No marigolds in the Promised Land: There's a hole in the ground where they used to grow.
domingo, 24 de junio de 2007
Mis discos mágicos: "A Via-Láctea" de Lô Borges
Brasil no es sólo la juerga callejera del carnaval, la extroversión espasmódica, la diversión física, espontánea e inmediata de las pobres gentes que podrían estar muertas pasado mañana.
Si nos fiamos de los mundos interiores representados en la música popular, esta imagen vendría representada en nuestro imaginario actual por los desfiles callejeros organizados por Carlinhos Brown (que por cierto han eclipsado por completo a sus buenos discos), elevados a nuestro santoral progre por el documental de nuestro querido Fernando Trueba. Ya se sabe, Carlinhos es un santo porque hace obra social, y luego va a verlo Cachao y hacen una “jam session”, etc.
Pero también hay un Brasil más introvertido y secreto, más intimista e investigador, lejano de los tópicos artísticos de la samba, el baile o incluso la “bossa nova”, a la vez ambicioso y modesto, exuberante y económico.
Ahí lo tenéis a Lô Borges en la portada del disco, mirando hacia abajo, como si le diera corte, mientras las galaxias y las nebulosas brillan en el firmamento.
Lô Borges es un integrante del llamado “Clube da esquina”, grupo de músicos que cristalizó en la región de Minas Gerais alrededor de Milton Nascimento, y que cultivó un tipo de canción cercana al pop anglosajón (una de las canciones estrella de Lô es “Para Lennon y McCartney”) pero dotada de un grado de sofisticación en la armonía y los arreglos que contrasta con lo directo de las melodías. Simplificando a lo burro, y teniendo en cuenta que hablar sobre música es una tarea insensata por lo diferente de los lenguajes, podríamos decir que en este tipo de canciones encuentro lo bueno del pop y del jazz concentrado en canciones de tres minutos con estrofas y estribillo, sin casi tropezarme con lo malo e incluso pudiendo hacerme la ilusión de que no escucho ni pop, ni jazz, sino todo lo contrario.
(Podría escribirse largo y tendido sobre cómo algunas mentalidades progres aplauden en artistas de la MPB [Música Popular Brasileña] lo que criticarían sin piedad viniendo de artistas anglosajones, pero salvaré mis maldades gratuitas para otra ocasión).
En todo caso, Lô Borges, con su voz pequeñita, frágil, sin vibrato y no especialmente buena, logra resultar comunicativo y entrañable por lo sincero, con esas subidas en las que casi no llega, en esos quiebros estilo “blues”, arropados en este disco por una producción y unos arreglos que resultarán grandilocuentes a algunos pero supondrán una fuente inagotable de sorpresas a quienes se calcen los auriculares y no tengan miedo a la mezcla de barroquismo y simplicidad.
Ya sé que para algunos, Milton, Lô Borges y el “Clube da esquina” son una especie de equivalente brasileño del odiado rock progresivo (que a mí también me gusta), pero si uno no es capaz de disfrutar de este disco, por poner sólo un ejemplo, el pop Beatle tropical de “Equatorial”, con el memorable bajo de Paulinho Carvalho, te estás cerrando a muchas cosas buenas de la vida. Claro está que de eso se trata en el mundillo de la música pop y el rock, y por ende de la vida en general: uno afirma y hace valer su identidad a base de refugiarse en un estrecho nicho tribal y de lanzar anatemas contra casi todo lo que sea diferente.
Mientras tanto, yo no me canso de escuchar este CD de apenas 36 minutos, donde casi no sobra ninguna canción, desde la balada semi-jazzera de “Chuva na montanha”, buen remedo de aquel “Trem azul” de Lô que llegó a versionear Antonio Carlos Jobim, hasta la casi épica “Vento de maio” al alimón con la hermana Solange Borges, que casi repite en chica las mismas peculiares cualidades interpretativas, o los “remakes” de “Tudo que você podia ser” o “Clube da esquina nº 2”, aparecidos anteriormente en el mítico “Clube da esquina” de Milton en versiones más sencillas y menos fusioneras que, lo confieso, prefiero. Canciones maravillosas, musicalmente ejemplares, llenas de excelentes trabajos instrumentales de gente como el referido Paulinho Carvalho o ese Toninho Horta a quien Pat Metheny se ha pasado copiando 30 años sin que nadie diga nada, y capaces de transmitirme un sentido de la maravilla muy particular, a medio camino entre el descubrimiento de paisajes nuevos, la melancolía, la esperanza y la aventura.
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