No marigolds in the Promised Land: There's a hole in the ground where they used to grow.
lunes, 29 de marzo de 2010
VII Muestra Sy Fy de Cine Fantástico, cuarto día
Como espectador, siempre he sido de los de ver el vaso medio lleno y no medio vacío. Esa es la razón por la que, al final de la Muestra Sy Fy, mi balance es más positivo que el de la media de espectadores. Me está pareciendo que vivimos una época en la que personas que no saben lo que quieren van por la vida con enormes expectativas, sin reparar en la contradicción interna. Yo, en cambio, tengo razones para salir contento, lo cual ya es demasiado en un festivalillo en el que, como fiel reflejo del estado de las cosas, hemos tenido una secuela, un remake y la secuela de un remake. Por lo pronto, nunca hubiese tenido la oportunidad de ver, o incluso ni siquiera hubiese oído hablar, de películas como “Cargo”, “Amer”, “Summer wars” o “The disappearance of Alice Creed”. Por otro lado, no me hubiese dado la gana de ver otros títulos de salida segura por lo menos en DVD, como “The crazies”, “The children” o “The descent 2”, que ahora, por diversas razones positivas o negativas, no me arrepiento de haber visto. Aparte de todo esto, ese fugaz sentimiento de comunidad con personas a las que ves en una sesión tras otra, con las que a veces charlas y comentas la jugada, hace bastante por aliviar ese sentimiento de soledad que sentimos los que nos desenvolvemos normalmente en ámbitos donde la más mínima concomitancia con lo friki suele verse como indicio de desorden mental, inmadurez o psicopatía latente.
Algo que veo curioso es el batiburrillo de elementos dispares que suelen configurar la programación. Tiene que haber, como mínimo: una o dos en plan casquería; una japonesa o coreana, a ser posible de acción; alguna de animación; por lo menos algún fantastique de arte y ensayo para los paladares más finos como el de un servidor; alguna de ciencia ficción más o menos clásica; alguna tirando más a lo indie. No sé qué imagen se puede dibujar conectando estos puntos; probablemente la de esa “modernez” que tanto fustiga Carlos Boyero como si de la conspiración judeomasónica se tratara y a la que me siento orgulloso de pertenecer a pesar de unos cuantos compañeros de viaje un poco dudosos.
Este año el toque indie lo quiso dar “Cold souls”, de Sophie Barthes (ignoro si hay relación familiar con el papa del estructuralismo, aunque cosas más raras se han visto), una clara imitación de los temas y formas de los guiones de Charlie Kaufman, aunque más pobre en casi cualquier nivel. El concepto de la pérdida del alma y sus ramificaciones no suele despegar por encima de chistes malos a lo Woody Allen en plan “No quiero que envíen mi alma a New Jersey”, y no es capaz, en hora y media, de superar el nivel intelectual del episodio “Bart vende su alma” de “Los Simpson”, que dura veintipocos minutos. Me confieso más bien incapaz de captar el carisma como actor protagonista de Paul Giamatti (aunque la para mí desconocida Dina Korzun estaba francamente bien como actriz y como mujer), y me descorazonó ver lo gorda que se ha puesto Emily Watson. La melancolía rusa, plasmada en esa fotografía de colores fríos, tiene su aquel, pero el nivel de ingenio es bajo en la comedia, así como el de intensidad en el drama. No se llega al nivel abismal de otros pseudo-Kaufman recientes (mi bestia negra particular es “Extrañas coincidencias” de David O. Russell), pero aun así esta “Cold souls” me parece muy de andar por casa, poco trabajada y poco sorprendente, este último pecado imperdonable para el tipo de obra que aspira a ser.
