No marigolds in the Promised Land: There's a hole in the ground where they used to grow.
domingo, 18 de marzo de 2012
10-3-2012: IX Muestra SyFy 3
Tras años de una relación feliz, tarde o temprano se pierde la magia. En el caso de la Muestra SyFy, este año se mantuvieron el reencuentro con los rostros familiares que solo vemos allí, las carreras frenéticas tras cada proyección para reincorporarse a la cola, las controversias con los colegas de siempre que, a cada nuevo juicio estético, parecen querer batir su propio récord de incoherencia. Pero el cambio de escenario pesó mucho este año. El Palafox tenía aquel vestíbulo amplio con mármol, estaba fuera de la vorágine del centro de la ciudad, se ajustaba bien a la aureola de evento “alternativo” que los nuevos organizadores han desechado como quien no quiere la cosa. Incluso el otro elemento constante, Leticia Dolera (que consiguió llegar a caerme bien a base de arrojar al público chocolatinas Kit Kat que ella misma había comprado en el supermercado del Corte Inglés) reconoció en un par de sus presentaciones que se echaba de menos la antigua sede. Y no sería lo único…
Misteriosamente, una de las películas más ninguneadas por los compañeros espectadores con quienes pude cambiar impresiones fue, sin embargo, de las pocas proyectadas el sábado en recuperar el sabor de las viejas selecciones de la Muestra. La francesa “The prodigies”, tras la cual se encontraban algunos de los responsables de “Renaissance”, proyectada en la edición de 2007, se las arregló para dar a la animación computerizada en 3D un uso bastante distinto al de las producciones Pixar o Dreamworks de turno, imprimiendo a su relato de adolescentes con superpoderes un tono oscuro y violento muy estimable que no rehuía temáticas como el maltrato familiar, la violación o la venganza, con una narrativa y una planificación bastante brillantes y un desdén por el final feliz y las resoluciones fáciles que, por supuesto, contribuyeron al escaso éxito de la película, incluso en Francia, y a dificultar su venta a los Estados Unidos. Bien es verdad que el diseño de los personajes a veces resulta un poco anodino y que la estética es por momentos “videojueguil”, pero al menos el componente de rabia juvenil tiene una filiación anime bastante clara, y los puntos de contacto con “Los hijos de los malditos” de Anton M. Leader no son escasos. Quizá el mayor pecado de este meritorio intento por rescatar la animación 3D del nicho infantil en que se la está enterrando sea precisamente no venir avalado por la marca Pixar, que parece inspirar una devoción y una fidelidad fanáticas. Pero, ¿de qué me sirve que “Up” sea técnicamente muy superior cuando a la media hora renuncia a la promesa de su melancólica exposición para convertirse en un vulgar slapstick infantil donde su anciano protagonista ejecuta proezas físicas imposibles hasta para un joven? Al menos “The prodigies” hace reaccionar al espectador ante escenas incómodas, pretende combinar la chulería técnica digital con cierta indagación moral y plantea, por enésima vez, la posibilidad de una animación europea alternativa al modelo hegemónico, apuesta que, a juzgar por su carrera comercial y la indiferente reacción del público de la Muestra SyFy, tenía perdida de antemano.
Uno de los grandes misterios de la programación de este año ha sido el porqué de que un título como “Atrocious”, del mexicano Fernando Barreda, haya desbancado del cartel a otros títulos a priori más interesantes vistos en certámenes fantásticos anteriores. Sin ir más lejos, en la Semana de Donosti se vieron “The divide”, “Livide”, “Saint” o “Wake Wood”, y sin embargo nosotros tuvimos que tragarnos el enésimo clon de “The Blair Witch Project”, haciendo de la ausencia de interpretaciones y de planificación una supuesta baza verosímil, y dando por supuesto que media hora de carreras cámara en mano alrededor del mismo seto son capaces de suscitar angustia en un espectador curtido en el cine de terror. Producto claramente improvisado cuyas contadas ideas de guión no resisten un examen detenido (por ejemplo, se dedican unos cuantos minutos de película a la supuesta desaparición de las imágenes grabadas de un perro muerto en el fondo de un pozo, cuando es obvio que, si lo que estamos viendo son “cintas reales encontradas por la policía, etc. etc.”, las famosas imágenes desvanecidas las hemos visto nosotros, por tanto no se borraron… y así todo el tiempo) e incide en todas las convenciones idiotas del subgénero (¿cuántas personas aterrorizadas, en peligro de muerte o socorriendo a un amigo herido seguirían grabando con la cámara en lugar de tirarla al suelo y salir por patas?), “Atrocious” parece haberse incluido en virtud de una supuesta cuota de “producto nacional” (se rodó en Sitges) o quizá para cumplir la función de carnaza para pitorreo que sufrió el año anterior “Giallo” de Argento, pero no cabe duda de que fue una de las peores presentaciones de la Muestra, y más aún cuando recordamos algunas de las “segundas películas del sábado” de años anteriores, como “El vagón de la muerte”, el anime “Summer wars” o, sin ir más lejos el año anterior, la infravalorada “Captifs”. Si no se sabe escoger bien la segunda película de la tarde, el motor del maratón no arranca como debe hacer.
