jueves, 2 de enero de 2014

A.O.J.


 
Todo empezó en los viejos y buenos tiempos de la Muestra SyFy, cuando aún la interacción de la corriente friki-palomitera y la indie-gafapastil producía fenómenos tan interesantes como ver a una numerosa grey de jugadores en red y descargadores masivos de series (mis disculpas anticipadas, pero a menudo Nicholas Carr parece tener un poquito de razón) tratando de salir vivos del visionado de “Vinyan”, “Amer” o “Thirst”, por citar solo tres de los títulos que, al parecer, no estaban hechos para el target de la Muestra, o al menos eso pensarán sus responsables actuales después del golpe de estado que alzó al poder a la facción descerebrada en 2012 y que hace altamente improbable que veamos en el 2014 algo como, qué sé yo, “L’étrange couleur des larmes de ton corps”.

De ahí que un servidor, fiel adepto de la pretenciosidad bien entendida y a quien ya no le aportan nada una hora y media tras otra de cabezas zombis reventando entre un chiste malo y otro, acuñara la expresión “ahora os jodéis” (simplificada subsiguientemente en sus iniciales A.O.J.) cada vez que aparecía en pantalla una película “ambiciosa”, “de autor”, “artística”, "seria", vamos, todo lo que algún que otro bloguero listilllo va escribiendo por ahí que nunca ha sido ni nunca tiene que ser el cine fantástico (vamos, que ya podemos ir reescribiendo la historia del cine, empezando por Murnau y Lang, que seguramente rodaron sus películas para que los adolescentes de la república de Weimar se echaran unas risillas).

Por extensión, un A.O.J. es también una película que aterriza en la cartelera disfrazada de título convencional y en torno al cual se han creado unas expectativas contrarias a lo que la película es, con el resultado de que más de uno entra a ver la pastelada de turno y se encuentra con algo cercano más bien a Sokurov y compañía. En este sentido, el rey de los A.O.J. es sin duda “El árbol de la vida” de Terrence Malick. Podría argumentarse que en un A.O.J. hay un cierto componente de publicidad engañosa, pero el desconocimiento del espectador también juega un papel preponderante: Malick podrá gustar más o menos, pero quien entrase a una peli suya de dos horas y media pensando que se iba a encontrar un melodramón lineal y lleno de topicazos para echarse un par de lloreras sin complicaciones, me temo que se merecía el disgusto y el acrónimo.

El fenómeno A.O.J. surge cuando las películas se rebelan contra su condición impuesta de producto industrial, idéntico, previsible. Uno de los últimos, “Solo Dios perdona” fue la complicación de un caso de "secuelitis expectativa": se daba por hecho que Gosling y Refn se habían juntado de nuevo para repetir el éxito de “Drive”, y fue que no (aparte de que la decepción, a nuestro modesto entender, se enraizaba en un desconocimiento fundamental, no ya de la carrera del danés, sino de la propia “Drive”). De todos modos, hay espectadores que no solo no se quejan de que determinados cineastas repitan una y otra vez idénticos  esquemas, sino que además lo desean activamente. Me doy cuenta, mientras escribo, de que, reformulando esto último, se sacaría una definición bastante cuca de lo que es el cine de género.

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