miércoles, 31 de diciembre de 2008
Flashback: El año en que comprendí que no era poeta
(Durante el año 2006, en los márgenes inferiores de mi diario, me esforcé en dejar prueba fehaciente de mi falta de talento para la poesía. El hecho de que el espacio se componía sólo de cinco renglones me animó a probar un formato ultracorto a lo haiku, pero aun así no hubo nada que hacer. Si me animo, ya pondré los ejemplos más vergonzantes, donde me atrevo con evocaciones eróticas y aireo mis pulsiones suicidas. Pero por el momento esto es todo lo que hay. Alguno de ellos puede leerse en sentidos horizontal y vertical.)
31-1-06
Bebe sangre, desgraciada,
lava el don de la verdad,
borra el blanco inmaculado,
píntalo de mezquindad,
para que ondee en tu ventana
25-2-06
Espina en piel,
cuchilla en cuello,
maza en rodilla,
esquirla en palma.
Y tú en mi pupila.
7-3-06
Carne el astro pinta menta
De cielo sal una puerta
Ostra entra de línea gris
Fuego en mi verde malva
En un juego de muerte
17-4-06
Demonios de loza
como niños probeta
rasgueando en tus nervios
una rumba malvada
sincopando latidos de amalgama
12-5-06
Brilla, hoja, en la penumbra,
siente ardiente el cuello abierto,
momento eterno tras la esquina,
deslumbrante sentimiento,
con tu amada, tú y la luna.
18-6-06
Llama a mi puerta,
con tu bella mano muerta;
sella mi pacto
con tu helado hermoso tacto;
luna quieta, hechizo exacto.
9-7-06
Coplas del miedo,
del viento que aúlla,
del cuchillo cautivo
y el amor a la tumba,
donde el pájaro calla y la vela no alumbra.
21-8-06
De tender la cuerda en llamas
Sin que entiendas la manera
Tiritando en la mañana
El desorden todo arregla
Por encima de tu lecho
15-9-06
Nuevas costuras
De puntos cual redes
Urdidas con fibras
De infieles migalas
Menudas, festivas y leves
6-10-06
Sol y luna duermen juntos
Cuando el tiempo se detiene
Entre el fin de tu latido
Y el comienzo de uno mío
Y los muertos se despiertan sorprendidos
20-11-06
Oxido mi imagen
Ante el viento del mundo
La lluvia erosiona
La escarcha cuartea
Mis labios se agrietan, lo llaman sonrisa
8-12-06
Luna endemoniada
Del color de tu mirada
Con frío te respondo
Si me bañas con tu sangre
De improviso derramada
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martes, 23 de diciembre de 2008
Tras los pasos del Rey Carmesí 4: "Islands" (1971)
Si quisiéramos aplicar a la discografía de King Crimson el viejo criterio frikiguay de reivindicar, con un mero afán provocativo, todos los rasgos más odiados por toda la gente enrollada y bienpensante, no cabe duda de que “Islands” sería uno de los puntos culminantes en la carrera de Robert Fripp y compañía. Lo tiene todo: improvisaciones atmosféricas y seudo-jazzísticas en la línea de las que ocupaban media cara 2 del álbum debut de Return to Forever; hippismo orientalista, lírico y cursilón; letras de aliento poético paisajista y amoroso, sin el simbolismo tenebroso de discos anteriores; una identificación clara con el universo de la música clásica, tanto en el uso de instrumentos solistas ajenos al rock como incluso en un claro pastiche escrito para oboe y cuerdas; una estética casi siempre meditativa y etérea que podría ser vista con mala leche como precursora de la new age.
Pero lo cierto es que seríamos simplistas: también está algo tan contradictorio en términos, mítico y genial como el solo de guitarra rítmica en “Sailor’s tale”, o esa canción sobre groupies, “Ladies of the road” en la que Sinfield parece querer superar en rijosidad y escatología las letras que por aquel entonces firmaba Frank Zappa junto a los ex-Turtles Flo & Eddie. Como disco en general, “Islands” engloba virtudes y defectos complementarios: la orquesta de cuerda suena amateur, pero la voz de Boz Burrell es de las mejores, más potentes y más versátiles del canon crimsoniano. Lo dispar de las propuestas musicales puede resultar disperso pero también evidenciar una ambición que no cabe en el estrecho casillero de la música rock.
