miércoles, 8 de abril de 2015

XII Muestra SyFy, capítulo XIV: She walks in beauty, like the night


Seríamos un poco malos si dijéramos que la famosa “película de vampiros iraní” no es ni “de vampiros” ni “iraní”. Evidentemente, vampiros tiene al menos uno, la francamente guapa Sheila Vand, aunque, si entendemos “película de vampiros” como aquella en la que se utilizan concienzudamente los tropos anejos a la mitología del chupasangres, me da que las analogías con lo que ha rodado Ana Lily Amirpour serían pocas. De la misma manera, por más que, en palabras de Dolera, “el ritmo sea iraní”, poco tiene que ver esto con Kiarostami (como mucho, con Kaurismäki), y además la película está rodada en su mayoría en Bakersfield, California.


Por supuesto, el concepto es tan bueno que sorprende que a nadie se le haya ocurrido antes, y todo parte de una rima visual, la del vestido femenino islámico tal como se lleva en países como Irán con la capa tradicional del conde Drácula. Bueno, uno imagina que, si una niña inmigrante fuese vestida así en mitad de niños de otras nacionalidades, la broma surgiría tarde o temprano. Lo brillante es que, en efecto, en una sociedad integrista las chicas tienen prohibido salir a determinadas horas, y más aún sin compañía. Convertir a una proscrita vulnerable en un ser poderoso y peligroso es un “empowerment” de manual que habrá hecho aplaudir con las orejas a las feministas, e incluso podría acabar trayendo una película tan especial como esta a nuestras pantallas de arte y ensayo, que acogen lo políticamente correcto con brazos abiertos.


Supongo que la película puede resultar entrañable si se aborda sabiendo lo que es. Más cercana al cine de autor lacónico del primer Jarmusch o de los hermanos finlandeses ya mencionados (o incluso de ciertos rasgos de Wenders) que a la locuacidad ultrarreferencial que puso de moda Tarantino, “A girl walks home alone at night” posee un empaque visual en blanco y negro que se las arregla para trascender un presupuesto muy pequeño, aprovechando sus localizaciones norteamericanas para convertir su Irán imaginario en un territorio de western donde la justicia contra el macho opresor la hace una muchacha sobre monopatín armada de colmillos que aconseja a los niños, por su bien, que se porten bien de mayores.


Hay quien dice que aquí se pulsan todos los botones de lo guay, llegándose incluso a reivindicar el vinilo como solo se puede hacer en 2014 (también Jarmusch inició su “Only lovers left alive” con la imagen de un giradiscos) y a conjugarse de manera un poco artificial el ochenterismo de Michael Jackson o Lionel Richie con clásicos ocultos de la musica disco farsi. Lo que un servidor echa un poco en falta, siendo fan de Marjane Satrapi, es un poco más de salero. El laconismo se puede confundir muy fácilmente con la solemnidad, a la par que resulta una opción sencilla cuando el guión es varias veces más corto que la película. Una mayor concentración de metáforas poderosas como la de la cuneta llena de muertos que no llaman la atención de nadie podría haber ayudado a levantar la película muy por encima de la categoría de curiosidad festivalera y tarjeta de presentación que ya ha ayudado a lanzar una carrera. Veremos con el tiempo si Amirpour tiene dentro algo más que una ocurrencia ingeniosa.

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