domingo, 23 de noviembre de 2014

Trailers from hell



Los que defendemos el tráiler como género cinematográfico por derecho propio, a menudo superior a las películas que anuncia, estamos topando con evidencias que amenazan con propiciar un cambio drástico de opinión.
En primer lugar, tenemos el concepto, supongo que originado en la mente de montadores ambiciosos que quieren dar el salto al largometraje, del tráiler como “condensado narrativo” de la película. Al querer demostrar una capacidad de síntesis de un material 100 veces más largo, lo que se termina ofertando no es ya un aperitivo para dar ganas de ver la película, sino una síntesis de la cual un espectador atento puede sacar todos y cada uno de los elementos y giros argumentales, final incluido. A menudo, un servidor se tapa los ojos, como un tierno infante amedrentado por el tétrico bosque de Blancanieves, cada vez que se topa con el avance de algún título que le interesa, para no perder la ignorancia de su desarrollo cuando llegue la hora de verlo.

En segundo lugar, la agresividad de algunas distribuidoras empeñadas a toda costa en que el público de sus salas conozca los títulos que traerá próximamente a las pantallas. Como espectador habitual de la cadena Renoir en Madrid, he visto consternado la llegada de una distribuidora, Caramel Films, que literalmente bombardea al espectador con sus avances, incluyéndolos en todas las películas de la multisala. Si un servidor no ha terminado viendo al menos 10 o 15 veces los tráilers de “Ida”, “Viajo sola”, “El secuestro de Michel Houellebecq”, “La sal de la Tierra”, o, en la actualidad, “Camino de la cruz”, es que no los ha visto ninguna. Mi espíritu de contradicción se subleva. Con la excepción de “Ida” (muy estimable peli que algunos equivocadamente toman por un ejercicio de rigurosa austeridad, cuando en realidad es un guateque hedonista de encuadres chachipirulis en 1:1,33 y estética retro) o la peli de Houellebecq (rarísimo ejemplo de “post-humor” del que los no seguidores del escritor no sacarán casi nada y que gracias a un nombre sonoro en su título ha adelantado internacionalmente a pelis más interesantes), no he pasado por taquilla para ver ninguna de ellas e incluso tomo nota en mi cabeza para no hacerlo, encontrando argumentos adicionales en contra a cada repetición, hartándome de lo guay que es Sebastiăo Salgado o del Dreyer recalentado en microondas que nos quieren vender con Dietrich Brüggemann. Con una sola vez, ya me daría por enterado, o incluso con un simple cartel. Lo demás es tratar a los cinéfilos como borregos sin capacidad de atención o memoria.