Una de las acusaciones más frecuentes, y más hipócritas, contra el rock sinfónico, es la de que sus intérpretes están técnicamente muy por debajo de sus ambiciones clásicas o jazzísticas. Tengamos en cuenta que este tipo de argumentos suele venir de personas para quienes, cuanto más punki ochentero, desafinado y cutre suena un grupo, más les emociona, y seamos un poco realistas: si Steve Howe hubiese tocado igual o mejor que Andrés Segovia, se habría dedicado a la guitarra clásica y no a Yes; si Emerson hubiese ganado concursos internacionales de piano, habría grabado con Karajan y no con Lake y Palmer. Si nos ponemos en ese plan, los progresivos podrían ser vistos como otra encarnación de la revancha del segundón humillado, dando a sus estudios clásicos, seguramente suspensos, una expresión más espontánea, agresiva y a menudo malévola.
Lo que pasa es que “Islands” a menudo hace pensar en la verdad que encierra la susodicha acusación, nada más empezar, desde ese solo de contrabajo con arco típico del acompañante de jazz experto en el pizzicato de su estilo pero más bien torpe cuando le pones a tocar como en una orquesta de cuerda. Amén de que los del jazz tienen una visión del contrabajo solista de una solemnidad empalagosa, como también demuestra el Stanley Clarke de “Romantic warrior”. Que se escuchen “Pulcinella” de Stravinsky. Este arranque de “Formentera lady” da paso al mejor jingle turístico que tuvieron en mucho tiempo las islas Baleares hasta la llegada de Mike Oldfield. Entre el exotismo sinuoso de la melodía principal y el retrato literario de un Mediterráneo bucólico, emparentado con la Grecia antigua, como un lugar al margen del tiempo, ajeno a las prisas de las civilización, poblado por pintorescos hippies y donde se te asegura el éxito sexual con alguna “amante oscura” de Formentera, sólo lo cerril y troglodita de las autoridades franquistas pudieron impedir que se declarase a Fripp y Sinfield hijos predilectos de la isla. Aunque la verdad se acercaría más bien a “More”, la película de Barbet Schroeder.
“Formentera lady” es interesante también como corroboración de la egocéntrica teoría de Fripp según la cual todos los grupos posteriores del ámbito progresivo copiaron a Crimson. En toda la segunda mitad, de bajo insistente, saxo jazzero, disonancias psicodélicas y vocalizaciones orgásmicas por parte de Boz y de Paulina Lucas, ex soprano de la ópera de Sadler’s Wells, no es difícil ver todo el origen de Gong, el delirante combo anglo-francés que fabricó de la combinación entre jazz-fusión y LSD uno de los sonidos más peculiares de los años 70, aunque añadiendo unos ingredientes de humor y music-hall que en Crimson faltaban.
“Sailor’s tale” remite a los sonidos amenazadores de “21st century schizoid man”, “Pictures of a city” o incluso “The devil’s triangle”. Retomar un motivo melódico de la canción anterior, pero en el marco de un blues up-tempo, es un viejo truco para tratar de establecer una coherencia compositiva que no durará mucho en el disco. Fripp, ya lo sabemos, aspiraba a ser funky, y, aunque no lograría serlo hasta los hits discotequeros de Bowie, los intentos arrojan un interés notable, como en el ya aludido solo central, quizá lo mejor de todo el álbum, en el que Robert ejecuta con rabia una serie de acordes de los que hacen daño a los dedos con sólo pensar en cómo colocarlos en el mástil, sometidos encima a una rítmica irregular de un yogur bastante malo. Después de esto, vuelve el melotrón en plan ominoso, dejando claro, como en el cierre del segundo elepé, que la historia del marinero termina en naufragio, o por lo menos eso me hace pensar la coincidencia semántica de los títulos y la profundidad insondable de los sonidos del vetusto teclado eléctrico.
“The letter”, en el plano de las letras, entra por un ángulo inesperado, a saber un melodrama decimonónico de infidelidades matrimoniales, amantes embarazadas, maridos muertos y suicidios por despecho. Es algo tan a contracorriente de los temas literarios del rock que uno llega a sospechar que su razón principal de ser es la irrupción repentina, tras el suave comienzo, de un estruendoso riff blues-jazzero marca de la casa, amén de unas improvisaciones al borde del free de Fripp y de Mel Collins. Esta canción, quizá por lo inusual, me parece de las más curiosas del disco, quizá por ser más decadente y carecer del olor a pies de los hippies de Formentera, o de la vulgaridad rampante del tema que abre la cara 2.
