martes, 3 de febrero de 2015

Héroe o timador



La ficción imita la realidad, pero al mismo tiempo termina influyéndola. Pongamos por caso “Crónica de una mentira”, película francesa del año 2009 inspirada en el caso de Philippe Berre, quien, haciéndose pasar por ingeniero, llegó a contratar personal para retomar las obras de la autopista A-28, interrumpidas para evitar la extinción de un escarabajo conocido popularmente como el “pica-ciruelas”.

La película, como suele ser el caso, “redondea” el suceso, trata de “arreglarlo”, desarrollar un potencial de cuento moral ausente del prosaico timo original. La interpretación de François Cluzet no da lugar a sorpresas: desde el principio es un personaje sombrío y triste, con una nube depresiva sobrevolándolo en todo momento, que, si bien es adecuada para la idea de los cineastas de un ex presidiario arrepentido que busca su redención, le hace a uno preguntarse cómo le es posible engatusar a todo el mundo en una sociedad que valora la extroversión como una prueba de competencia.

Hay una curiosa e improbable intersección entre el subgénero de timadores y la fábula social: el estafador se ve envuelto por pura casualidad en el posible asunto lucrativo, y, tal como nos lo presentan el guión y la dirección, se deja llevar por sus tendencias naturales de pícaro, construyendo con habilidad una empresa ficticia a la que dota de verosimilitud mediante detalles fascinantes (por ejemplo, a la hora de crear el membrete recortando anuncios de prensa, el resultado es tan obviamente falso que finge el deterioro por lluvia de todo su material impreso para delegar su fabricación en una imprenta profesional).

El cambio de mentalidad se justifica sentimentalmente: el chaval que sobrevive robando en coches y vendiendo droga le recuerda su propia juventud, la alcaldesa del pueblo inmerso en el paro y la postración (una cesarizada Emmanuelle Devos que, a juzgar por sus artísticas poses de desnudo, ha envejecido mejor que muchas actrices de su quinta) le inspira un amor problemático (él entiende en un principio que ella se le ofrece para sellar la alianza económica que salvará la situación), su antiguo colega de fechorías (un Depardieu orondo y desprejuiciado que ya encarnaba a la perfección el arquetipo de mafioso y corrupto de poca monta incluso antes de mudarse a Rusia) querrá intervenir en el asunto y le decidirá aún más a comprometerse para salvar distancias.

El idealismo del personaje de Cluzet parece haber dejado mella en el propio Philippe Berre, quien, celoso de la fibra moral de su contrapartida ficticia, dio un giro solidario a sus actividades de usurpación de personal consiguiendo combustible para el socorro a los afectados por el temporal Xynthia. Cluzet, en la pantalla, es el vaquero solitario cabalgando hacia el crepúsculo al estilo Lucky Luke, y los rótulos pre créditos nos hacen creer que la policía nunca lo volvió a atrapar después de su última detención, mientras que Berre, por lo visto, prosigue impenitente su carrera de impostor.  La A-28 fue finalmente llevada a término pese al escarabajo, pero toda relación causa-efecto con los manejos del timador pertenece al reino de la imaginación.

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