lunes, 4 de junio de 2007

"Mockingbird" de Sean Stewart


Llevo ya un tiempo desmarcado de la corriente principal de los defensores de la literatura fantástica. A menudo no puedo evitar la sospecha inquietante de que los forofos a ultranza del género desean ante todo el “sota, caballo y rey” y que sus reivindicaciones de originalidad, cualidades literarias, etc. son ante todo “de boquilla”. Baste decir que varias de las novelas que más han impactado recientemente a la grey friki han sido trepidantes aventurillas de espada y brujería con un marcado carácter folletinesco, mientras que otras propuestas más arriesgadas han sido recibidas con narices arrugadas o aburrimiento puro y duro.

Por eso me cuesta imaginar que una novela como “Mockingbird” de Sean Stewart, inédita en español, pudiese captar el interés prioritario de los cuatro gatos que leen estas cosas. Si yo dijera que “Mockingbird” cuenta la historia de una bruja, me imagino decepciones mayúsculas al no encontrar ni ambiente terrorífico, ni vudú, ni hechizos macabros, ni la alargada sombra de la Inquisición. El friki, sintiéndose engañado, podría pronunciar esas dos palabras que en ocasión constituyen mortífero anatema contra las obras que utilizan elementos fantásticos “de otra manera”: ni más ni menos que “realismo mágico”.

De hecho, la bruja ni siquiera es la protagonista, si bien su sombra planea sobre todo el libro, desde las páginas iniciales donde se describe su funeral. Es su hija, Toni Beauchamp, poco agraciada, racional e inteligente, la que tendrá que cargar con el legado mágico de su madre a la par que se enfrenta a desafíos tan cotidianos como perder el trabajo, casar a su hermana y sobrellevar un embarazo.

Stewart no engaña a nadie y lo dice en la primera frase: “Mockingbird” es ante todo la historia de cómo Toni se convirtió en madre. Sus vicisitudes, contadas en una voz narrativa llena de ironía y chocante humor tejano, no andan muy lejos de lo que se denomina con cierto retintín peyorativo “chick lit”, incluyendo las ya clásicas escenas en que la protagonista analiza despiadadamente a los hombres con quienes se cita en busca del compañero y padre ideal, o las descripciones entre fascinadas y asqueadas de lo que un hombre pide del sexo con una mujer.

Las diferencias principales con este modelo residirían en lo peculiar de la narradora, cuyos intereses principales son el béisbol y la inversión en bolsa, y la manera en que los poderes sobrenaturales de Elena, madre de Toni, se convierten en una metáfora de la condición femenina y su complejidad.

La pena es que, al igual que en “Galveston”, la otra novela que conozco de Stewart, la premisa fantástica posee un potencial no explotado en la medida que lo desearíamos. Elena Beauchamp, durante su vida, guardaba en un armario siete muñecas que simbolizan a los Jinetes, los siete dioses que la poseían periódicamente y la convertían en un ser de grandes cualidades mágicas aunque también imprevisible y caótico en su vida personal.

A la muerte de Elena, es precisamente la menos “femenina” de sus dos hijas la que será bendecida (o más bien maldecida) con el mismo don, que deberá aprender a aceptar y adaptar a su manera de ser. Es decir, estamos ante la historia de cómo Toni Beauchamp aprende a ser mujer, pues supuestamente antes, como actuaria de seguros y apasionada del béisbol, no tenía verdadera idea de cómo serlo (qué bien me lo paso buscándoles lecturas malvadas a las obras que pretenden ser progresistas y feministas…)

La comedia es eficaz, y el tono popular y regional no está mal logrado, pero echo de menos saber qué hacen los Jinetes con la vida de Toni mientras la poseen. Stewart, astutamente, postula que la persona poseída es evacuada de su mente durante la posesión y que por ello no le es posible saber lo sucedido durante cada episodio. Sólo sabemos que los Jinetes, como buenos dioses, son arquetipos: el Predicador, de las creencias firmes; la Viuda, del estricto sentido práctico familiar; el señor Cobre, del vil metal; Azúcar, de la seducción y los placeres del sexo, y así sucesivamente. La clave de la conclusión del contubernio divino de Toni estará en el epónimo “mockingbird” (en español “sinsonte”; imagináos la peli “Matar a un sinsonte” con Gregory Peck y sonreíd de oreja a oreja), pájaro que imita todo tipo de cantos pero es capaz de mantener su propia identidad.

O sea que ya veis, “girl power” en buenas dosis, unido a hechicería y cocina “tex mex”, algún huracán que otro, una documentada descripción de cómo invertir en bienes futuros y los eternos celos de la hermana fea hacia la hermana guapa. Algunos aspectos no me han hecho feliz del todo: por ejemplo, en un plano subjetivo, mi cierta irritación ante la displicencia con que Toni evalúa y descarta a posibles compañeros en función de su mayor o menor adecuación al papel de padre de un niño que ni siquiera es suyo; lo poco imaginada que veo la parte mágica del relato en contraste con la exhaustiva documentación de los aspectos “reales”; el carácter amable, seguro y previsible de una novela en donde, pese a no tratarse de un “thriller” o una historia inquietante, sí cabían algunos más de los terrores y maravillas de la vida real; en general, defecto que volvió a repetirse en “Galveston”, lo poco que las dimensiones maravillosa y realista del argumento interactúan y se complementan entre sí, como si se tratara de dos novelas diferentes con idénticos personajes. Lo fantástico parece una especia más del guiso, lo cual no es deplorable de por sí, pero provoca cierta nostalgia de lo que podría haber sido “Mockingbird” en manos de un autor con una imaginación más atrevida y provocativa.

Vaya, que termino usando argumentos similares a los de los frikis. Qué se le va a hacer, pero por mi parte prefiero leer a un autor como Stewart, que se atreve a intentar algo nuevo y tiene cierta idea de crear personajes, ambientes y planteamientos atractivos, aun con todos sus defectos, que seguir con fatiga los saltos de balcón en balcón de un guerrero sub-Tolkien o sub-Howard en escenarios que deberían ser en teoría maravillosos y fascinantes pero terminan resultando más trillados y aburridos que una ciudad dormitorio. Aunque también hay cosas mejores que la novela que hemos reseñado. A ver si descubrimos alguna uno de estos meses.

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