Pero no creamos que la vulgaridad es mala en sí misma. Sinfield quizá sentía cargo de conciencia por lo finolis que le habían quedado otras letras de este disco y quiso desquitarse ante la comunidad rockera llevando a un terreno más explícito lo que ya había contado a lo sutil en la anterior “Cadence and cascade”. En “Ladies of the road”, el sensible creador de arte progresivo se quita la careta y se revela como lo que todo hombre es: un obseso de ínfulas priápicas que sueña con llevarse al huerto a toda persona atractiva que se cruce en su camino. Sea una chica adolescente, “reportera escolar” apenas púber, en la primera estrofa, una pacifista feminista, de la que se citan los “dos dedos” no sé si por formar con ellos el símbolo de la paz o por usarlos para masajear sus partes íntimas, en la segunda estrofa, o, en la tercera, una modernita “cool” cuya obsesión es masajear la “Fender” del rockero, ya que a todo artista de las seis cuerdas le cuelga entre las piernas la Stratocaster de Jimi. La ironía del estribillo, que compara los desmanes eróticos de la carretera con las travesuras de niños ladrones de manzanas, sirve de introducción a la pièce de resistance de la canción, un estudio sociológico del sexo oral entre estrella y groupie con el que ni siquiera Xaviera Hollander hubiese podido soñar. La chica flipada de San Francisco, después de comer “toda la carne que le di”, o sea, de burrito, ofrece a la estrella “probar la suya, por si le apetecía el sabor”, pero ésta la manda a paseo, pues ese sabor no es otro que “raspa de pescado con marron glacé”. Uno casi preferiría no detenerse a analizar de dónde pudo surgir esa textura de marron glacé, pero lo que es seguro es que la chica de Frisco no tenía hábitos muy higiénicos que digamos. Y la verdad es que la música intenta estar al nivel de tanta suciedad: no me gustan mucho las pretensiones agresivas del saxo de Collins, que suena desafinado como en el resto del disco, pero el agónico solo de Fripp, que se encamina trabajosamente hacia los agudos como si de una masturbación dolorosa se tratara, es de antología. Y luego dirán que el rock sinfónico es un estilo carente de inspiración terrenal, vicio y lujuria.
A continuación, como en “The letter”, el impacto del contraste con “Prelude: Song of the gulls”, fragmento de inspiración clásica compuesto para el oboe solista de Robin Miller y una agrupación de cuerdas no acreditada. Más que por su calidad o falta de ella (lo dejaremos en un tema simpático), “Prelude” es interesante por lo que revela sobre las presuntas inspiraciones compositivas de Fripp. A pesar de la famosa frase sobre “tocar a Bartók con la intensidad de Jimi Hendrix”, lo cierto es que el líder de Crimson, sobre todo en este disco, se revela no como un modernista agresivo de principios de siglo, sino como un eslabón más en la cadena bucólica de compositores ingleses que se inicia en Elgar y continúa con gente como Bax, Parry o esa inspiración secreta de Fripp que siempre fue Vaughan Williams. Recuerdo mi decepción al leer en el blog de nuestro protagonista la aseveración de que sus piezas favoritas del momento estaban firmadas por Mozart, ilustrando las palabras con una foto donde se le veía con el libro de Charles Rosen “El estilo clásico” sobre la mesa. El león ruge cuando agarra la eléctrica, pero podría rugir más y mejor si sus referentes “serios” no se hubiesen vuelto tan apolíneos.
Otra implicación de “Prelude” tiene que ver con las habilidades compositivas de Fripp: el título de la pieza no miente porque realmente se trata de una canción, un “lied” si nos ponemos exquisitos y germánicos, que alterna episodios idénticos pero no los somete a variación ni transformación. No se trata de un pecado mortal: Schubert fue a menudo igual de pobre en material melódico y estructura que muchos autores de canciones pop, y ahí lo tenéis en el olimpo de los grandes. No obstante, me da que un análisis de las piezas crimsonianas de esta época no revelaría una complejidad mucho mayor que la de esta “Canción de las gaviotas”, pudiéndose llegar a la conclusión de que el impacto viene más bien del lado bronco y visceral y de que, pese a las connotaciones despectivas de que se ha revestido lo “progresivo”, lo especial de Fripp es que, a fin de cuentas, es un músico de rock.
