viernes, 18 de julio de 2008

Zappa Plays Zappa en el Conde Duque


Los medios de comunicación han guardado un extraño silencio en torno al concierto de la banda homenaje a Frank Zappa liderada por su hijo Dweezil. Quizá fuese por la coincidencia con Bruce Springsteen en la misma noche, lo cual tuvo sus secuelas negativas y positivas: negativas, porque muchos que pudieron haber visto una actuación más que competente, energética y divertida se quedaron sin conocer un área de la música rock que quizá desconocían; positivas, porque ahí estuvimos todos los incondicionales, los que llevamos mamando la música del bigotudo desde pequeñitos y hemos incorporado a nuestras vidas su visión sardónica, irreverente, y en el fondo, cuando se callan las voces y la guitarra habla, sincera y un punto sentimental.

Claro que, cuando se callan las voces, se pide del oyente un genuino amor por la música. Yo creo que esa es la clave de que Zappa despierte cierta indiferencia entre los que yo llamo los “frikiguays”: habrá todas las observaciones antropológicas y toda la sordidez que quieras en las letras, habrá parodias y momentos absurdos de todo calibre en las músicas, pero siempre llegará el momento de los punteos, de las expansiones jazz-rockeras, y ahí sí que está hecho todo en serio, para fastidio de aquellos a quienes la música pura, irremediablemente, se les escapa. Es fácil reivindicar, por ejemplo, a Rick Wakeman cuando toca su solo de teclado en el “Yessongs”, porque sus versiones clásicas, como la del “Aleluya” de Haendel, suenan, queriendo o no, a parodia, pero es difícil para muchos tragarse “Shut up’n play yer guitar”, porque ahí Zappa se tomaba en serio el hecho de improvisar y decir algo sin palabras, y eso muchos no tienen ni el equipamiento ni la inclinación para entenderlo. Y eso sin hablar de las composiciones “clásicas”, claro.

Pero la banda de Dweezil, sin que por supuesto faltaran las extensas improvisaciones (nobleza obliga) se encargó de recordar lo que los frikiguays olvidan: que la música del abuelo Frank podía ser muy divertida, y tanto más cuando su gusto era francamente dudoso. La setlist, si no recuerdo mal, y si no me equivoco en el orden, fue: “The purple lagoon”, “G-spot tornado”, “City of tiny lites”, “Pygmy twylyte”, “The idiot bastard son”, “Cheepnis”, “Don’t eat the yellow snow”, “St. Alphonzo’s pancake breakfast”, “Father O’Blivion”, “Inca roads”, “Bamboozled by love”, “King Kong”, “Flakes”, “Broken hearts are for assholes”, “Wet T-shirt nite”, “Toad-O line”, “Outside now”, “He used to cut the grass”, “Packard goose”, “Willie the pimp” y, como bis, “Cosmik debris”.

