jueves, 31 de diciembre de 2009
Flashback: Loco por tus huesos (Capítulo LII)
Papa Vendredi, sabedor por Takeshi de quién debe ser destinatario de su venganza, explora la desierta y descuidada mansión Valli. Tan sólo halla la colección familiar de esqueletos, dispersa por los suelos en un caótico osario, y, en el sótano, el cadáver desangrado de Vernon.
En el ancho mundo, reina un clima de grandes esperanzas y de gran violencia. Los milagros incontestables desatados en Raratonga por Dios, especialmente durante su noche de bodas con Gretchen, han encendido en el populacho una fe insensata cuyas manifestaciones han derribado gabinetes como el del presidente Diego Valor en Ciudad Centro y proporcionado argumentos a una plétora de grupúsculos que se disputan el monopolio de la Verdad Sagrada a tiro limpio, en ciudades, desiertos y junglas.
Ajenos al clima general, o bien integrándose en él a las mil maravillas, Boris y Orlando recorren el planeta en sendas Harleys, cortesía de la fortuna Valli, buscando su destino. Orlando incluso ha enseñado a disparar a Boris, y la carrera delictiva de ambos ha dado ya abundantes frutos, burlando siempre la persecución internacional del inspector Malou.
Pedro Arteaga no ha logrado interesar a ningún teatro en “Bárbara entre las llamas”, dada la primacía en el repertorio de las óperas del Niño con Peluca, pero la salida de su coma de la verdadera Bárbara le ha otorgado nuevas razones para vivir, aparte, claro está, de desenmascarar de una vez a Geller Bach.
Buster, vivo aunque paralítico, se casa con la cada vez más ausente Carla, que ha mantenido en su servicio a Ramón para proveerla de inspiración poética. Siendo estéril Carla, ella y Buster deciden adoptar a una niña rubia de ocho años llamada Ilsa.
De Takeshi, nada se sabe. Pamela, colgada de su recuerdo, es el único habitante de Raratonga que no practica el amor libre, y además se mantiene virgen.
Raratonga, la tierra de Dios, es un lugar surreal y feliz. Se dice que una noche la isla desapareció, y que ningún navegante de esta Tierra podrá ya encontrarla y fondear en sus costas.
(Fin)
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miércoles, 30 de diciembre de 2009
"Rojo oscuro" en la Filmoteca
Sería un buen modo de cerrar el círculo iniciado hace dos años y medio, de poner fin simétrico a una trayectoria bloguera que no viene dando demasiados frutos. Estaría bien interrumpir el serial antes del último capítulo y dejar a alguno de mis cinco seguidores con las ganas. Se estudiará, pero mientras tanto me apetece pasar un breve rato reflexionando sobre una cuestión que me interesa bastante: la del canon de películas favoritas de cada uno y cómo llegan allí obras que en ocasiones pueden estar bien lejanas de lo que se entiende como "buen cine". A mí me trae al pairo que pueda haber un par de centenares, o de millares, de pelis mejores que “Rojo oscuro”; ser consciente de tal hecho no merma mi consideración del quinto film de Dario Argento como mi Película Favorita de Todos los Tiempos. ¿Posibles explicaciones?
a) Allá por los primeros años 90, captada al azar en una de las emisiones en pruebas de Telecinco, fue una de mis primeras revelaciones de ese Otro Cine que existía al margen de los clásicos reconocidos, que dejaba un poco de lado consideraciones accesorias como el buen gusto y los buenos modales y que se comunicaba a un nivel más visceral, más profundo y más extraño que el cine “normal”. Es una de las raras ocasiones en las que te es dado descubrir otro mundo, en esas atmósferas malsanas, en esa música imposible pero carismática de Goblin, en esas hiperbólicas secuencias de asesinatos. Lo que nadie me dijo entonces sería la cantidad de basura audiovisual que sería capaz de tragarme en busca de nuevas entradas a ese mundo y que dejaría secuelas permanentes en mi cerebro. Pero lo hecho, hecho está.