La conclusión del disco, “Islands” es quizá el momento más melifluo de Sinfield, con una acumulación de metáforas naturales sobre el aislamiento que no parecen decir mucho más allá de la necesidad de amor de un ser solitario. En su época me parecía que la corneta solista de Mark Charig era bastante floja en lo técnico, pero esa vulnerabilidad está mucho más en sintonía con el tema de la canción que los poderosos pulmones de cualquier trompetista ruso. Fripp, como en muchas partes de este disco, renuncia al afán protagonista aplicándose a un instrumento que no domina especialmente, en este caso el armonio de pedal, parece ser que bastante duro físicamente y que da a la canción ese bajo cavernoso, esa atmósfera con un horizonte constante en la lejanía. Repitiendo la jugada de “Formentera lady”, se apuesta por un estatismo rítmico y armónico y un crescendo flanqueado de improvisaciones de jazz un tanto pobretonas. Mentiría si digo que el tema me desagrada, pero lamento que el concepto de la belleza mostrado aquí por Fripp sea en el fondo tan convencional, aunque en el contexto de la música pop su riesgo fuera máximo. Esto no podía durar, de ahí que las interpretaciones en vivo de este grupo, el primero en salir a la carretera desde los tiempos heroicos con Lake y los Giles, fuesen mucho más enérgicas y extrovertidas antes de estrellarse contra la dura realidad.
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domingo, 21 de diciembre de 2008
Me quedo con Sodoma
Para decir lo mismo que todos los demás, mejor estar callado. Por eso suelo resistirme a publicar aquí la enésima reseña de medio pelo de “El caballero oscuro”, “Vicky Cristina Barcelona”, “Red de mentiras”, o cualquiera que sea la peli que se ha estrenado ese fin de semana. En cambio, se me llevan un poco los demonios cuando sospecho que soy el único en albergar, o por lo menos manifestar, determinadas opiniones. Por ejemplo, cuando veo medianías clamorosas del estilo “Borrachera de poder”, que demuestran de manera concluyente que Chabrol debió haber muerto en el 84 en lugar de Truffaut, y sin embargo sé que no se publicará ni una sola crítica negativa de ellas en los medios, antes bien lo contrario, y encima con un elevado nivel de discurso en plan "Qué sofisticada ironía, la juez llevaba guantes rojos, etc”.
Ahora me sucede algo parecido con “Gomorra”, saludada como uno de los grandes títulos de la cartelera, admitida incluso en el nuevo frikismo mainstream de los Jordi Costa y compañía, y considerada como prueba fehaciente de que el cine italiano está a punto de reverdecer sus laureles de antaño. Pues bien, un servidor tuvo uno de esos incómodos momentos que enfrentan su modesto juicio con la opinión unánime de la Humanidad, porque se pasó las dos horas y pico de proyección mirando el reloj y fue incapaz de admirar una obra tan laureada. Quizá sea una cuestión personal, pero no os preocupéis: no me voy a conformar, como si fuera Carlos Boyero o el 99% de los que hoy opinan sobre cine, con esgrimir “me aburrí” como el argumento para acabar con todos los argumentos. Me dispongo a tratar de explicar por qué, de manera que aquellos que no compartan mi parecer puedan sacar al menos algún elemento interesante de los que colean en mi absurda mente y raramente comparto con los allegados.
Tal vez la clave de mi escaso entusiasmo hacia la película dirigida por Matteo Garrone haya que buscarla en mis nociones convencionales sobre el cine como invento estético y narrativo. Como buen decadentista, creo en el arte por el arte y, por extensión, en las obras cinematográficas, literarias, musicales, etc., como realidades alternativas con sus propias reglas diseñadas para hacer frente a esa avalancha de mediocridad que se ha venido en llamar “mundo real”. Una plástica atractiva, una progresión apasionante, a mis ojos, valen en sí mismos como labor artística, porque, y aquí habla la voz del desengaño, si nos ponemos ultracríticos apenas hay mucho más que rascar.
Supongo que Garrone ha encontrado muchos adherentes entre los que juran por los viejos artículos de Jacques Rivette sobre lo que él llamaba “la abyección”, ejemplificada en el travelling que Gillo Pontecorvo utilizó para enfatizar la muerte de un personaje en “Kapo” y que para el francés sería una irritante manera de trivializar un asunto muy serio mediante una espectacularización frívola de la forma. La idea de que la belleza de una técnica virtuosa es contraproducente para un discurso moral y social responsable arraiga bastante en centros de producción alternativos por obvias razones. El juicio final consistiría en ver seguidas “París nos pertenece” y “Kapo” y emitir veredicto. Pero nos salimos del tema.