Se ven claramente las preferencias de Zappa junior: clásicos setenteros de un carácter comunicativo directo, con algún guiño, aunque tampoco tantos, a las composiciones “difíciles” llenas de “densidad estadística”, y, sobre todo hacia el final, con el medley del “Joe’s Garage”, una insistencia muy grande, quizá demasiada, en los solos de guitarra. Seguramente Frank habría insertado más canciones cortas de coña, desinflando sus propias pretensiones como solía hacer, pero tengamos en cuenta el esfuerzo de Dweezil en imitar el estilo guitarrístico de su padre. El Dweezil adolescente que sacó el disco “Havin’ a bad day”, el veinteañero que grabó (entrañables) discos de heavy-pop californiano chicloso como “Confessions”, era un clon de Van Halen puro y duro. El líder de Zappa Plays Zappa, sin embargo, es un poco como Frank Marino, aquel canadiense que afirmaba haberse recuperado de una convalecencia hospitalaria como la reencarnación de Jimi Hendrix. El objetivo de Dweezil parece haber sido que cada uno de sus solos pudiese haber sido tocado por Frank, que no hubiese recursos técnicos fuera de lugar, que el sentido de improvisación genuina, de creación melódica, estuviese siempre presente. Tarea tal vez imposible, pues la guitarra de Zappa, para sus admiradores, era su momento a corazón descubierto, cuando se despojaba de su máscara de desdén e inteligencia superior y te hablaba de tú a tú, sin subterfugios ni poses. Dweezil no llegó a tanto, pero su labor fue meritoria, consiguiendo algunos de los mejores momentos como intérprete que le he escuchado, lejanos de la exhibición por sí misma, llenos de ideas interesantes y emotivos por lo que tienen de tributo a un desaparecido. Aunque, ya digo, quizá hacia el final el regodeo fue un poco demasiado, notándose mucho en todo el “segmento psicológico” del “Joe’s Garage”, donde la abundancia de punteos tenía un cierto carácter elegíaco, de despedida, antes de que, según el argumento del disco, la música fuese finalmente prohibida por ley. Yo en “Packard goose” habría prescindido del solo e incluido, como en la gira del 88, el medley de la “Marcha real” de la “Historia del soldado” de Stravinsky, y el tema del “Concierto de piano nº3” de Bartók, que para mí encarnan mucho mejor, hoy en día, el concepto de “Music is the best”.

La banda, en fin, fue de las de mear y no echar gota (escribir sobre Zappa arrastra por sí mismo este tipo de símiles). A diferencia de otras actuaciones protagonizadas por viejas glorias decadentes y/o desganadas, aquí tuvimos gente entusiasta en plenitud de facultades, desde la tremenda saxofonista Scheila Gonzalez o el teclista Aaron Arntz, muy imbuido del espíritu de Don Preston, hasta el poderío a la batería del mismísimo Maestro de los Archivos ,Joe Travers, o ese sosias del joven Adrian Belew que fue Jamie Kime, sin olvidar, en el bajo, al muy adelgazado Pete Griffin de “Padre de familia”, las percusiones afinadas de Billy Hulting, ocupando el lugar de aquel “malo de la película” que fue Ed Mann, y la inconmensurable voz del gran Ray White, por la cual no parecen pasar los años (aunque yo eché mucho de menos, durante el repaso a “Joe’s Garage”, a Ike Willis: White es insuperable en los registros altos, pero la tesitura de barítono la domina peor).

Haciendo un poco de disección friki del repertorio, a “The purple lagoon”, famosa por su aparición en “Saturday night live” mientras John Belushi hacía de músico de be-bop samurai, le faltó la inclusión simultánea de “Approximate”. “G-spot tornado” no tuvo mucho que envidiar a la interpretación con músicos reales del “Yellow shark”, aunque sospecho, para mi cierto dolor, que fue la sustituta en Madrid de “Peaches en regalia”, que sí sonó en Italia y cuya melodía, según Dweezil, el público en pleno era capaz de cantar con gran exactitud. El medley de “Pygmy”, “Idiot bastard” y el mítico homenaje a las pelis de monstruos de serie B que es “Cheepnis” estuvo tomado tal cual del “Concierto de Helsinki”, es decir, “You can’t do that on stage anymore Vol. 2”. Ray White olvidó uno de los versos pero apenas se notó al sustituirlo en el acto por uno de la estrofa anterior. Menudo profesional que es Ray, amén de las mil y un variaciones vocales que introdujo en “Tiny lites” o “Bamboozled by love”, que supo hacer completamente suyas. Yo me pregunto por qué Ray no es un vocalista más reconocido, aunque es sólo una pregunta retórica.

“Bamboozled”, canción que, como gran parte del blues clásico, resulta muy políticamente incorrecta en estos tiempos de “violencia de género”, incluyó sus dos arreglos: el original de blues pesado y chungo que salía en “Tinsel Town rebellion”, y la revisión más “up tempo” cuya improvisación se basa en “Owner of a lonely heart” de Yes. “Don’t eat the yellow snow”, si mis oídos no me engañaron, incluía la voz grabada del mismo Zappa, pero sin la proyección en vídeo de otros conciertos de la gira. “King Kong”, cuya versión fue clavada a la original del “Uncle Meat”, fue, siguiendo la tradición, el vehículo para las improvisaciones del grupo, incluyendo, durante los impresionantes soplidos jazzísticos de Scheila y su duelo con el joven doble de Belew, las bases de “Fifty-fifty”.

Como muestra de elección excéntrica de repertorio, tuvimos “Flakes”, que no aparece en ningún directo oficial del maestro y que supone uno de los ejemplos paradigmáticos (otro sería “No not now”) de canción zappiana totalmente estúpida que sin embargo resulta divertidísima de escuchar, reventando muchos de esas acusaciones de pedantería y pretenciosidad con que algunos necios ensucian aún la imagen de Frank Vincent Zappa Jr. Y si hace falta otra prueba, la tuvimos a continuación con “Broken hearts are for assholes”, una de las cumbres del mal gusto de su autor, que, a ritmo de “power chords” jevorros, narra la serie de degeneraciones a las que muchos solteros se entregan en busca de amor. Ver a Ray White, supuestamente un hombre muy creyente y religioso, ilustrar la letra con una impagable serie de gestos obscenos, estuvo entre los momentos impagables de la noche, junto a cuando se calzó unas gafas de sol y sacó un bastón con puño de diamante para hacer del chuloputas Willie en la canción homónima.

“Inca roads”, aunque le faltaron varios guiños cómicos de antaño (como el estribillo de “Stayin’ alive” durante el primer corte de la letra), fue una versión irreprochable aunque también definitoria de los límites de la imitación guitarrística de Dweezil: ese solo, buque insignia de Zappa senior, emblemático y bastante imitado (sin ir más lejos, “Reba” no es sino el “Inca roads” de Phish) fue brillante en la versión homenaje pero ni siquiera rozó las cotas, ni del disco original (otra vez Helsinki), ni de sus flipantes apariciones en la serie “Shut up’n play...” Tampoco el solo del teclista Arntz fue tan lunático como el original de George Duke, pero lo compensó con sintetizadores piperos y ruiditos raros de la estirpe Don Preston.

Sobre la secuencia del “Joe’s Garage” ya hablamos un poco. La introducción con “Wet T-shirt nite”, con la impagable Scheila calzándose una camiseta y unos enormes melones falsos para hacer el papel de la esforzada groupie católica Mary, resultó divertida, como brillante fue el ya clásico solo con bases latinas que comienza con la melodía de “Hold the line” de Toto. La pena es que este clímax guitarrístico pecó de una cierta solemnidad que Zappa habría evitado, incluyendo alguna de sus entrañables tonterías como “Why does it hurt when I pee”, expresivo lamento AOR sobre la contracción de enfermedades venéreas, o “Stick it out”, con su apología, cantada en alemán, de la práctica del sexo con robots. O incluso ese pedazo de baladón que es “Lucille has messed my mind up”.

Claro que es toda esa faceta de “showman” la que le falta un poco a Dweezil, quizá por una cierta sosez natural (o por ir puesto hasta las cejas, como afirmaba uno de mis acompañantes), quizá por no querer suplantar demasiado la figura paterna, pero en conjunto los forofos podemos sentirnos más que contentos. El fin de fiesta, con “Cosmik debris” y solos blueseros de todos los implicados, incluyendo el scat de Ray White, nos dejó con ganas de otras dos horas, o quizá otras diez, de concierto (repertorio desde luego no falta, además, ¿tener ahí a Ray y que no cante “Doreen”? ¡Imperdonable!), pero también con el convencimiento de que, si esta es la nueva carrera musical que Dweezil quiere proseguir, no se lo vamos a censurar, sobre todo si nos aseguran que lo tendremos por aquí, a él y a su grupo, cada cierto tiempo.

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