b) Llevando el tema a un nivel seudo freudiano, y dando por supuesto que la mayoría de los que puedan leerme ha visto la película, podría fingir sinceridad diciendo que me gratifica la venganza simbólica sobre el poder represor y castrador de una madre puesta en escena a lo largo de las dos horas de metraje. La peli de Argento sería una especie de acto de psicomagia a lo Jodorowsky: ya que jamás vas a matar a tu madre en la vida real, horrorizarte viendo cómo su collar atrapado en el mecanismo de un ascensor la decapita podría servir de catarsis liberadora. Al fin y al cabo, el trauma que la señora induce en su hijo lo lleva a una vida infeliz como alcohólico y homosexual clandestino, y a ser arrastrado por la carretera por un camión de la basura y terminar con la cabeza aplastada por un coche deportivo, todo por querer protegerla y ocultar sus crímenes. Sería poco razonable identificarse con tal historia, pero ¿un espectador tiene moral? ¿Tenemos que ser policías de nuestros propios pensamientos?
c) El descubrimiento de la versión larga de la película, frente al metraje aligerado que llevamos viendo toda la vida, añade capas de significado que antes apenas se esbozaban. Antes, la idea de fondo parecía ser una versión pulp de los enigmas de la percepción de “Blow up” de Antonioni. Ahora, viendo al mismo David Hemmings de aquella película, pero en versión más rechoncha, siendo incapaz de pronunciar la palabra “burdel” en un prólogo aparentemente innecesario, abandonando el destartalado coche de Daria Nicolodi por el techo y estando a punto de mandar a la porra toda la investigación por marcharse a España con una mujer liberada y encantadora, nos damos cuenta de que estamos ante la historia de un artista madurito, sin mucha, o sin ninguna, experiencia sexual, que desconfía de las mujeres o simplemente las teme, que ve en su amigo Carlo un reflejo distorsionado de sí mismo, que en un momento dado ha de elegir entre vivir ese amor que no conoce y conocer la verdad, y que opta por esto último, sin saber que su única manera de conocer la verdad será verla reflejada en un charco de sangre. Argento, que vivía entonces los mejores tiempos de su relación con Nicolodi, prefiere aquí que la chica se salve, abriendo también para el espectador masculino la esperanza de que quede una Gianna Brezzi para abrir tus horizontes vitales a pesar de que hayas visto demasiadas cosas que nunca habrías debido ver.
d) La importancia de la música en la película, desde el implacable riff de Fabio Pignatelli, con sus sugerencias de tenacidad y obsesión, hasta las explosiones fusioneras de bajo desbocado, piano machacón y percusiones latinas que puntúan los salvajes crímenes, pasando por el plácido blues que compone al piano Marc antes de recibir la visita amenazante del asesino, o la ingenua nana infantil que sirvió de ambientación al primer crimen traumático y que será la banda sonora previa de todos los demás. Pero hay más: el riff entre bluesero y fantasmagórico que acompaña la fascinante exploración por Marc de la casa abandonada (secuencia también ampliada en la versión larga) o la furia crimsoniana que se apodera de la banda sonora cuando el protagonista está a punto de caer de una cornisa, sin olvidar las aportaciones más clásicas pero igualmente acertadas de Giorgio Gaslini, que iba a haber firmado todos los temas de la película hasta que Nicolodi le puso a Argento el disco de un grupo de rock sinfónico llamado Cherry Five, recién rebautizado como Goblin, y el resto, como reza el tópico, ya es historia.
e) La posibilidad de seguir sacando hilos del ovillo, de descubrir nuevos detalles con significado, que no parecería a priori muy elevada tratándose de un producto en teoría comercial y explotativo, pero que triunfa por encima de, o gracias a, el aparente caos de un guión que parece construido a base de una casualidad tras otra, de excusas para construir imágenes rebuscadas o impactantes. Preguntarse por la razón de caprichos sin mucha razón narrativa pero evidentemente muy trabajados, como puede ser la representación visual de los ruidos que entorpecen la conversación telefónica entre Marc y Gianna, entretiene a menudo mucho más que el argumento, y la lista podría alargarse hasta el infinito: ¿por qué construir en medio de Turín una réplica del bar pintado en “Nighthawks” de Edward Hopper? ¿Por qué esa insistencia en un funeral judío para Helga Ullman? ¿Por qué el crimen desencadenante del trauma para Carlo es diferente en la secuencia de créditos y en el flash-back final? Argento, cuando no se pone a escribir diálogos, es un narrador más inteligente de lo que se cree, sobre todo en su especialidad, que no es otra que sembrar el desconcierto. ¿Cuántas veces habrá visto Lynch cada una de sus películas?
