Son la pesadilla en toda cena de amigos o colegas: los
disidentes que no aceptan platos con carne cuando todo el menú sin excepción se
basa en ella. Entonces me pregunto hasta qué punto el árbol no llora al
arrancarle la hoja, hasta qué punto las semillas del fruto arrojadas a la
alcantarilla no cancelan el futuro de orgullosas generaciones vegetales alzando
sus copas hacia el cielo.
Unos encuentran la trascendencia en los misterios del
sagrario; otros, en un plato de coles con aceite y vinagre. Naturalmente,
carezco de todo derecho a cuestionar las vías de cada uno para sentirse bueno.
Otra cosa será que la mirada implorante de tu perro, o una vida entera de
macedonias o menestras desplegadas en bandejas como mosaicos bizantinos, basten
para expiar la crueldad cósmica de una naturaleza roja en diente y garra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario