Nunca he entendido el concepto de que haya que estar avergonzado de determinadas preferencias culturales o artísticas por el hecho de que no estén de moda entre nuestros contemporáneos o no te creen una imagen "guay". Yo ya no sé, dada la extraña encrucijada en que me hallo, si es más "placer culpable" una serie de anime como "Fushigi Yugi" o bien películas de Antonioni como "Blow up" o "El reportero", que son puestas a parir cien veces al día por gente enrollada que ni siquiera se ha molestado en verlas. Dentro del ámbito de la mente y la fantasía, yo no veo por qué un placer debería ser culpable; no es como si estuviera muriendo de pena un ángel en el cielo cada vez que escuchas con placer una canción de Emerson, Lake & Palmer o ves con agrado películas con títulos como "Desnudas para el asesino".
No marigolds in the Promised Land: There's a hole in the ground where they used to grow.
domingo, 5 de enero de 2014
Esas palabras: "Placeres culpables"
Nunca he entendido el concepto de que haya que estar avergonzado de determinadas preferencias culturales o artísticas por el hecho de que no estén de moda entre nuestros contemporáneos o no te creen una imagen "guay". Yo ya no sé, dada la extraña encrucijada en que me hallo, si es más "placer culpable" una serie de anime como "Fushigi Yugi" o bien películas de Antonioni como "Blow up" o "El reportero", que son puestas a parir cien veces al día por gente enrollada que ni siquiera se ha molestado en verlas. Dentro del ámbito de la mente y la fantasía, yo no veo por qué un placer debería ser culpable; no es como si estuviera muriendo de pena un ángel en el cielo cada vez que escuchas con placer una canción de Emerson, Lake & Palmer o ves con agrado películas con títulos como "Desnudas para el asesino".
sábado, 4 de enero de 2014
El padre que nunca fui
En la sesión de ayer a las seis de “A propósito de Llewyn Davis”
había un hombre de unos cincuenta años acompañado de una jovencita de unos
quince o dieciséis. Ella parecía bastante enterada de la actualidad del cine
(por ejemplo, sabía que la única actriz española de “Pensé que iba a haber
fiesta” es Elena Anaya) y se notaba que tenía cierta idea de quiénes son los
hermanos Coen y no iba arrastrada de los pelos a ver el último hito del cine de
autor middlebrow. En ese momento me vino a la mente aquella otra sesión en los
Ideal con un hombre llevando a su hijo apenas adolescente a “Vampiros de John
Carpenter” y explicándole a la salida algunas de las expresiones inglesas
empleadas.
Y ahí es cuando pones momentáneamente en cuestión toda la
mitología del orgullo friki, de la irreductible independencia, de no dejarte
dominar por ninguna mujer, de poder ser tú mismo sin ceder a la presión social.
Cuando te ves anclado al margen del discurrir de la existencia y piensas que tu
estúpida sabiduría, tu edificio de inútil excentricidad, desaparecerá a tu
muerte y nunca sabrás lo que es tener frente a ti a una tierna criatura que, al
menos en sus primeros años, te mire y escuche con amor incondicional y te considere
su indiscutible sensei y proveedor de los más variados conocimientos acerca de
un universo luminoso y prometedor.
Menos mal que existen dos antídotos contra semejantes
accesos de debilidad sensiblera: primero, el programa “Hermano mayor” de
Cuatro, y, segundo, plantearse que la muchachita adolescente no era en verdad hija
del señor, sino su amante.
viernes, 3 de enero de 2014
Vientos de otros lares
Pues nada, que ayer miro el número de enero de "Cahiers du cinéma", y no solo le dedica portada y varios sesudines artículos de fondo a la última peli de Miyazaki (cuando aquí habrá que darse por afortunados con que no la consideren un producto infantil para sesiones de las 4 y nos hurten la V.O., como pasó con "Arrietty"), sino que llego a la página 87 y me encuentro esto:
Es decir, un ciclo de cine clásico japonés de la Daiei planteado con bastantes más ambiciones que el que vimos hace año y pico en el Doré, en la Casa de la Cultura de Japón que uno se topa cuando va andandito hacia la Torre Eiffel. Dientes kilométricos, oigan.
jueves, 2 de enero de 2014
A.O.J.
Todo empezó en los viejos y buenos tiempos de la Muestra
SyFy, cuando aún la interacción de la corriente friki-palomitera y la
indie-gafapastil producía fenómenos tan interesantes como ver a una numerosa
grey de jugadores en red y descargadores masivos de series (mis disculpas
anticipadas, pero a menudo Nicholas Carr parece tener un poquito de razón) tratando
de salir vivos del visionado de “Vinyan”, “Amer” o “Thirst”, por citar solo
tres de los títulos que, al parecer, no estaban hechos para el target de la
Muestra, o al menos eso pensarán sus responsables actuales después del golpe de
estado que alzó al poder a la facción descerebrada en 2012 y que hace altamente
improbable que veamos en el 2014 algo como, qué sé yo, “L’étrange couleur des larmes
de ton corps”.
