venganza del vagabundo, dentro de la poética de lo burdo a la que el director Jason Eisener y sus compinches se lanzan con verdadero entusiasmo). El corazón se me divide con esta película: es muy energética y está llena de momentos creativos (por ejemplo, la aparición de La Plaga, la pareja de cazarrecompensas sobrenaturales, responsables entre otros de eliminar a Jesucristo y Kennedy, pero que no podrán con el vagabundo de la escopeta), pero por otro lado me provoca un notable cansancio y la impresión de que sus responsables no han comprendido los verdaderos valores que hacen grande una película exploitation, a no ser que su sensibilidad esté más cerca de “El vengador tóxico” o el “Sargento Kabukiman” de la Troma que de las metamorfosis postmodernas de Tarantino.

La sesión “trash” con Vigalondo y sus amigos me pilló cansado y muy poco interesado, así que pasé. Igual que el año anterior. Vaya manera de quitarnos una película por la cara, después de un año entero esperando.

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