Cuando Garrone se plantea adaptar el libro de Roberto Saviano sobre la Camorra, decide, con buen criterio, huir de tópicos, de formas ya conocidas, del género “de mafias”, porque en realidad el género de mafias trata sobre el honor de la familia, sobre la heroica supervivencia del inmigrante que logra hacerse respetar en un país extraño, sobre el triunfo y la caída de la ambición humana; pero no de una lacra social que se infiltra en todas las capas de la vida cotidiana y que envenena literalmente la región napolitana, sea con muerte y violencia, sea con vertidos tóxicos enterrados de cualquier manera.
Por eso no se puede rodar con los encuadres de siempre, con los movimientos de cámara de siempre, con los mecanismos de identificación de siempre, pues de esa manera terminas, sin darte cuenta, contando la película de mafias de siempre. Antes de ver la película, yo me esperaba un seudo-Dogma con cámara en mano, tembleque e histeria expresiva, pero la realidad fue al mismo tiempo mejor y peor: Garrone, salta a la vista, se ha pensado mucho sus imágenes, sus secuencias, su ritmo. Ha adoptado un estilo documentalista “transparente” que no llama la atención sobre sí mismo como sí lo hace el Dogma 95. No hay tembleque porque hay steadycam, usada para no tener que planificar porque la planificación queda artificial. No hay composiciones atractivas porque el regodeo en la estética traiciona la realidad descarnada que se desea mostrar (porque es obvio que en la realidad descarnada no hay lugar para la belleza, parece indicar este modo de pensar).
No seré yo quien diga que no es un estilo coherente consigo mismo, pero a mí me causa incomodidad una manera de realizar definida exclusivamente por lo que no es, como si eliminar presuntos defectos produjera por defecto un cúmulo de virtudes. Está muy bien lo de rechazar los modos convencionales de contar este tipo de historia, huyendo de lo que se suele considerar “artístico”, pero, ¿se ofrece algo a cambio? ¿Puedo estar seguro de no estar ante la pose intelectual de un cineasta que simplemente no sabe hacer una versión más rigurosa y cabal de los viejos “polizieschi” de Martino, Sollima o Castellari? ¿Hasta qué punto la mecánica del distanciamiento no opera en contra del impacto que se pretende causar? Sé que debo de ser el único, pero a mí no me produce ni una enorme impresión ni sorpresa saber que la realidad cotidiana del crimen organizado es fea, mediocre y aburrida, y que la muerte es el producto frío y desapasionado de una industria regional que amenaza con convertir toda la ciudad en el mismo descampado, en la misma playa gris. El análisis es certero, las intenciones son honorables, el modo de desarrollarlos me deja más bien indiferente.
Cuando, en una de las secuencias iniciales, los dos jóvenes que han robado las armas se dirigen a un jefecillo local de la Camorra, se los ve desenfocados al fondo de la imagen mientas vemos perfectamente a aquél. Cuando los chicos hablan y no se corrige el foco, yo me las prometo muy felices ante tamaño alarde de puesta en escena “inteligente”: si no llegamos a ver nítidos a esos dos personajes, es porque carecen de entidad en el plan general de las cosas, son seres anónimos y amorfos sin rostro ni personalidad. Pero luego, en el transcurso de la película, el mismo recurso de no corregir el foco se repite en secuencias muy diferentes donde no podemos aplicar la misma teoría, con lo cual nos damos cuenta de que se trata de un mecanismo sin función narrativa, que es una infracción gramatical deliberada para que lo mostrado no tenga un aspecto demasiado “de película”, y lo mismo reza para las composiciones de plano y la fotografía voluntariamente feas, para la abundancia de tiempos muertos.
Siempre he encontrado curioso que una manera segura de ganarse el beneplácito de la crítica progresista internacional sea airear las realidades más tercermundistas de un país desarrollado. Si hacemos caso a Aki Kaurismäki, Finlandia sería un país de borrachos deprimidos en paro, de mendigos indigentes que sólo tienen al Ejército de Salvación. Si hacemos caso a Garrone y Saviano, la próspera Italia parece el Brasil de las favelas. Como documento, “Gomorra” no carece de mérito; lo que me incomoda personalmente es que se dedique tanto esfuerzo y reflexión a que lo contado te quede lo más lejos posible, a confiar tanto en la fuerza de unos hechos banales y tan poco en las posibilidades de la imaginación para transmitirlos.
Decir, como hace Fausto Fernández en “Fotogramas”, que “Gomorra” es “una magistral síntesis de Antonioni y Bruno Corbucci”, aparte del tópico de la crítica frikiguay consistente en juntar en la misma frase, para epatar, lo más prestigioso y lo más subcultural que vengan a la mente en ese momento, revela asimismo un profundo desconocimiento, no ya de Antonioni, sino también de Bruno Corbucci. Antonioni, a quien habría que ir librando de los lugares comunes que ensombrecen su figura, era pura estética al servicio de la idea, y los Corbucci y similares pretendían ofrecer puro entretenimiento chapucero. “Gomorra” está en las antípodas de ambas posiciones, y mira que es difícil.
