El tópico “las primeras obras son autobiográficas” parece cumplirse para Nagisa Oshima: sabemos que su madre se quedó viuda, que tenía una hermana pequeña y que se enfrentó al menos a un duro examen de ingreso, que le permitió entrar como ayudante de dirección en la Shochiku. No sabemos si se dedicó a vender fraudulentamente palomas mensajeras, pero sí se intuye el nacimiento de una conciencia política, de un malestar con lo establecido, de una rabia contra estructuras jerárquicas tradicionales que en nombre de un honor anticuado nunca dejarán entrar en sus círculos a determinadas personas. De ahí el dolor por la muerte de la paloma, símbolo tradicional de paz e inocencia, y el comienzo del tema de la violencia como vía de escape de los desheredados. Así entró Oshima en los anales de la crueldad animal en el cine.
sábado, 30 de noviembre de 2013
"Ai to kibo no machi" (1959): El chico que vendía palomas
El tópico “las primeras obras son autobiográficas” parece cumplirse para Nagisa Oshima: sabemos que su madre se quedó viuda, que tenía una hermana pequeña y que se enfrentó al menos a un duro examen de ingreso, que le permitió entrar como ayudante de dirección en la Shochiku. No sabemos si se dedicó a vender fraudulentamente palomas mensajeras, pero sí se intuye el nacimiento de una conciencia política, de un malestar con lo establecido, de una rabia contra estructuras jerárquicas tradicionales que en nombre de un honor anticuado nunca dejarán entrar en sus círculos a determinadas personas. De ahí el dolor por la muerte de la paloma, símbolo tradicional de paz e inocencia, y el comienzo del tema de la violencia como vía de escape de los desheredados. Así entró Oshima en los anales de la crueldad animal en el cine.
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