Da que pensar que, en una muestra de cine fantástico, una de las cumbres, o para algunos la cumbre, haya sido una película que no es de género. Hombre, uno podría argumentar tramposamente que los temas de aislamiento del exterior, de creación de una realidad cerrada y alternativa, que se tratan en la griega “Canino” son bastante vecinas al universo de la CF. También podría afirmarse, de un modo menos pretencioso, que es una película muy friki y casa bien en un festival friki. Sea como fuere, el mérito de hacer vendible una obra tan de arte y ensayo al mismo público que dejó por los suelos una maravilla como “Amer” reside en el conocimiento íntimo que tiene Yorgos Lanthimos de los resortes que hacen triunfar y ganar renombre internacional al cine artístico desde los tiempos de Antonioni, Bergman, Fellini o Bertolucci. Es decir, erotismo y morbo. Esas escenas softcore con preciosísimos encuadres, protagonizadas por jovencitos con maduras o por hermanos practicando sexo entre sí serán vistas por algunos, a buen seguro, como provocaciones gratuitas, pero las veo bien integradas en la lógica interna del discurso, que busca demostrar cómo la búsqueda de la pureza mediante la negación del mundo exterior sólo engendra perversión y decadencia. No sólo la película es una lección de cómo crear significado y dinamismo interno mediante una inacabable sucesión de planos fijos exquisitamente pensados y ejecutados, de dar sentido a elementos de lo más disparatado (pronto nos damos cuenta de que lo que habíamos tomado por malas interpretaciones de los chicos era algo deliberado, pues las personas que no han tenido contacto con el mundo natural nunca pueden ser naturales) y de mezclar tonos de la manera más novedosa e inesperada (constantemente sentimos hilaridad por lo absurdo de las situaciones, pero la risa a menudo se hiela por yuxtaponerse lo ridículo y lo patético), sino que le basta un momento fugaz de violencia para ser más desagradable y perturbador que todo el gore de saldo que hemos visto en otros títulos de la Muestra. Si Michael Haneke ha sido capaz de llegar a “La cinta blanca” a partir de “Funny games”, película que se podría emparentar con “Canino”, pero que a mi juicio es bastante inferior, yo no sé a qué podría llegar este griego si no le ha sonado la flauta por casualidad.
Después de este hito, casi cualquier peli habría sido un anticlímax, pero aun así lo de “Halloween 2” no tuvo nombre. Mi primera experiencia en el cine del afamado Rob Zombie podría ser la última si no mediaran informes de otras personas en las que confío un poco. Elemplo claro de lo que es llevar al cine de buen presupuesto no ya los principios de la serie B sino los de la serie Z, “Halloween 2” no pasa de ser una sucesión de viñetas con un pretexto bastante leve y una impresión constante de haber sido pergeñadas sobre la marcha. Desde el momento en que el inicio de la película, correlativo al del “Halloween 2” original de Rick Rosenthal (no me resisto a citar su título original en España: “¡Sanguinario!”, así, con signos de admiración y todo), que al menos tenía como virtud seguir justo en el momento en que terminaba su antecesora y así poder saltarse la penosa exposición de elementos de la saga que todo el mundo conoce; en cuanto vemos que todo aquello no es más que una pesadilla de Laurie, empezamos a tener dudas muy razonables sobre el producto en su conjunto. La puesta en escena es rudimentaria (sobre todo después de “Canino”, que tiene una puesta en escena de matrícula de honor), los asesinatos son cafres y brutos, sin nada del refinamiento artístico que cabría esperar de un subgénero que en teoría se inspiró en gente como Mario Bava, y para colmo nunca vemos ninguno bien, en plena sintonía con la creencia actual de que una cámara espasmódica hace vivir más intensamente las imágenes que rueda (otra comparación odiosa: el agónico asesinato final de “Amer”, rodado en planos detalle casi pornográficos e incómodo precisamente porque ves demasiado), los toques oníricos, con las apariciones del pequeño Michael, su madre y el famoso caballo blanco, cansan a su tercera aparición e incluso al final se nos pretende sorprender con su significado real, que no sorprende absolutamente a nadie, y, para colmo, tras la hiperbólica catarsis final, dudo que haya alguien que a estas alturas no se sienta estafado cuando llegue la inevitable “Halloween 3”. Quizá el objetivo secreto de Rob Zombie fuese cargarse de una vez la saga, pero dudo que lo consiga, incluso con una aportación tan lamentable como esta. Lo peor de la Muestra, con diferencia, y una despedida más bien triste, si bien tal vez esté hecho a propósito, como hacen algunas chicas para dejar a sus novios: en los últimos días se portan fatal con ellos, no porque lo sientan, sino por su bien, para que luego no sufran echándolas de menos.