Y tampoco creo que hayamos vuelto al neorrealismo: el neorrealismo era cálido, sentimental y apasionado. La película de Garrone es de lo más frío que he visto en mucho tiempo, lo cual, unido a su desprecio por la forma y por el arte de narrar, no me despierta mucha estima. Si vas a darme cine de autor, dame extravagancia temática y recursos formales delirantes. Si vas a darme una desgarradora denuncia de injusticias reales, trata de removerme por dentro mientras la veo. Pero no trates de darme una lección de ética cinematográfica, porque no me convencerás: para mí la estética no tiene moral alguna. Ni tampoco me vengas con idealismos sobre los beneficios sociales que producirá tu denuncia: el otro día leí que la Camorra se estaba forrando a base de vender copias ilegales de la misma película que supuestamente les asesta un golpe mortal. Y a Saviano, como a Rushdie, la condena a muerte le beneficiará a largo plazo. Si no lo está haciendo ya.
Todo lo cual queda dicho para no quedarme en un mero exabrupto subjetivo de esos que ahora suelta la crítica profesional sin que pase nada. “Gomorra” es la peli de moda y saldrá en todas las listas de lo mejor de 2008. Yo aún soy incapaz de entender por qué. Os prometo que volveré a verla dentro de unos años por si cambio de opinión. Pero por ahora, si esto es Gomorra, yo me sigo quedando con Sodoma.
domingo, 14 de diciembre de 2008
El ocaso de las colecciones
Uno empieza a darse cuenta de que consumir no es la solución cuando el ritmo de compra es muy superior a la capacidad de asimilar los artículos comprados. Si admitimos que uno atesora libros, discos o películas de vídeo como los emperadores de antaño acumulaban esposas en el serrallo, a uno le da rabia hacer cálculos y llegar a la conclusión de que ni aun alcanzando la edad de 200 años le será posible conocer de las tres cuartas partes de ellas apenas algo más que el nombre, la procedencia, el color de sus ojos y el de su piel.
Así pues, habiendo ya menguado el vigor viril que nos permitía dar cuenta de muchas concubinas en una sola noche de orgía y delirio, decidimos conformarnos con conocer bien a unas pocas y negarnos a abrir la puerta del castillo, como hacíamos antes, a cualquier desconocida con ojos burlones y sonrisa prometedora pero que terminaba extraviada con alguno de sus servidores en los laberínticos pasillos de la fortaleza, viviendo de las abundantes sobras, borrándose incluso de nuestra memoria, tantas son las veces que nos cruzamos con ella y creemos que siempre estuvo allí, que crecimos juntos.
Claro que ahí surge un nuevo problema: si apenas tenemos tiempo para disfrutar de nuestro harén ya cerrado y limitado, ¿con qué reemplazaremos el placer con que recorríamos nuestro territorio de un confín a otro, en busca de jóvenes bellas, curvilíneas y desharrapadas que incorporar a nuestra caravana? Quizá vaya siendo hora de edificar nuestro mausoleo, haciendo perecer bajo el látigo a cientos de esclavos encomendados de tallar con nuestro perfil la cumbre más elevada del imperio.
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domingo, 7 de diciembre de 2008
10 momentos estelares de las contraportadas de DVD
Es bien sabido que España no es ningún paraíso de las ediciones en DVD, con un porcentaje ciertamente alto de películas sin subtítulos en español, sin audio original, en un formato de pantalla 4:3 que hace su visionado en una televisión panorámica más bien incomodillo, con imagen volcada directamente de un VHS o de copias fílmicas que son puro “grindhouse”, etc.
Pero de lo que quería hablar es de los textos de contraportada, verdaderos indicios del cuidado general que se dedica al producto. En algunos casos, llama la atención la pintoresca manera de describir la acción, así como gazapos léxicos que quedan perpetuados en una carátula por la que algún incauto habrá llegado a pagar 15 euracos. Por ejemplo en:
1 - “La venganza es mía” de Shohei Imamura (DeaPlaneta)
“Enokizu es un criminal al que le encanta cometer atrocidades y despiados crímenes”.
Amén del matiz cachondo a lo Joker de Nicholson, que está más bien ausente de la actuación del finado Ken Ogata, llama la atención lo de “despiados”, signo de una incipiente simplificación lingüística que haría las delicias de García Márquez.
2 - “El príncipe de las tinieblas” de John Carpenter (Universal)
“Un espectacular festival de terror que llega de la mano de JOHN CARPENTER, con ALICE COOPER y DONALD PLEASENCE. [...]. Todos los implicados, uno por uno, se van convirtiendo en zombis”.
Aquí tenemos una pequeña muestra de lo que llamo la “escuela engañosa” de textos de contraportada, de la cual finalmente no incluí la sinopsis de “Desapariciones” de Ron Howard, que seguía la estela del trailer en intentar convencer de que aquello era un western de terror. He preferido “El príncipe de las tinieblas” por combinar lo engañoso (por muy impactantes que sean los cameos de Alice Cooper, quien espere verlo de protagonista, como en la gran “Monster dog” de Claudio Fragasso, se verá duramente defraudado) con una sutileza descriptiva fuera de lo común en la última frase. Eso casi es mejor que lo fuese descubriendo el espectador, ¿no?
3 - “12 monos” de Terry Gilliam (Universal)
“En su viaje, se cruzan su camino, el de una bella psiquiatra (Stowe) y el de un enfermo mental francamente idiota (Pitt)”.
Apostaría algo a que detrás de este sublime fragmento se halla la misma mente privilegiada que parió el fragmento anterior, dados la coincidencia de distribuidora y el equivalente nivel de veracidad informativa. En efecto, un clásico moderno de la ciencia ficción y todo lo que queráis, pero si el enfermo mental es idiota, es idiota. Atentos también a la cuidada redacción.
4 - “Phantasma II” de Tobe Hooper (Warner)
“¡Un hell-raiser bien hecho!” – Leonard Maltin
Iniciamos ya la segunda modalidad de carátulas chifladas, a saber, las resultantes de una traducción sospechosilla o directamente pésima de los textos originales de la edición anglosajona. Creo que a los colegas de “Switch off and let’s go” no se les ha ocurrido este tema aún, y eso que hay mucha más tela que cortar de la que yo voy a incluir aquí. Mi recorrido comienza por las citas promocionales o blurbs, provenientes de medios escritos o audiovisuales que en la mayoría de los casos no significan nada para nosotros, y que se traducen de modo harto peculiar y a veces indescifrable si no tenemos acceso al texto de origen. Fijémonos si no en este caso: ignoro si será cierta mi conjetura de que hell-raiser ha llegado a ser un término genérico para hablar de películas de terror, pero, desde luego, pese a la impresión que nos pudiera causar de pequeñitos la miniserie basada en “El misterio de Salem’s Lot”, dudo mucho que, vista con ojos de hoy, se la pudiera considerar “mejor hecha” que el clásico ochentero de Clive Barker al que la versión española de la cita de Maltin parece aludir.
5 - “La huida” de Sam Peckinpah (Warner)
“UN THRILLER IMPRESIONANTE. MAGISTRAL CONTROL DE PECKINPAH SOBRE LA ESCALADA DEL FRENESÍ” – Chris Peachment, TIME OUT FILM GUIDE.
Esto es tan mítico que hasta lo escaneé para encabezar la entrada. Ni idea de qué pondría el original, pero la inspiración del traductor es bestial, hasta tal punto de que, si se me ocurriera escribir un guión y titularlo “La escalada del frenesí”, tengo el fundado presentimiento de que se vendería sólo por llamarse de esa manera.
6 - “Cuentos de ultratumba” de Kevin Connor (Warner)
“TEMPTATIONS LTD. – SEMBRAR EL TERROR ES SU ARMA DE NEGOCIO. [...] Todo sorpresas para los personajes y para ti en estos crueles y horroríficos relatos de Cuentos de Ultratumba”.
¿”Arma de negocio”? Me suena a una cutre-versión de “stock-in-trade”, pero quien no sepa inglés se tendrá que tragar una expresión inventada, no idiomática, que además tiene poco que ver con el sentido original de la expresión. Si ven que es difícil de traducir, que escriban un texto nuevo. Aunque lo peor llega más abajo: ¿”horroríficos”? ¿Pero esa palabra existe? Y eso por no hablar del final: si en el título original, “From beyond the grave” no hay referencia alguna a unos “Cuentos”, en el español sí la hay, por tanto no caigamos en la “horrorífica” redundancia de hablar de “Relatos de cuentos”.