De ahí que un servidor, fiel adepto de la pretenciosidad
bien entendida y a quien ya no le aportan nada una hora y media tras otra de
cabezas zombis reventando entre un chiste malo y otro, acuñara la expresión “ahora
os jodéis” (simplificada subsiguientemente en sus iniciales A.O.J.) cada vez
que aparecía en pantalla una película “ambiciosa”, “de autor”, “artística”, "seria",
vamos, todo lo que algún que otro bloguero listilllo va escribiendo por ahí que
nunca ha sido ni nunca tiene que ser el cine fantástico (vamos, que ya podemos
ir reescribiendo la historia del cine, empezando por Murnau y Lang, que
seguramente rodaron sus películas para que los adolescentes de la república de
Weimar se echaran unas risillas).
Por extensión, un A.O.J. es también una película que
aterriza en la cartelera disfrazada de título convencional y en torno al cual
se han creado unas expectativas contrarias a lo que la película es, con el
resultado de que más de uno entra a ver la pastelada de turno y se encuentra
con algo cercano más bien a Sokurov y compañía. En este sentido, el rey de los
A.O.J. es sin duda “El árbol de la vida” de Terrence Malick. Podría
argumentarse que en un A.O.J. hay un cierto componente de publicidad engañosa,
pero el desconocimiento del espectador también juega un papel preponderante:
Malick podrá gustar más o menos, pero quien entrase a una peli suya de dos
horas y media pensando que se iba a encontrar un melodramón lineal y lleno de
topicazos para echarse un par de lloreras sin complicaciones, me temo que se
merecía el disgusto y el acrónimo.
El fenómeno A.O.J. surge cuando las películas se rebelan
contra su condición impuesta de producto industrial, idéntico, previsible. Uno
de los últimos, “Solo Dios perdona” fue la complicación de un caso de
"secuelitis expectativa": se daba por hecho que Gosling y Refn se habían juntado
de nuevo para repetir el éxito de “Drive”, y fue que no (aparte de que la
decepción, a nuestro modesto entender, se enraizaba en un desconocimiento
fundamental, no ya de la carrera del danés, sino de la propia “Drive”). De
todos modos, hay espectadores que no solo no se quejan de que determinados
cineastas repitan una y otra vez idénticos esquemas, sino que además lo desean
activamente. Me doy cuenta, mientras escribo, de que, reformulando esto último,
se sacaría una definición bastante cuca de lo que es el cine de género.
miércoles, 1 de enero de 2014
10 razones por las que se suele odiar a Herbert von Karajan
1 – Se le considera el epítome del egocentrismo y clasismo
de los maestros orquestales (bien conocida es la anécdota del filarmónico
berlinés quejándose de que hubiese dos servicios para la orquesta, uno
exclusivo para Karajan y otro “para el resto de los hijos de puta”).
2 – Para muchos simboliza el derechismo alemán superviviente
de la época hitleriana (no es que hubiese tenido un carnet del partido nazi,
es que tuvo dos: el alemán y el austriaco).
3 – Los forofos de la interpretación HIP consideran que todo
lo que pasaba por su batuta terminaba sonando a Wagner ( y no digo ya si ponía sus manos en el sacrosanto barroco).
4 – Los detractores del “gran repertorio” piensan que
fosilizó la lista de obras que se suelen interpretar, centrándola de modo
nacionalista en la música alemana y austriaca.
5 – Se le reprocha hacer poco caso a los clásicos del siglo
XX (salvando su discutido álbum Schoenberg-Berg-Webern… y dos sinfonías de
Honegger).
6 – Se ridiculiza su puesta en escena solemne, cimentada en
sus colaboraciones fílmicas con Henri-Georges Clouzot, donde nació la peculiar
iconografía del director que ¡no mira a los músicos!
7 – Los buscadores de la verdad artística dicen que para él
lograr un sonido bonito pasaba por encima de cualquier otra consideración.
8 – Es visto como el gran pionero de la mercadotecnia en la
música clásica, vendiendo discos básicamente a base de un nombre y una foto.
9 – Los elitistas de pro, que desearían que la música
clásica fuera privilegio de unos pocos, le tienen rencor por haber llenado las
estanterías del populacho de sinfonías de Beethoven.
10 – Los miembros de la Filarmónica de Berlín se veían
obligados a reírle, durante los ensayos, sus chistes malos sobre Willy Brandt.