O quizá la intención a la hora de programar algo tan flojo fuese hacer destacar más uno de los supuestos platos fuertes: “The woman” de Lucky McKee. Vaya por delante que me parece un producto sugestivo, provocador y ácido, pero tampoco llego a comprender muy bien por qué se lo ve como una obra clave del terror contemporáneo. Desde que vi “May” veo a McKee como un director indie aficionado a las fábulas crueles, un poco en la línea de Todd Solondz, que utiliza el horror y el gore en sus tramos finales para subrayar sus moralejas pero no se acuerda del género en el resto del metraje, salvo que consideremos que una distorsión esperpéntica de la realidad constituye por sí misma una mirada “fantástica”. La historia de una mujer salvaje aprisionada en un sótano por un respetable abogado que se plantea “civilizarla”, es decir, someterla al mismo tipo de esclavitud en que viven el resto de mujeres de su familia, se sostiene fundamentalmente por la fuerza de la interpretación de Pollyanna McIntosh, por una sensible dirección de actores capaz de hacerte aceptar una situación esencialmente inverosímil (salvo que la película estuviese ambientada en Irán o algo así) y por un sentido negrísimo del humor, pero, por otro lado, nunca le abandona a uno la impresión de que los personajes actúan así más para apoyar la tesis de los creadores que para adecuarse a su propia lógica interna (el personaje de Sean Bridgers, a quien varios espectadores se empeñaron en encontrar un parecido físico con Iñaki Urdangarín, parece más un timador de siete suelas que el macho alfa amenazador que se nos quiere vender), y, por otro, el desenlace no me parece a la altura del crescendo de mentiras, abusos, ocultaciones y violencia soterrada desarrollado durante la hora y media precedentes. Se quiere, demasiado tarde a mi entender, dar a entender una conexión entre la fémina silvestre y las fuerzas primordiales de la naturaleza, pero faltó integrarla mejor en todo el relato precedente para oponerla mejor a la sátira de la hipocresía suburbana y su maldad subyacente. Hay ideas, hay mala leche, hay una sana voluntad de incomodar y de poner en cuestión lugares comunes, pero creo que la ejecución no está a la altura del concepto, incluso pareciéndome una obra con buen pulso y muy superior a la media de lo visto en todo el fin de semana.
Ahora que parecía que McKee había levantado la ilusión de los espectadores, lo que llegó a continuación, aunque curioso y reivindicable a su manera, fue, por desgracia, otro bajón análogo al del pase de las seis. “Apollo 18”, peculiar propuesta que, al estilo “falso documental”, proporciona una explicación para el abandono del programa espacial estadounidense, parte de un concepto inicial magnífico, el de simular metraje perdido de una expedición lunar a base de imágenes de archivo y de decorados minimalistas, pero, si de por sí una misión en nuestro satélite tiene un ambiente árido y austero que dificulta “entrar” en la peripecia, cuando por fin el espectador se integra en el juego se descubre que la gran idea argumental tira a un pulp de aprobado raspadillo (básicamente, que en la Luna hay arañas alienígenas que surgen de las rocas). Resulta muy paradójico que el español Gonzalo López-Gallego haya debutado en el cine estadounidense con una película casi experimental de una comercialidad bastante baja (tanto es así que, nos lo dijo él mismo en la presentación, no se estrenará entre nosotros), una serie B con envoltorio, que no sustancia, de arte y ensayo, que con una duración de 15 minutos habría sido un cortometraje genial y memorable y que, en el contexto de una muestra de cine fantástico, habría valido más para una sesión de madrugada fantasmagórica que para un pase en la hora estelar de las diez de la noche, cuando nos habría hecho falta un poco más de adrenalina después de los destripamientos vengativos de la chica salvaje de McKee.
Y para terminar la noche, con todo el mundo ya rendido, otra peli que por sí misma tiene sus valores pero que habríamos apreciado mejor en otro momento y lugar. Abel Ferrara, con pinta de haber cambiado la sordidez y la droga por la meditación y la new age, da en “4:44 Last day on Earth” su visión intimista, lejana de convenciones genéricas, de un posible fin del mundo. Ambientada fundamentalmente en un piso neoyorquino y su azotea, la película, de apenas 80 minutos de duración, se centra en las últimas horas en la relación de una pareja de artistas antes de que el último desastre medioambiental acabe con la vida en el planeta exactamente a las 4:44 de la madrugada. Ni tan experimental ni tan erótica como afirmaban algunos comentarios, la película posee interés como confesión íntima (un elemento importante de la trama es el dilema de Cisco, el protagonista, interpretado por Willem Dafoe, entre despedirse de la existencia volviendo a la heroína o afrontar sobrio, y preferentemente dentro del cuerpo de su joven novia, los últimos instantes del planeta), apunta observaciones interesantes (las últimas comunicaciones con los seres queridos, algunos no tan lejanos, se realizan a través de Skype) e incluso se atreve con simbolismos un tanto ingenuos (el cuadro que la protagonista se pasa toda la película pintando empieza pareciendo expresionismo abstracto de manual para desembocar en una versión grafitera de la serpiente Uróboros dentro de cuyo círculo ella se tumba en posición fetal), pero, después de ocho horas y pico de proyecciones, me hacían falta menos discursos del Dalai Lama o Al Gore y menos serenidad trascendental. Si vamos a ver finalizar el mundo y las proyecciones de la última Muestra SyFy, hubiera sido mejor hacerlo con un poco más de rabia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario