martes, 26 de agosto de 2008

En las distancias cortas: "Ginny envuelta en el sol" de R.A. Lafferty


Supongo que el olvido de R.A. Lafferty es inevitable. Electricista retirado de Tulsa, Oklahoma que no comenzó a escribir y publicar hasta bien pasados los 40 años, Lafferty es casi el arquetipo del excéntrico literario, prolífico, fantasioso hasta lo delirante, imposible de encasillar en categorías tradicionales, que sin embargo logró colarse en el panorama de las letras gracias al turbulento fenómeno de la “New Wave”, que hacía posible publicar como ciencia ficción y fantasía todo relato inusual que se acercara a sus temáticas. Qué tiempos aquellos.

Lafferty era un humorista, un contador de cuentos tradicionales donde la exageración es figura de estilo fundamental (me acordé bastante del viejo Raphael Aloysius viendo “Big Fish” de Tim Burton), pero también era un oscuro moralista, un acerado practicante de la sátira como sólo lo puede ser un conservador; un payaso de pueblo con una dicción, unas frases y cadencias, que no estarían fuera de lugar en una película del Oeste, pero también un alucinógeno cantor del amor, retratado en metáforas escalofriantemente bellas , a la par que un delirante aprendiz de científico, creador de teorías imaginarias de gozosa imposibilidad. Pero Lafferty, si se tiene la paciencia de seguir con él, es el típico escritor que, cuanto más se le lee, más inexacta es la imagen total que se hace uno de él.

Pero resultará difícil su rehabilitación. Demasiado surreal y barroco para la audiencia tradicional de sus géneros, que nunca sabrá a ciencia cierta si muchos de sus caprichos son referencias a otras partes de su obra o meros chistes privados, y demasiado cercano a la CF de toda la vida para captar la atención de lectores de fuera, Lafferty, como casi todas las lumbreras de la New Wave, cayó en ese índice inquisitorial que es la “Guía de Lectura” de Miquel Barceló, donde se le reprochaba su catolicismo como si se tratase de una especie de militancia nazi, y se atribuía al “papanatismo” de la época que se le hubiese dejado publicar sus relatos como obras del género. En tiempos recientes, el único apóstol importante de Lafferty ha sido Neil Gaiman, pero con la diplomática cautela de quien recomienda algo que muy probablemente no va a gustar: Lafferty escribía como los ángeles, y, como todas las cosas angélicas, puede que no sea para todos los gustos”.

Yo siempre recordé con agrado la recopilación de sus relatos que publicó en su época la colección Nebulae de Edhasa, en dos volúmenes del que leí sólo el primero, “Novecientas abuelas”. Aunque en general los cuentos tendían a reforzar esa imagen de Lafferty como escritor graciosete que sólo se ajusta parcialmente a la verdad, la historia que realmente me dejó impresión, por su naturaleza más oscura, fue “Ginny envuelta en el sol”, que trataba el tema de la posible involución de la humanidad de manera harto curiosa.

Mientras un par de biólogos debaten sobre descubrimientos paleontológicos y teorías evolutivas a buen seguro imaginarias, sus hijos de cuatro años juegan a su alrededor, con una energía, una velocidad, una capacidad de disfrutar el momento descritas con el lirismo de un cowboy en ácido. Uno de los niños, la pequeña Ginny, habla con una lucidez inquietante sobre el tema de no envejecer y sobre cómo aparenta haber olvidado todas las circunstancias cotidianas de su vida, y viene para pedir una gran cantidad de comida que necesitará para pasar una larga temporada en una cueva, no sabemos para qué.

Poco después llegará un grupo de chiflados religiosos (“afeitados y con pelo corto al viejo estilo aún afectado por los fánáticos”) preguntando por la mujer que “concebirá la semilla extraña”, y a quien pretenden matar. Una vez librados de los importunos intrusos, los científicos llegarán a la conclusión de que, en los restos del hombre de Xauen, imaginario homínido precursor del Homo sapiens, la mayoría abrumadora de fósiles de niños no eran sino adultos de la siguiente fase evolutiva, madura sexualmente a los cuatro años, y que daría lugar a otra mutación subsiguiente, conocida como los Monos Aulladores de Rhodesia hasta que los lugareños los exterminaron presas de un fervor fanático.

Los niños de los doctores, ignorantes de todo, se dedican a jugar. Ginny dice que “rompes el fuerte con un gran ariete y rompes el ariete al mismo tiempo y lo tiras y buscas herramientas mejores para continuar”. Krios, hijo del otro doctor, afirma que Ginny es mala y ella lo hizo malo. No sabe las palabras para la manera en que fueron malos, pero él irá al infierno por ello”. Poco antes del final, Ginny afirmará que “no creo que hable más después de hoy. Creo que simplemente me olvidaré de cómo hacerlo. Gritaré, aullaré y seguiré. Así es más divertido, de todos modos”. Tras la muy dramática conclusión, se acordará no castigar a la niña, por estar “más allá del bien y del mal”, y Ginny se perderá en las montañas, ocupada en dar paso a los sucesores de la humanidad.

Es fácil ver aquí al Lafferty moralista católico, escandalizado por la precocidad sexual de los chicos de ahora. Ciertamente, resulta difícil, sobre todo para los padres de familia, admitir que su progenie se inicia en el sexo a una edad cada vez más temprana. Hoy por hoy, bastantes chicos y chicas de trece años, recién estrenados en la pubertad, ya se sienten obligados, por la presión social de sus iguales, a convertirse en adultos mediante el rito de iniciación del sexo. La desaparición de los complejos de culpa inoculados por la educación religiosa, el hedonismo constante pregonado en los medios, contribuiría a ir acortando la infancia, a devaluar el falso mito de la inocencia de los niños.

