viernes, 9 de enero de 2015

Un ciego con una katana



Lo que nunca me ha gustado del discurso pro-japonés de personajes como Vigalondo es que hace creer que allí la extravagancia es la norma, que el emblema del cine de género es un Seijun Suzuki, que sin embargo acabó despedido por la Nikkatsu, o que lo grande del anime es que puede producir cosas como “Urotsukidoji”. Y, sin embargo, hacer así, por muy contrario que sea a las ideas recibidas que quieren hacer de artistas sensatos y equilibrados como Ozu la norma aceptable en Occidente del cine nipón, no deja de ser otro reduccionismo que propicia reacciones injustas, como la de aquellos que rechazan de plano la producción contemporánea para las pantallas del archipiélago porque vieron una de Takashi Miike y caray, vaya degeneración mental.

Lo interesante es darse cuenta de que existe una producción popular, artesanal, sin ínfulas rompedoras, pero que proporciona un placer inconfundible que nunca defrauda, conviviendo con las rarezas de autor o las idas de olla. Cuando uno ve “Ruta sangrienta”, decimoséptima entrega de la saga “Zatoichi”, con Shintaro Katsu, no hay sorpresas que valgan, no falta ningín ingrediente: Zatoichi se ve perseguido por una turba de individuos malencarados, que despacha con su infalible sable pese a ser ciego; aparece un poderoso espadachín que sabemos que al final cruzará katanas con el masajista; Zatoichi, por los azares de la vida, tendrá que cuidar a regañadientes de un ser desvalido al que al final tomará cariño; por el camino, a menudo durante partidas de dados, unos desaprensivos tratarán de timar al héroe aprovechándose de su ceguera y serán timados a su vez; tras una batalla espectacular, Zatoichi caminará solo hacia el crepúsculo, sumido en una aureola de tristeza consustancial a la vida de un yakuza vagabundo sin hogar ni seres queridos.

No hay sorpresas, pero el oficio de Kenji Misumi y el equipo de la Daiei, amén de la actuación del mítico Katsu, se las arreglan para entretener introduciendo siempre alguna pincelada temática peculiar que en el cine de género hollywoodense no se acostumbraba: en la peli que nos ocupa, el espadachín ciego ha de defender la vida de un joven pintor sentenciado a muerte por el shogunato debido a los dibujos eróticos prohibidos que el padrino del lugar le obligó a crear como base de un tráfico pornográfico avant la lettre. La coincidencia en el tiempo de este visionado con el lamentable atentado contra “Charlie Hebdo” recalca aún más la peligrosidad necesaria del arte, necesitado hoy más que nunca de espadas justicieras y ciegas que lo defiendan.

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