viernes, 3 de abril de 2015

XII Muestra SyFy, capítulo IX: Me enamoré de una diosa


Confieso que me provocan cierta melancolía los numeritos de Dolera en torno a “la Muestra del Amor”: al fin y al cabo, una de las cargas existenciales por excelencia del friki medio del fantástico es constatar en carne propia que el amor es tan ficticio, o tan real, como los zombis, los alienígenas, Conan o el Capitán América. Sintiéndolo mucho, en el retrato robot de muchos de los asistentes se encuentran rasgos parecidos: sexo masculino, un grado mayor o menor de exclusión de los círculos sociales “que importan” y el convencimiento ingenuo de que las mujeres son una especie de monstruos maravillosos de otra dimensión, a pesar de sufrir una serie de terroríficas metamorfosis, una vez al mes, que pueden convertir la vida de su acompañante en un pequeño infierno.


De ahí a la premisa de “Spring”, de Justin Benson y Aaron Moorhead, hay solo un paso. La idea de que el desconocimiento de las relaciones verdaderamente enriquecedoras se debe a la conspiración de las circunstancias (cuidar de un progenitor enfermo básicamente te tacha de casi todas las listas) y a un medio ambiente poco propicio al florecimiento de la poesía (unos Estados Unidos vistos como una nación rústica de peleas en bares y mozas promiscuas de escasa sensibilidad) suena bastante consoladora para aquellos espectadores que se sienten atrapados en sus vidas y miran al extranjero con ojos románticos. Un lugar como Italia, con su aureola sensual y misteriosa y sus veintitantos siglos de apasionante historia (en lugar de solo dos y pico) parece el caldo de cultivo propicio para todo tipo de cambios.


A partir de aquí, lo que se intenta es ambicioso: nada menos que la síntesis entre una comedia romántica indie (la relación entre los personajes de Lou Taylor Pucci y Nadia Hilker se parece bastante a las descripciones de la trilogía “Antes de…” de Linklater, que todavía tengo pendiente de ver) y un concepto numinoso y terrorífico de la mujer como ser de sabiduría inmemorial y realidad biológica aterradora, que se literaliza convirtíendola en monstruo a la manera de “Cat people”, con el cual todo macho bien dispuesto ha de contemporizar haciendo gala de una mentalidad comprensiva y una razonable aceptación de los riesgos.


Yo le doy puntos a la película meramente por intentar algo que quizá no se pueda hacer. El extrañamiento que producen los cambios de Louise, su peculiar influencia sobre la naturaleza que la rodea (como si se tratase de una especie de diosa de la fertilidad), los rituales mágicos que pone en práctica, sacrificios de sangre incluidos, casan mal con la locuacidad incontrolable de un cierto cine indie, desembocando en larguísimas y confusísimas explicaciones que matan toda la seducción fantástica que se hubiese podido crear hasta entonces. En ese sentido, la película es la antítesis de “Under the skin”, vista la noche siguiente, que decide sabiamente no explicar nada y dejar que el espectador comprenda. Por citar solo un ejemplo, desde el momento en que vemos que el retrato de la mujer romana, y otros de épocas posteriores, tienen ojos de color diferente, ya comprendemos que Louise es una inmortal, sin necesidad de diálogos de cinco minutos para explicarlo. Dejar entre las nieblas del misterio la naturaleza de la chica, favorecimiento diferentes teorías en cada espectador, habría sido más apropiado. También sospechamos que habría hecho falta un mayor talento guionizador para hacer creíble semejante personaje femenino, pero, como fantasía consoladora para quienes esperan aún misterio de la vida, la verdad es que es casi adecuado que no esté del todo bien concebida.

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