lunes, 21 de enero de 2013

Mis prejuicios: Los melómanos


Es mi sino: cuando conozco a quienes teóricamente comparten mis gustos, solo encuentro diferencias. En los conciertos clásicos, no solo sigo siendo de los más jóvenes con la cuarentena cumplida; también soy de los pocos que manifiestan entusiasmo, que están ahí para asistir al nacimiento mágico de la música y no, como mi amiga Verónica, para ufanarse de que los intérpretes están interpretando las partituras para ellos, como si los artistas fuesen lacayos y el público estuviese compuesto de príncipes Esterhazy. Tampoco me afecta el síndrome del entendido: ni estoy dispuesto a buscar defectos como sea en el trabajo de quienes osan ponerse frente a un auditorio, ni me divierte adoptar poses y fobias irracionales, ni me hago el imperturbable tras una gran actuación por si mi alegría compromete mi imagen de oráculo. Si estoy ahí es porque me gusta.

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