Los seguidores de las películas y las series animadas,
que defendemos el medio como un modo de expresión ninguneado como arte y
merecedor de una consideración más seria (cuesta asimilar que un lienzo casi en
blanco pueda cotizar millones en ARCO mientras que 24 lienzos abigarrados por
segundo durante hora y pico no merezcan una única mirada), no nos damos cuenta
tal vez de la inmensa fábrica de dinero que representa. Hay multisalas enteras
que se sostienen de las hordas infantiles acudidas al reclamo del Pixar de
turno, mientras que en la parrilla de la TDT un buen número de canales difunden
sin cesar las aventuras de Bob Esponja y compañía. Pasados al otro lado de la
barrera, no es difícil ver los productos animados como fábricas de
estandarización, como fijadores de estética y ética adocenadas aliados a una
visión consumista de la vida.
Por eso sorprenden a varios niveles algunas muestras
europeas del oficio. Uno comparaba hace tiempo “El ruiseñor del emperador” de
Jiri Trnka, en el que se enseña a los niños a dejar a un lado los divertimentos
artificiales y buscar la compañía natural de las niñas, con la saga “Toy
story”, que tiene entre sus subtextos más asimilables por las criaturas el de
“Los juguetes son tus mejores amigos”. Sorprende también, en una película que
no descarta la visión por públicos de todas las edades como “Le tableau”, de
Jean-François Laguionie, las ideas de que el universo y la sociedad son
perfectibles, de que no podemos esperar que el creador venga a solventar las
imperfecciones, y de que resulta posible, con un poco de imaginación, salirse
del marco prefijado de nuestras vidas y marcar la diferencia por nosotros
mismos.
Llama la atención también, especialmente en una obra
generada en gran medida utilizando animación por ordenador (ya se sabe que las
películas confeccionadas con los mismos programas tienden a parecerse), que el
mundo visual se salga de los moldes habituales y extraiga su inspiración de la
pintura de la primera mitad del siglo, con un poco de fauvismo por aquí, un poco
de Aduanero Rousseau por allá, un poco de Franz Marc por el otro lado y un poco
de surrealismo conceptual sirviendo de argamasa al invento (los reseñadores
anglosajones de IMDB no solo perdonan la vida a la película por su pecado
original de ser francesa, sino que se plantean cuestiones como que es trampa
que los personajes se paseen por escenarios no contenidos originalmente en el
marco de su pintura o que sería imposible que se descolgaran de un lienzo a
otro porque las distancias para ellos serían astronómicas; decididamente,
Internet es un temible vehículo para la transmisión del literalismo).
Otra opción poco corriente en una película animada para
todos los públicos es que uno de los personajes principales, a saber el retrato
de la amante del pintor, aparezca, como es lógico dado el contexto, con los
pechos al aire. Sospecho que esto ha debido de bastar para que los exhibidores
la desestimaran en su momento y que permanezca inédita en España. Entre los
valores que se supone que una ficción para un público joven debe respetar sigue
siendo preeminente, me temo, la vergüenza ante el cuerpo humano.