domingo, 28 de marzo de 2010
VII Muestra Sy Fy de Cine Fantástico, tercer día
Ya lo sabía yo. Risas, cachondeo, gente gritando “Me aburro”. Incluso riéndose por el mero hecho de que aparezciera la más mínima insinuación de sexo (debe ser que ahora la reacción ante lo desconocido es la risa), o simplemente porque el encuadre fuera un poco extraño. Pero al menos los programadores de la Muestra, en su intención de contentar todos los gustos, se arriesgan con el fantástico más de arte y ensayo, con esas películas para las que sólo hay dos opiniones posibles: el rechazo más visceral o la fascinación más hipnótica. Pero aun así, ante muchas de las reacciones presenciadas, me surge la duda: en toda la platea del Palafox, ¿tan pocos fans había de Bava y Argento?
“Amer” (Amargo) de Hélène Cattet y Bruno Forzani, podía haberse quedado en un simple pastiche del terror italiano y el giallo, con su iconografía de caserones abandonados, luces de colores primarios, asesinos enmascarados con guantes negros, navajas barberas, erotismo, muertos que caminan y músicas cantosas de Morricone o Stelvio Cipriani. Pero quizá lo que cabree a mucho público sea que todo ese enciclopedismo no está orientado, como el 90% de los pastiches, a echarse unas risitas, sino que hay unas claras intenciones de hacer algo más serio, de aprovechar todo ese material sesentero y setentero para integrarlo en un retrato experimental, sensorial y extraño de cómo una mujer pasa de los terrores de la infancia a los de la adolescencia y la edad adulta, con las pulsiones sexuales como un elemento de inquietud y terror y la figura del asesino como un violador sublimado. Si un proyecto de entrada tan pretencioso se combina tan bien con el homenaje al cine de género es porque en el fondo el estilo del giallo era una versión explotativa de la retórica visual de gente como Antonioni; lo que han hecho Cattet y Forzani ha sido volver a los orígenes, destilar todo lo artístico que pueda haber en un Dario Argento y servirlo concentrado en una peli exigente, de una planificación, montaje y diseño sonoro prodigiosos, que pide mucho al espectador pero lo gratificará, si entra en el juego, con un apasionante y arriesgado estudio de la sexualidad femenina, planos de los que hacen época, atmósferas de terror verdaderas y un clímax gore rodado íntegramente en planos detalle de los que hacen retorcerse en la butaca. Pero, claro, si a estos tipos de cine les filtras sus componentes de basura, lo que queda es arte, y, a tenor de lo visto, uno debe de ser de los pocos que sigue estos géneros por lo que tengan de arte. Pero en fin. Obra maestra. Le pese a quien le pese.
