Primero, el camino de la memoria, desde aquel Cinestudio Regio que conocí en sus postrimerías hasta rarezas como “Adrenaline le films”, hitos como mis primeros “Siete samuráis” o mi única y no muy afortunada cita en un cine con una francesa.
Segundo, el camino del cine europeo, de autor y español,
señalado como vía muerta por los comentaristas interneteros que parecen
alegrarse en sus comentarios a cada cierre de sala difusora de ponzoña
subvencionada.
Tercero, el camino de la entrañable sala de barrio alejada del
centro y sus aglomeraciones, hasta ahora última de un distrito donde el cine ha
pasado directamente a la historia.
Cuarto, el camino de los 35 mm, modo de
proyección que con sus parpadeos e imperfecciones daba un aura orgánica a las
películas y del que los Renoir Cuatro Caminos eran como la aldea de Astérix.