Hoy por hoy, parece que el máximo elogio que se le puede
hacer a una obra de ficción, o a casi cualquier creación con un desarrollo
temporal, es que sea “adictiva”, o sea, según la RAE, “que, empleada de forma
repetida, cree necesidad y hábito”. Lo cual deja claro que el gran modelo a
imitar por la sociedad de consumo moderna es el de la toxicomanía, el
consumidor sin voluntad capaz de todo para procurarse su nueva dosis. Uno, que
cree en el libre albedrío y en el poder soberano de dejar a un lado un libro o
una serie hasta un momento más propicio, que no desea ver colonizado su tiempo
más de lo que ya está, se siente un poco molesto. Amén de que enganchar, a veces,
es demasiado fácil: basta con cosquillear con picardía los bajos instintos.