Siguiendo con el batiburrillo de subgéneros, le llegó el momento al anime con “Summer wars” de Mamoru Hosoda, que, si llama la atención por algo, es sobre todo por conjugar psicodelia visual, retórica de videojuego, frikismo geek y una visión de la familia japonesa más complaciente, pero también más entretenida y quizá más iluminadora culturalmente, que la de, por ejemplo, “Still walking” de Kore-eda. Los que conozcan a Hosoda por “La chica que saltaba a través del tiempo” se encontrarán un producto cien veces más denso, tan susceptible de provocar epilepsia en niños (o adultos) impresionables como los efectos estroboscópicos de “Pokémon”, un tanto difícil de seguir para los poco versados en redes sociales o juegos en red y bastante localista (por ejemplo, en ese clímax que enfrenta a la protagonista y a la maligna inteligencia artificial en una partida de naipes tradicionales japoneses: ¡y yo que suelo quejarme de no entender las partidas de póker en el cine americano!), pero igual de ingenuo y entrañable en su vertiente amorosa y melodramática, y con un vigor narrativo fuera de toda duda. Esto, como “Amer”, tampoco es para todo el mundo (un colega mío se salió a los 40 minutos), pero, aparentemente, en Francia lo estrenó en cines la Warner. Aquí sería imposible: ¿una película de animación que no pueden entender ni los niños ni los adultos? Dad gracias si sale en DVD.
También dudo que llegue a cines “Vengeance”. A pesar del díptico “Election”, Johnnie To sigue sin haber sido “descubierto” en salas. Su cine de acción supera de largo muchos hitos del John Woo hongkonés, pero da igual: una película de chinos pegando tiros jamás se va a poner en multisalas, porque el público de palomitas, para eso, es muy racista, pero el público “no racista” de las salas en V.O. sí suele serlo para las películas de género. Haría falta un “tercer circuito” para un público como el que llena estas muestras, pero por lo pronto no parece haberlo y hay que sustituirlo con DVDs importados y descargas de la mula. Dinero que se pierden algunos tontos.
Aunque bueno, lo mismo la presencia de Johnny Hallyday, si atrajo a mi amiga Carola, que sigue siendo físicamente tan fría (no sé, lo mismo sus complejos sexuales dejan en zapatillas a “Amer”), convencería a algunos distribuidores anclados en la cultura popular francesa de los 60 para traer esta impagable historia de un amnésico que quiere vengarse de los que mataron a su familia a pesar de que es incapaz de retener un rostro (aunque yo creo que eso le pasaría a la mayoría de occidentales en Hong Kong sin necesidad de ninguna bala alojada en el cerebro). Qué poco conozco a To pero qué estilo a la hora de rodar, qué planteamiento renovador en las situaciones, qué detalles de humor absurdo. Habría sido curioso ver a Alain Delon en el papel (por eso el protagonista se llama Costello, como en “El silencio de un hombre”), pero ese semblante granítico de Hallyday es oro puro. Grande.
La siguiente polémica llegó con “Splice”, historia de CF que plantea una metáfora sobre el deseo de paternidad con momentos interesantes pero que se desvía por caminos poco apropiados, quizá por afán de sensacionalismo, quizá por querer hacer una película muy de género sin darse cuenta de que observar convenciones supone repetir un discurso acompañante a veces un poco caducado. La idea de educar a un híbrido genético como al propio hijo, de repetir con él los mismos errores que cometieron nuestros propios padres, tiene aspectos atractivos (en especial la actuación de Delphine Chanéac y algunos efectos) y algunos desarrollos desmadrados (esas escenas eróticas) propios del mismísimo Ken Russell, que para mí, pero para muchos otros no, compensan sus tópicos de serie B y su desarrollo menos novedoso de lo que pretende ser. Se le tienen muchas ganas a Natali, y no sé por qué: un tío que en unos 15 años ha hecho cuatro películas, alguna de ellas no estrenada aquí, y que se va fraguando una carrera con ciertas pretensiones en un género que parece estar en poder de los fabricantes de videojuegos no merece esa legión de detractores. Pero si ya han caído en desgracia gente tan consolidada como del Toro o Peter Jackson y se va derrumbando la reputación de alguien antaño tan indiscutible como Tim Burton, ¿por qué no Natali, que aún no es nadie? Tampoco creo que sea un gran autor del fantástico, pero, hoy por hoy, es de los que más se parecen a ello, y hay que defenderlo.
