Los que defendemos el tráiler como género cinematográfico por derecho propio, a menudo superior a las películas que anuncia, estamos topando con evidencias que amenazan con propiciar un cambio drástico de opinión.
En segundo lugar, la agresividad de algunas distribuidoras
empeñadas a toda costa en que el público de sus salas conozca los títulos que
traerá próximamente a las pantallas. Como espectador habitual de la cadena
Renoir en Madrid, he visto consternado la llegada de una distribuidora, Caramel
Films, que literalmente bombardea al espectador con sus avances, incluyéndolos
en todas las películas de la multisala. Si un servidor no ha terminado viendo
al menos 10 o 15 veces los tráilers de “Ida”, “Viajo sola”, “El secuestro de
Michel Houellebecq”, “La sal de la Tierra”, o, en la actualidad, “Camino de la
cruz”, es que no los ha visto ninguna. Mi espíritu de contradicción se subleva.
Con la excepción de “Ida” (muy estimable peli que algunos equivocadamente toman
por un ejercicio de rigurosa austeridad, cuando en realidad es un guateque
hedonista de encuadres chachipirulis en 1:1,33 y estética retro) o la peli de Houellebecq
(rarísimo ejemplo de “post-humor” del que los no seguidores del escritor no
sacarán casi nada y que gracias a un nombre sonoro en su título ha adelantado
internacionalmente a pelis más interesantes), no he pasado por taquilla para
ver ninguna de ellas e incluso tomo nota en mi cabeza para no hacerlo,
encontrando argumentos adicionales en contra a cada repetición, hartándome de
lo guay que es Sebastiăo
Salgado o del Dreyer recalentado en microondas que nos quieren vender con
Dietrich Brüggemann. Con una sola vez, ya me daría por enterado, o incluso con
un simple cartel. Lo demás es tratar a los cinéfilos como borregos sin capacidad de
atención o memoria.