No marigolds in the Promised Land: There's a hole in the ground where they used to grow.
jueves, 16 de abril de 2009
Flashback: Loco por tus huesos (Capítulo XV)
Sorprendido al no hallar por rincón alguno de la mansión Valli el esqueleto de Carla, Vernon recibe un sobresalto aún mayor al ver desde un punto privilegiado a componentes de la Milicia Arácnida pululando por el vasto salón armados hasta los dientes. Vernon, prudente, se interna en un pasadizo camuflado por un busto de Palas.
Regresando a casa tras una reunión clandestina en Bayreuth, Geller Bach halla espantosamente destrozado, como a hachazos, su espléndido Steinway. Los ojos verdes de su hija Vera llamean tras una cortina de terciopelo.
En la comisaría, el falso inspector Tanner ha cambiado por completo: es muy amable con toda mujer que se le cruza e incluso invita a gofres a Malou, hasta entonces blanco propiciatorio de sus peores humores. Malou sigue recordando el sobre caído de la capa del Arlequín, y el papel amarillo, o algo parecido, sobresaliendo de bajo su solapa.
En una casa de un barrio céntrico y marginal, un hombre maduro, alcohólico y heroinómano a la vez, fustiga con su cinturón a una robusta dama rubia que permanece inmóvil sobre su cama, de espaldas, llorando sin siquiera abrir la boca. De pronto el sonido de los azotes cesa, y desde el interior de un cuarto adolescente cerrado con cerrojo se escucha un arrastrar de pies, un forcejeo y tres estremecedores choques entre cráneo y pared. La ocupante del cuarto descorre el cerrojo y acude a la fuente del sonido. Pamela ve frente a sí al hombre maduro sin sentido, a la dama llorando más que antes, y más al fondo a Takeshi, quien pronuncia, con áspero acento oriental, las palabras “Ven conmigo, te necesito”.
La habitación de Noëlle en la Praga del S. XIX ha sido el escenario de la satisfacción, por parte de Franz y en la persona de su hermana Carla, de toda fantasía sexual imaginable salvo las homicidas, las cuales, en apariencia, van a comenzar ahora, ante los ojos, entre indignados y excitados, de la dueña de la casa. Franz rodea el cuello de Carla de un cordón de seda trenzada que va apretando a la vez que la sodomiza. Sus alaridos de placer son tan extravagantes que le impiden registrar la entrada en la alcoba de un extraño que lo encañona en la sien. Es Boris.
(Continuará)
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