Cuando, en un vídeo de los “Años de peregrinaje” por Brendel,
advertí sus dedos vendados, me acordé de aquel colega mío que admiraba a G.G.
Allin por romperse varios dientes con el micro en sus actuaciones y me pregunté
si comprometer la integridad del cuerpo en aras de un ideal, artístico o no, es
romanticismo, es punk, es idiotez o las tres cosas. Con la escucha de uno de
sus ciclos Beethoven, uno advierte que Brendel no se partía las uñas por
intensidad peligrosa: su versión, incluso, hace clásico al sordo, disminuye su furia,
y uno piensa que una deficiencia vitamínica, una fragilidad física, pueden
dictar un estilo. O no: Michel Petrucciani se rompía varios huesos en sus conciertos,
y cuando inclinaba su minúsculo cuerpo para llegar a los agudos, nadie sabía si
podría volver a la posición inicial.
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