Lafferty, fiel a su costumbre de narrador de “tall tales”, da a sus niños precoces la edad exageradamente temprana de cuatro años, y, en su visión, entregarse tan pronto a los instintos significa revertir a la animalidad. Pero la interpretación no es tan sencilla: la poesía y el humor con que se retrata la infancia no parecen muy en sintonía con una visión condenatoria, como tampoco parece empatizarse con el grupo de fanáticos religiosos dispuestos al asesinato. Más bien estamos en una resignación irónica ante la precariedad de la especie humana, aún demasiado joven para que pueda anticiparse su curso, y que aún es susceptible de evoluciones inesperadas.

En ese sentido, esos jóvenes bellos, incomprensibles, de una precocidad escandalosa, no serían sino ese “Homo superior” para el cual, según la canción de David Bowie, tenemos que ir haciendo sitio. Algunos de ellos tal vez no acepten lo que son, pero la vida en la montaña, como monos aulladores, parece hermosa y liberadora, descrita en imágenes sonoras de la naturaleza salvaje. Lafferty no condena, como no se podría condenar a un río por fluir o al viento por soplar, pero su poesía encierra desazón, como lo prueba el hecho de que he recordado este cuento, sin volverlo a leer hasta hace poco, durante unos 25 años.

6 comentarios:

  1. Recuerdo ese cuento. Curiosamente lo que no recordaba es que fuera de Lafferty. Lo leí hace ya bastante tiempo (sospecho que en un "Nueva dimensión", pero no podría asegurarse) y, aunque no me pareció impactante, dejó el poso suficiente para que buena parte de lo que narra me quedase en la mente todo este tiempo.

    Lamento haber leído poco de Lafferty. Y es curioso, pero ese poco que he leído siempre me dejó con ganas de leer más, y con la sensación de que cuanto más leyese más iba a querer leer. Había algo en él... no sé, la única palabra que se me ocurre es "sorprendente" o quizá inesperado. Nunca sabías por dónde te iba a salir.

    Debo haber leído una media docena suya de relatos y, desde luego, siempre lo encontré deliciosamente inclasificable.

    También pensé siempre que era un autor que había caído totalmente en el olvido. Me alegra ver que algunos aún lo recuerda.

    ResponderEliminar
  2. Bienvenido, Rudy.

    Lafferty tiene su cal y su arena. Por un lado tiene algo que le hace muy refrescante y que no solía ser muy común en los años de la New Wave: su sentido del humor a prueba de bomba, unido a una originalidad increíble. Por otro, algunos de sus relatos parecen escritos para sí mismo, de tan pocos asideros que deja para el lector, y su enorme productividad le hace bastante desigual.

    Con todo, siempre he creído que es un escritor merecedor de mayor suerte, como otros muchos cuyo recuerdo se desvanece poco a poco. Incluso se dice que mucha de su obra sigue estando en manuscrito y no la publica nadie. En fin.

    ResponderEliminar
  3. Digamos que se le iba mucho la pinza. Pero, al menos hasta donde he leído cosas suyas, siempre se le iba de un modo interesante y divertido.

    Que no es poco.

    Tiene el problema añadido, además de su "peculiaridad", de otros autores de CF: su obra está basada sobre todo en el relato. Y eso, parece, o se han empeñado en convencernos, no vende.

    ResponderEliminar
  4. Es que Lafferty, cuando escribía novelas, tenía una tendencia a la ida de olla aún mayor. Recuerdo una vez a alguien que me describió "Llegada a Easterwine", editada en su día por Acervo, como "El libro que casi consiguió que dejara de gustarme la ciencia ficción". Pero en cambio siempre se ha hablado bien de "Past master", aquella utopía futurista en la que aparecía el personaje de Tomás Moro.

    Lo del relato breve yo tampoco lo entiendo: incluso sería posible vender el género del cuento como una solución al problema de la falta de tiempo para las lecturas. es imposible calzar la lectura de "Guerra y paz" en la vida cotidiana de un trabajador con familia, pero una buena historia de 20 páginas te la lees en media hora antes de irte a la cama.

    ResponderEliminar
  5. De hecho, la ciencia ficción a menido ha dado lo mejor de sí misma en el relato corto. Lo cual, en esta época, es una auténtica putada, si nos paramos a pensarlo un poco.

    Y sin embargo, en cierta manera, comprendo ese prejuicio. Es el síndrome de "lo bueno, si breve, es una putada", por llamarlo de algún modo. Si algo te gusta, quieres más. Y, la costumbre general, es encima querer más de lo mismo, una y otra vez.

    ResponderEliminar
  6. Lafferty es uno de mis escritores favoritos, dentro o fuera del género. Es realmente triste el olvido en el que está sumida su obra.

    Coincido con tu interpretación de "Ginny envuelta en el sol". Yo escribí sobre el relato aquí.

    Otros relatos de Lafferty absolutamente geniales: "The World as Will and Wallpaper", "You can't go back", "Days of grass, days of straw".

    En cuanto a "Llegada a Easterwine", cierto que es una novela difícil (hasta Houellebecq la consideró casi ilegible) pero creo que merece ser leía y analizada con más detenimiento.

    Lafferty no sólo escribió ciencia ficción. También tiene novelas históricas con toques de fantasía, como The Flame is Green, donde parte de la acción transcurre en España durante las Guerras Carlistas. Y Okla Hannali, que ha sido publicada en España.

    ResponderEliminar