miércoles, 5 de noviembre de 2008

Compositores: John Cage


Siempre me ha hecho gracia la explicación que solía ofrecer el actor Nicolas Cage sobre su nombre artístico. Al parecer, escogió el nuevo apellido porque lo compartían dos de sus ídolos: el personaje de tebeo Luke Cage, más conocido como Powerman, cazarrecompensas negro de la Marvel, con inolvidables diadema metálica y camisa amarilla, y el compositor John Cage, buen amigo del tío de Nicolas, Francis Ford Coppola, y conocido por el tipo de excentricidades y provocaciones que al final lograron que el público de a pie terminase saliendo por patas cada vez que se pronuncian las palabras “arte contemporáneo”.

Es lo malo de muchas tendencias de ruptura: esa necesidad casi infantil de alienar y expulsar a la audiencia que sólo está ahí porque fuera hace frío o porque a ver quién aguanta a la parienta (o al pariente). Algunos lo ven como desmitificación, como una manera de escupir sobre los dogmas sagrados del arte, en plan: "Yo pinto un cuadro totalmente en blanco, les vendo la moto de que es una profundísima reflexión sobre la ausencia de la imagen, y encima me lo compran y termina alcanzando precios altísimos en las subastas". Con lo cual el artista puede cruzarse de brazos, dar un paso atrás y formular la pregunta: ¿qué dice esto sobre el mercado del arte? Pero, ay amigo, los billetes de banco sí que no están en blanco.

Cage se apuntó, con sus happenings del grupo “Fluxus”, a la versión musical de esta tendencia, con el contraproducente resultado de que su creación más universalemnte conocida acabó siendo “4’33’’”, a saber, el intérprete guardando silencio durante el tiempo homónimo. Hay algún otro ejemplo de este tipo de acciones, pero ninguno tan emblemático como este. Por desgracia, la esperanza de que los cuatro minutos y treintaitrés segundos se llenaran con protestas del público e incluso tumultos ya es difícil que se cumpla, porque nadie se escandaliza ya en un concierto: se aplaude sin ganas y con cara de circunstancia y se piensa en la cena o en los amantes que te esperan o no te esperan. Ya nadie pelea por la salvación del arte.

Y sin embargo Cage es algo más que cara dura, más que esa ocurrencia chistosa que ha eclipsado toda su carrera. Tuvo algunas otras ocurrencias chistosas, que no tenían por qué tener consecuencias sonoras interesantes, pero que resultan entretenidas como propuestas para liberar la creatividad de los caminos trillados: superponer un mapa estelar a un papel pautado transparente y poner notas allí donde caían estrellas, como en “Atlas eclipticalis”, o confiar al azar la situación de las notas pulverizando gotas de tinta sobre los pentagramas y decidiendo tan sólo los timbres, las duraciones y el ritmo.

Aunque la mejor ocurrencia de Cage sigue siendo el “piano preparado”: ante la imposibilidad de contar con un conjunto de percusión para un espectáculo de ballet, Cage insertó diversos objetos entre las cuerdas de un piano para generar diversos timbres, metálicos, apagados o brillantes, todo un gamelan indonesio a las órdenes de un solo teclado acústico. Con semejante instrumento, hasta las líneas de piano más facilonas cobran un carácter hipnótico, entre lo étnico y lo onírico, que lo reconcilia a uno con las ideas estrambóticas de un provocador chiflado.

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