No me extrañaría que muchos prefirieran, antes que “Splice”, la clausura de la noche, “The children” de Tom Shankland. Mucho me extraña que esta película se haya hecho en una Inglaterra traumatizada aún, 40 años después, por los Crímenes de los Páramos de Myra Hindley e Ian Brady, pero ya veis, aquí tenemos una más de infectados en la que tiernos y adorables infantes mutan en crueles asesinos. No hay mucha puesta en escena: la atmósfera se crea a base de música de fondo y planos de bosques invernales, los clímax se estructuran en forma de montajes trucados de acciones paralelas, que, a pesar de evadir algunas de las responsabilidades de un realizador que quiera realmente inquietar, no dejan de ser lo mejor y lo más vigoroso de la película, junto a esos momentos brutos (tanto más cuanto que los sufren personajes infantiles) que tanto hacen aplaudir a nuestro estimado público. Pero, a la hora de considerar la moraleja subyacente, hasta en eso es mejor “Splice”: Natali nos dice que es irresponsable querer tener hijos y que es inevitable equivocarse a la hora de educarlos, pero que, pese a todo, se va a seguir experimentando, sea cual sea el resultado; Shankland parece optar por el aborto universal como solución al problema infantil, un nihilismo que se le aceptaría si su película poseyera mayor enjundia, pero que se queda en ganas de epatar. Incluso a la hora de ser sensacionalista, sigue habiendo clases.
sábado, 27 de marzo de 2010
VII Muestra Sy Fy de Cine Fantástico, segundo día
El subgénero zombi encierra una contradicción esencial: es al mismo tiempo el más misántropo (el deseo de exterminar masivamente a los semejantes se puede cumplir con menores escrúpulos morales aún que con los nazis) y el más gregario y propenso a la juerga (una chica que se sentaba junto a mí hablaba de que nadie se niega a participar como extra en un corto de zombis). La contradicción se resuelve mal, de ahí que en este tipo de cortos, y en general los del fantástico, pese más el componente festivo que el rigor del “perfecto cuentista”, que diría Horacio Quiroga. Incluso cuando hay una mala leche social subyacente (el alemán “Arbeit für alle”), se tiende más a hacer reír de/con la chapuza que a otra cosa. De este tipo tuvimos varios en la sesión de cortos, y encima proyectados en DVD. Me quedé con el mal rollo femenino del francés “Barbie girls”, o, sobre todo, con el británico “The last breath”, centrado menos en la violencia epatante que en la graduación del suspense y el desarrollo mínimo, pero potente, de una idea.
“Cargo” prometía a priori por el detalle de apostar por una CF seria en estos tiempos de adaptaciones de videojuegos y atracciones de parque, pero el buen trabajo visual apenas podía con la falta de carisma narrativo (suficiente para hacer recapacitar a los detractores de “Sunshine” de Danny Boyle) y con lo previsible de sus conceptos. Uno se pregunta por qué nadie es capaz de juntar un presupuesto como este para hacer algo más gamberro, al estilo de los “Diarios de las estrellas” o el “Congreso de futurología” de Stanislaw Lem (un tipo de CF, el futurista-satírico, que practicamente jamás se ha hecho en cine). Probablemente “Cargo” sea una película que haya que defender por lo que quiere representar, pero en el fondo hace lo mismo que el “campo enemigo” de Hollywood: un “cortapega” de tópicos de “2001”, “Alien” o “Naves silenciosas”, pero sin el toque mágico que la haga memorable por sí misma. Será que es una peli suiza, y, claro, ahí hacen muy bien los relojes de cuco y bla, bla, bla... (Por cierto, no me resisto a pinchar a los amantes de los formatos digitales: qué decepcionante esa proyección en HD, que, pese a verse bien, no llenó toda la pantalla de scope y tuvo un par de “apagones” que con el 35 jamás hubiesen sucedido).
