viernes, 7 de noviembre de 2008

Compositores: Luigi Nono


Tarde o temprano, uno tiene que ser sincero consigo mismo. El problema es que a veces se vive en una nube de confusión y de engaños y cualquier proposición tentadora suena bien, te hace sentir una persona más fuerte, más válida, más independiente. Pasa con el tabaco, las drogas, las religiones, las relaciones amorosas y gran parte de la música contemporánea. El gran atractivo de esta última es sobre todo su fin, más que sus medios: si un melómano tradicionalista, en especial de los que empapelan el aire de su vivienda con romanticadas como las de Tchaikovsky o Rachmaninov, se siente agredido y ofendido por la agresividad, aspereza y atonalidad de una obra musical, la misión está cumplida. Da igual que, la mayoría de las veces, esa música pueda servir poco más que para torturar en Guantánamo.

Mi gran momento de epifanía fue el estreno en Madrid del “Prometeo” de Luigi Nono. Los entendidos vieron aquello como un acontecimiento histórico, pero un servidor, más que fogueado en hitos de la modernidad como la Segunda Escuela Vienesa, Varèse, Lutoslawski o Xenakis, no encontró que aquello fuera a sitio alguno. Para gustos, colores, evidentemente, pero nada de lo que me seduce e induce a prestar atención en una obra musical, a saber, el ingenio tímbrico, la variedad en los ritmos, los contrastes dinámicos o un sentido de la progresión sonora, podía encontrarse en aquella composición. El inicio establecía una atmósfera de desolación interesante, y los elementos electroacústicos (como siempre manejados por gente que seguramente no sabrá ni qué es un amplificador Marshall) prometían una interacción espacial curiosa con los músicos en vivo, pero no fui capaz de detectar una sola diferencia entre esos primeros cinco minutos y los noventa y cinco restantes. Mi mayor entretenimiento, al cabo de cierto tiempo, fue contar el número de personas que abandonaban mi zona del anfiteatro. Creo que llegué a unas quince.

Eso me pasa por buenazo, porque Nono ya había sido el protagonista del único disco clásico que me he arrepentido de comprar: su ópera (o “acción escénica”) “Al gran sole carico d’amore”. E incluso años antes, en mi época de oyente ávido de Radio 2, el italiano había firmado una de las primeras páginas que habían defraudado mis ingenuas ansias de modernez, las “Variaciones canónicas sobre la serie del Opus 41 de Schoenberg”, ejemplo canónico, valga la repetición, de cómo fabricar un pestiño académico de media hora a partir de las mismas herramientas con las que Webern creaba maravillas de cinco minutos. Claro que si a Luigi la obra pudo servirle para camelarse a Nuria, la hija del creador del dodecafonismo, para él no se trató de un tiempo perdido.

No sólo he encontrado siempre gris e insulsa la creación de Nono, sino que encima me ha irritado que se le admire en el plano ideológico, por una militancia comunista a mi juicio panfletaria, ajena al mundo real y, sobre todo, irrelevante a la hora de disfrutar de una pieza musical. Cuando otro notable pesado transalpino, Nanni Moretti, salía con una hija del compositor, presenció las tormentosas conversaciones entre éste y Francis Ford Coppola, que, antes de rodar “Apocalypse now”, jugó con la idea de adaptar “El corazón de las tinieblas” de Conrad como obra escénica con música de Nono. Al parecer, Coppola encontró inadmisible el enfoque políticamente maniqueo que el músico quería imprimir al espectáculo, y aquello acabó como el rosario de la aurora.

Todos sabemos que en una hipotética Italia comunista se habrían prohibido las experimentaciones sonoras del bueno de Luigi como signo de decadencia burguesa, y se le habría tenido armonizando canciones populares sicilianas toda su vida. Pero da igual, porque un compositor contemporáneo, a falta del genuino arte de seducción sonora de un Ligeti o un Messiaen, ha de procurar rodear su creación de una mística incomprensible, de unas teorías que justifiquen a base de presunta profundidad los sonidos más feos. Fíjense si no en “Prometeo”, cuyo subtítulo es “La tragedia de la escucha”. Lo cual estará bien para los guays que tienen en su casa todo el catálogo del sello Kairos, pero, si soy sincero conmigo mismo, para mí la escucha no es una tragedia. Quizá sea esa la razón por la que no pillo el chiste.

3 comentarios:

  1. Abuelo, soy lector tuyo desde hace tiempo, te envío la dirección de mi blog por si quieres dar un vistado y si te gusta añadirme a tus links recomendados, yo te tengo en los míos, por supuesto.

    Saludos y sigue así.

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  2. Muchas gracias, Jack!, pero creo que se se te olvidó poner la dirección. No la he visto en lugar alguno de tu comentario.

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  3. Esto... perdona, ya espero que seamos telépatas; si es que sueño despierto. La dirección es la siguiente:

    http://jackurth.blogspot.com/

    Y lo dicho: sigue así (me ha dejado pensativo lo de Debussy... yo también lo tenía por impresionista. Pensaré en ello, oye)

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