lunes, 9 de marzo de 2009

VI Muestra de Cine Fantástico, tercer día


Tras la juerga, la resaca. Después de la casi insuperable sesión del sábado, el bajón de energía, las dudas razonables, la flojera de los programadores para la jornada de clausura. El azúcar de las Kit Kat no me salva de los temores que me despiertan mis emociones crecientes hacia Carola, y las películas del domingo tampoco.

En la peculiar trayectoria de Barbet Schroeder, donde han cabido producciones para Éric Rohmer, crónicas del sueño hippy ibicenco roto por las drogas (“More”), un documental sobre Idi Amin, psychothrillers al puro estilo Hollywood (“Mujer blanca soltera”) o híbridos entre cine gay, Dogma 95 y realismo tercermundista (“La virgen de los sicarios”), no sorprende demasiado que se anime a rodar “Inju”, una peli de intriga ambientada en Japón.

Pese al inicio con pinceladas de gore, acción katana en mano y un villano enmascarado que triunfa contra un héroe, el resto se limita a ser un modesto thriller de línea clara francobelga con ese Daniel Auteuil rejuvenecido, embellecido y sobrio que es Benoît Magimel como testigo occidental en un Japón tópico de ceremonias del té, geishas y sadomasoquismo descafeinado (proclividad nada sorprendente en el director de “Maîtresse”). La corrección formal de la película tampoco guarda muchas sorpresas (Luciano Tovoli parece haber dejado sus atrevimientos plásticos en sus años de “Suspiria”), y sospechamos que muchos recordarán esta peli sólo por la guapetona Lika Minamoto chupando a la vez los dos dedos gordos de los pies de Magimel o maniatada en diversas configuraciones. Los demás la veremos como una curiosidad de la que se pudo haber sacado mucho más.

Para el final quedó la peli más controvertida de la Muestra y la única de las vistas por un servidor en recibir sonoros abucheos. Creo que fue un gran error introducir “Vinyan” de Fabrice du Welz como un remake más o menos encubierto de “¿Quién puede matar a un niño?”, porque desde luego no van por ahí los tiros. Puestos a sacar el típico símil pegadizo al que tan mal nos ha acostumbrado Hollywood, podríamos decir que “Vinyan” es una especie de híbrido entre “Amenaza en la sombra” y “Apocalypse now” que hubiese dirigido Apichatpong Weerasethakul.

Si ya los enormes créditos, proclamando a los cuatro vientos “esta es una película diferente a todas” ya provocaron cierta rechifla (aunque esto también pasó con el austero y bergmaniano genérico, que dirían los franceses, de “Déjame entrar”), la apuesta de du Welz por un sensorialismo que desdeña la narrativa y se concentra en capturar el momento cosechó exclamaciones de “Me aburro” dignas de Homer Simpson. Ahora, visto lo que me están gustando los tópicos en este fin de semana, sería el momento de colocar la inmortal frase “esta es una película que se ama o se odia sin término medio”, pero me temo que yo sí estoy en ese mediocre y poco sexy término medio. Es obvio que “Vinyan” está llena de momentos evocadores de una potencia visual fuera de lo común, con un uso de la cámara capaz tanto de sumergirse en el agua con los actores como de ejecutar, por ejemplo en la llegada final al templo, un movimiento de grúa que quita el hipo y que se experimenta con vértigo acostumbrados a haber chapoteado en el barro, a ras de suelo, durante el resto del metraje, sin olvidar tampoco el agresivo uso del sonido, pero yo me quedo con la impresión de que se ha improvisado demasiado, de que se contaba con dos páginas de guión, la del principio y la del final, y que se partió con el equipo hacia Birmania para investigar a ver qué salía.

No negaremos lo arriesgado del proyecto, pero tampoco nos extrañaremos de no encontrarlo del todo satisfactorio. El juego con la estética no es ni mucho menos tan arrebatador como los cineastas pretenden, quizá por carencias presupuestarias, de ahí que no me parezca capaz de sostener el discurso por sí solo. El devenir de “Vinyan” es bastante poco denso en información, y todo parece encaminado a una moraleja progre de las lamentables donde el hombre blanco occidental es castigado por abandonar a su suerte al Tercer Mundo y atender sólo a sus intereses.

El caso es que “Vinyan” me tiene dividido. Aunque es una peli que exaspera y frustra incluso sabiendo más o menos lo que uno se va a encontrar, también es cierto que mi recuerdo vuelve a ella una y otra vez, y que se trata de una propuesta con una enjundia muy por encima de fruslerías como “Splinter”. Quizá todo parta de mi espíritu de contradicción, mis ganas de marcar distancias con una grey friki que también abuchearía “Satyricon” o “El reportero” si alguien tuviera el atrevimiento de proyectárselas en un festival de cine de género. Que, después del agónico trayecto por la jungla de la pareja protagonista en busca de su hijo y del final impactante sacado no de Chicho sino de “El día de los muertos” de Romero, muchos miembros del público se tiren por los suelos de risa con la cara de satisfacción de un chavalín al embadurnar de barro un pecho de Emmanuelle Béart, no es tampoco tan de extrañar, pero me suena al desahogo infantil de quienes no han querido dejarse llevar por una experiencia extraña que se les ofrecía y han soltado su capacidad de reacción a las primeras de cambio.

Lo malo es que, pese a mis intentos y mi disposición, yo tampoco me dejé llevar. Es lo que me dice Carola, que no me dejo llevar. Es la coartada de siempre, que uno no entiende este cine “invisible”. Pensar que los argumentos de la revista “Cahiers du cinéma” estén comenzando a permear el dominio de las relaciones humanas me produce, lo confieso, un razonable repelús.

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