La peli de la que nadie esperaba nada, “The disappearance of Alice Creed” es hasta ahora la sorpresa de la muestra. Un thriller británico de secuestros, claustrofóbico y sórdido (memorables un par de escenas centradas en las funciones corporales de evacuación), hecho con sólo tres actores, dos decorados y una furgoneta, y ejemplar a la hora de mantener el interés con giros constantes del guión y una tensión que apenas decae. Únanse a esto unos personajes gays alejados del estereotipo de locazas, y una iconografía bondage desasosegante, para configurar una película que merecería ser de culto más que muchas que andan por ahí con edición especial en 2 DVD, pero en cuyo estreno español no confiamos demasiado.
La que sí saldrá, al menos en vídeo, será “The descent 2”, que, si bien no aporta nada a la primera parte, sí procuró esa ración de gore festivalero que no nos haría distrutar tanto si la viéramos solos en casa. Especialmente pródiga en coloristas efusiones de hemoglobina, babas viscosas y otras simpáticas sustancias (la escena en el cagadero de los monstruitos de la cueva nos extraña menos cuando vemos en los créditos que uno de los guionistas es J. Blakeson, el responsable de “Alice Creed”), y con un encarnizamiento en cargarse personajes que no respeta ni al venerable Gavan O’Herlihy como sheriff cabronazo, la peli de Jon Harris, montador de la primera parte, permitió que los asistentes a la Muestra liberasen su gusto infantil por las guarrerías de nuestro cuerpo, léase caca, pedo, pis, y, por qué no, sangre. Lo cual no me parece necesariamente negativo a no ser que nos quedemos anclados en esa fase. Si esto sucede o no, lo sabremos esta tarde con la peli de las 4, la belga “Amer”, cruce entre el giallo y Antonioni que no utiliza diálogo alguno y que promete ser el momento “arte y ensayo” por excelencia de la Muestra.
viernes, 26 de marzo de 2010
VII Muestra Sy Fy de Cine Fantástico, primer día
De algo han servido finalmente James Cameron y “Avatar”: para enderezar la pantalla de la sala grande del Palafox madrileño. Aunque quizá el precio pagado por comprobarlo haya sido un poco alto: dejar que nos coloquen una pulsera en la muñeca, como a los infectados de “The crazies”, probando a la humanidad durante todo el fin de semana, incluso en la ducha, que lo nuestro con este tipo de cine es grave, peor, si cabe, que un virus.
¿Qué se puede hacer con este tipo de enfermos? El director Breck Eisner nos da la pista desde la escena inicial, donde suena una versión del famoso “We’ll meet again” de Vera Lynn. Una solución que tampoco es nueva en estos tiempos de serie B de los que hablábamos anteayer, aunque nos venga envuelta en una conciencia autocrítica: medios de comunicación que mienten, pobres soldados obligados a masacrar a civiles, satélites espías de los que nadie puede esconderse.
¿Merecerá la pena salvar a toda esta población friki que sólo aplaude en las secuencias más gore? ¿Bastarán las calorías del chocolate blanco Milkybar para combatir el avance del virus maligno? ¿Pasará Radha Mitchell toda su carrera combatiendo a hordas de infectados, murciélagos alienigenas y cocodrilos asesinos? ¿Será el corto de Leticia Dolera superior a “Vinyan”?
La respuesta a estos y otros interrogantes la tendremos en el cine Palafox de Madrid hasta el domingo. Si veis a alguien en las colas leyendo un tocho rosa de relatos de Jean Ray, seré yo.
miércoles, 24 de marzo de 2010
Cuando todo se escribe con B
Que un dogma haya perdido relación con el contexto que lo originó no suele ser obstáculo para que se siga creyendo en él. Al igual que hay quienes siguen considerando al cerdo como un animal impuro, pese a que el riesgo de sufrir una intoxicación con su carne durante una travesía por el desierto tire a mínimo, muchos siguen viendo en los valores de la serie B todo lo que merece la pena en el cine.
