Todo empezó en los viejos y buenos tiempos de la Muestra
SyFy, cuando aún la interacción de la corriente friki-palomitera y la
indie-gafapastil producía fenómenos tan interesantes como ver a una numerosa
grey de jugadores en red y descargadores masivos de series (mis disculpas
anticipadas, pero a menudo Nicholas Carr parece tener un poquito de razón) tratando
de salir vivos del visionado de “Vinyan”, “Amer” o “Thirst”, por citar solo
tres de los títulos que, al parecer, no estaban hechos para el target de la
Muestra, o al menos eso pensarán sus responsables actuales después del golpe de
estado que alzó al poder a la facción descerebrada en 2012 y que hace altamente
improbable que veamos en el 2014 algo como, qué sé yo, “L’étrange couleur des larmes
de ton corps”.
De ahí que un servidor, fiel adepto de la pretenciosidad
bien entendida y a quien ya no le aportan nada una hora y media tras otra de
cabezas zombis reventando entre un chiste malo y otro, acuñara la expresión “ahora
os jodéis” (simplificada subsiguientemente en sus iniciales A.O.J.) cada vez
que aparecía en pantalla una película “ambiciosa”, “de autor”, “artística”, "seria",
vamos, todo lo que algún que otro bloguero listilllo va escribiendo por ahí que
nunca ha sido ni nunca tiene que ser el cine fantástico (vamos, que ya podemos
ir reescribiendo la historia del cine, empezando por Murnau y Lang, que
seguramente rodaron sus películas para que los adolescentes de la república de
Weimar se echaran unas risillas).
Por extensión, un A.O.J. es también una película que
aterriza en la cartelera disfrazada de título convencional y en torno al cual
se han creado unas expectativas contrarias a lo que la película es, con el
resultado de que más de uno entra a ver la pastelada de turno y se encuentra
con algo cercano más bien a Sokurov y compañía. En este sentido, el rey de los
A.O.J. es sin duda “El árbol de la vida” de Terrence Malick. Podría
argumentarse que en un A.O.J. hay un cierto componente de publicidad engañosa,
pero el desconocimiento del espectador también juega un papel preponderante:
Malick podrá gustar más o menos, pero quien entrase a una peli suya de dos
horas y media pensando que se iba a encontrar un melodramón lineal y lleno de
topicazos para echarse un par de lloreras sin complicaciones, me temo que se
merecía el disgusto y el acrónimo.
El fenómeno A.O.J. surge cuando las películas se rebelan
contra su condición impuesta de producto industrial, idéntico, previsible. Uno
de los últimos, “Solo Dios perdona” fue la complicación de un caso de
"secuelitis expectativa": se daba por hecho que Gosling y Refn se habían juntado
de nuevo para repetir el éxito de “Drive”, y fue que no (aparte de que la
decepción, a nuestro modesto entender, se enraizaba en un desconocimiento
fundamental, no ya de la carrera del danés, sino de la propia “Drive”). De
todos modos, hay espectadores que no solo no se quejan de que determinados
cineastas repitan una y otra vez idénticos esquemas, sino que además lo desean
activamente. Me doy cuenta, mientras escribo, de que, reformulando esto último,
se sacaría una definición bastante cuca de lo que es el cine de género.
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