7 - “Hamlet” de Kenneth Branagh (Warner)
“El entusiasmo de las palabras de Bard y un arriesgado estilo cinematográfico impulsan la historia de un ambiente a menudo oscuro a una ira y un esplendor llenos de luz.”
¿Quién narices es “Bard”? Pues no es otro que William Shakespeare, a quienes los anglosajones se refieren a menudo como “El Bardo”. Pero nosotros no. Uno puede mirarse todo el reparto de actores y personajes, y no hay ningún Bard que valga. Esto me recuerda a aquel subtítulo de la edición hispana de “Serpico” donde un personaje dice “Word’s out” y el letrerito afirma que “Word está fuera”, y no “Corre la voz”. Y luego seguro que todos estos hicieron Filología Inglesa. Lo de “impulsan a una ira” también me llega al alma con su creatividad a la hora de inventar una expresión hasta ahora inédita en nuestra lengua.
8 - “El color del dinero” de Martin Scorsese (Buenavista)
“Paul Newman y Tom Cruise, dos de las estrellas más calientes de Hollywood, inflaman la pantalla en este potente drama. [...] EL COLOR DEL DINERO te electrocutará con su intrigante historia, asombrosa cinematografía y dinámicas interpretaciones”.
Aunque Warner posee el práctico monopolio de las cutre-traducciones de contraportada, este ejemplo de otra distribuidora es igual de espectacular. Newman y Cruise inflaman la pantalla... cualquiera diría que es una continuación no acreditada de “Videodrome”, con Cronenberg moviendo los hilos en la sombra, como prueba el salvaje final de la experiencia, en el que los espectadores mueren electrocutados de placer. Aparte de que "cinematografía" es "dirección de fotografía".
9 - “Drácula 73” de Alan Gibson (Warner)
“Pero Johnny Alucard tiene una nueva y genial forma de divertir a sus amigos. Un cierto ritual será el final de los vivos, insiste. Y si usted todavía se pregunta de dónde viene Johnny Alucard, pruebe a leer su apellido hacia atrás. [...] Nadie puede perderse su terrible batalla real. De hecho, es el final de los vivientes”.
Una prueba de la perspicacia de los gestores españoles de la Warner es que “Drácula 73” es el único título de la serie de la Hammer sobre el vampiro editado con ciertas garantías de calidad, no como los horrores que luego perpetró la eximia distribuidora Impulso. Pero en fin, ya que sacamos una, que sea para tomárnosla a coña, y desde luego “Drácula 73” se presta a ello. Vean si no la utilísima aclaración sobre “Johnny Alucard”: creo que, si no nos lo llegan a decir, ninguno nos habríamos dado cuenta de tamaña sutileza. Pero los traductores locos atacan de nuevo: ¿”El final de los vivos” o “de los vivientes”? ¿”Su terrible batalla real”? Mí no comprender.
10 - “Eyes wide shut” de Stanley Kubrick (Warner)
“Esta última atrevida película de Stanley Kubrick es un apasionante viaje psicosexual... [...] Cruise interpreta a un médico que se sumerge en un coqueteo erótico, que llega a amenazar su matrimonio, cuando es testigo de un misterioso asesinato, en el momento en el que su esposa (Kidman) le confiesa que siente un vivo deseo sexual. Una historia que se haya inmersa de sentimientos... [...] todo ello bajo la creación magistral de Kubrick”.
Y como prueba final de la casposidad que no cesa, horribles fallos en una de las novísimas y primorosas ediciones de las películas de Kubrick, sin duda entre las joyas de la corona de la casa Warner. Amén de lo de “viaje psicosexual”, que casi podría haber salido de la pluma de Jordi Costa, no se pierdan la sin par claridad narrativa, que tan bien resume la esencia del canto de cisne de don Stanley: resulta que, al mismo tiempo que el médico se dedica a coquetear, es testigo de un misterioso asesinato y a la vez recibe la confesión del vivo deseo sexual que siente su mujer, no sabemos por quién. Vamos, que ni Mariano Ozores puso a Pajares y Esteso en semejante enredo. ¡Aparte de que lo de “testigo de un misterioso asesinato” es mentira! Pero no para ahí el asunto: la historia se ¡“haya”! “inmersa de sentimientos”. De nada sirvió escribir tantas veces de pequeño lo de “Un aya se halla sentada debajo de un haya cerca de la ciudad de La Haya”. Me quedo inmerso de sentimientos tras constatar tamaño atentado ortográfico. Menos mal que todo está “bajo la creación magistral de Kubrick”, expresión de nuevo cuño cuyas resonancias teológicas disculpan su escaso mérito como traducción.
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