Cuando la pauta la marcaban las superproducciones ampulosas de David Lean y Robert Wise o los dramas existenciales de Antonioni y Bergman, podía tener cierta justificación reivindicar la narrativa directa de las películas baratas, la economía de sus guiones o la sinceridad canalla de su comercialismo, rico en elementos controvertidos como el sexo o la violencia con el objeto de ofrecer, en un producto modesto, aquello que los estudios serios ni siquiera soñarían con ofrecer.
Ahora, en cambio, ya llevamos unos buenos 30 años en que los valores de la serie B son los dominantes en el cine comercial, pero mostrados desde el ángulo menos favorecedor. La falta de pretensiones, los planteamientos provocativos al estilo tebeo, la acción sin tregua y la lógica delirante ya están instalados con firmeza en las multisalas, y si no que se lo digan a Michael Bay.
Si una película como "El libro de Eli" hubiese sido una producción setentera de la New World de Corman, con David Carradine como samurái custodio de la última Biblia, los mismos que la vituperan ahora producida por Joel Silver hablarían de ella con un cariño preocupante. Al final, todo viene a reducirse a una demagogia de cine rico contra cine pobre; me llama la atención que muchos cinéfilos rebeldes tiren de un burro cualquier blockbuster de moda para a continuación reivindicar infames productos rodados directamente para DVD que no son necesariamente mejores en cuanto a guión, realización e interpretación y que se basan exactamente en los mismos fundamentos teóricos y la misma cara dura.
Hoy en día, llevar la contraria a los modelos de la gran industria ya no consistiría en hacer películas pequeñas, descaradas y muy comerciales, que sólo son gestos serviles ante la profesión, cartas de presentación para poder hacer lo mismo con un presupuesto holgado, sino apostar por una densidad de contenidos exigente y por un lenguaje que no se pueda replantear como la lista de comandos de un mando a distancia.
Ello no implica que no podamos seguir disfrutando con cierto tipo de historias que priorizan un mínimo común denominador de entretenimiento, pero, por favor, no queramos dignificarlas con un barniz renovador e irreverente que ya hace muchísimo tiempo que perdieron.
domingo, 14 de marzo de 2010
Miguel Delibes (1920-2010)
Eran el tipo de libros de los que uno siempre quería escapar, tanto por su temática, con aquella miseria rural, aquellos niños obligados por las circunstancias a alimentarse de ratas o aquel caciquismo cerril de la España profunda, como por su estética, con aquel lenguaje escuálido y fibroso que parecía repudiar el mismo concepto de adjetivo.
Con los años uno se volvió menos radical, y llegó incluso a disfrutar con libros como “El hereje”, pese a su incómoda estructura y algunos conceptos freudianos del todo anacrónicos en el contexto de la época. Ahora, sabiendo de la muerte del autor, uno se pregunta si los modelos negativos no serán igual de importantes, si no más que los positivos, a la hora de formar nuestra personalidad y nuestros gustos.
domingo, 7 de marzo de 2010
To the lighthouse
Las imágenes ya no son lo que eran. Uno hubiese imaginado que un faro, por su propia naturaleza, era un símbolo ideal para la iluminación en mitad de un mundo sin referencias visuales, para la orientación en medio de un universo hostil, pero he aquí que, en dos películas de reciente estreno, ha venido a representar el mismísimo corazón de las tinieblas.
En “Shutter Island” es un foco de experimentos siniestros y tortura en mitad de un decorado ya de por sí amenazador y tormentoso, aunque, a la postre, venga a significar un olvido que se acoge con alivio si lo comparamos a otras opciones.
En “The lovely bones”, es el elemento discordante en un paisaje luminoso e ingenuo, porque aloja la memoria reprimida de un acto monstruoso, e incluso el lastre terrenal que impide acceder a un mundo mejor.
Dicho esto, cabe admitir que, en cierto sentido, el simbolismo de estas películas tampoco ha cambiado tanto en lo esencial: en ambos casos, la torre cilíndrica viene asociada a una violencia invasora, violadora del cuerpo o de la mente. Freud estaría orgulloso.