Podría seguir, pero ando poco inspirado. No se puede escribir la entrada definitiva sobre “Rojo oscuro” así como así. En el caso de que cerremos el círculo aquí, fue un placer. En el caso de que no, seguiré satisfaciendo el masoquismo de al menos cinco personas...
sábado, 26 de diciembre de 2009
Flashback: Loco por tus huesos (Capítulo LI)
Al borde de una laguna verde de la isla de Raratonga, hombres, mujeres, animales y seres de fantasía aguardan con cantos y bailes la aparición de Dios y Gretchen, prestos a celebrar su boda.
En una lúgubre caverna volcánica iluminada con velas, una criatura con afilados dientes y una mirada de profunda inteligencia surge del útero de Irina, bajo la mirada expectante o temerosa, según quién, de Geller Bach, milicianos arácnidos, Orlando y los maniatados Ada y Tobías, por no hablar de Boris, impasible y ajeno a todo. El llanto del recién nacido es una canción... que recibe respuesta. Papa Vendredi ejerce sus habilidades musicales, a falta de mejor recurso para evitar la catástrofe que se avecina si el niño mata a Ada, absorbe cuerpo y alma de Tobías mediante la energía vital liberada, entra en fase de crisálida y se metamorfosea.
Entre el público de la boda se encuentran Pamela, que ha acompañado a la isla a Papa Vendredi, y Flowers, quien detrás de una palmera observa a la muchacha y planea añadirla a su personal. Pero apenas llega a dar dos pasos antes de caer de plano al suelo. Su mirada hacia arriba encuentra la de Takeshi.
En la cueva, el Retoño fascina a Papa Vendredi, quien, a punto de caer bajo su poder, desencadena serpientes de relámpago en la cueva. Ada y Tobías, conscientes de su amor y de su próximo fin, se besan sin cesar. Boris, consciente de que el Retoño es en parte suyo, logra llegar hasta Papa y lo abate de un puñetazo. Las luces se apagan y las nubes se disipan, pero el Retoño ha desaparecido. Los milicianos rebuscan cada rincón de la cueva, hasta topar con un macabro espectáculo: el recién nacido sirve de festín carnívoro a una asilvestrada prole de gatos, cuyos progenitores son Fritz y Foxy y que han llegado a la isla preternatural e inverosímilmente como polizones en diversos barcos y aviones. Geller Bach, desilusionado y deprimido ante su fracaso, hace liberar a Ada y Tobías, dispersa a la milicia y abandona la cueva en dirección incierta, quizá buscando un Niño con Peluca que reverdezca sus laureles como compositor. Orlando contempla desolado a Irina, muerta en el parto, y llora añorando su vida común de delincuencia y sexo salvaje. Boris, cuyo último recuerdo es besar los pechos de una embarazada, no tiene otra idea que intentar consolarlo. Ambos salen fuera, entre los festejos, sin reparar en Takeshi, que abandona la isla en una barca sin otro fin que perder de vista a Pamela, pues sabe que ella nunca deja de pensar en él.
Los novios han aparecido por fin; el agua de la laguna hierve; de ella, y de entre los muertos, surge Jason Michael, para oficiar la ceremonia.
(Concluirá)
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sábado, 19 de diciembre de 2009
Flashback: Loco por tus huesos (Capítulo L)
Vera y Bungle llevan unos días viviendo en una casa ocupada por jóvenes rebeldes de vida alternativa que no se escandalizan ante la evidente relación amorosa de ambos, o al menos fingen no escandalizarse en presencia de ellos. Una noche, un visitante rompe su idílica rutina. Vera contempla sin miedo el rostro negro de su ex amante y fascinador, Papa Vendredi. Este le pregunta por qué no cumplió su venganza, más por el efecto melodramático que por no conocer la razón de esta desobediencia. Analizándose a sí mismo, Papa Vendredi se da cuenta de que toda su magia, todo su jazz y todo su existencialismo nunca le han proporcionado lo que comparten esta chica y su chimpancé. Incluso hace varios días una tierna adolescente declinó sus favores, primera vez en treinta años que algo parecido sucedía. Las Potencias Superiores deben de estar riéndose de él más que nunca. Tras despedirse de la feliz pareja, Papa decide continuar con su proyecto de venganza, localizando al hombre a quien debe interrogar a bordo de un avión donde a veces puede escucharse un misterioso maullar de gatos...
Nada más penetrar en su sancta sanctorum, Monseñor de Soto siente un cañón en su nuca. Franz no quiere vacilar. No quiere perder tiempo con discursitos, con la historia de su vida, con cómo la adhesión a la causa de Bertrand, quien le salvó la vida, le orientó hacia modalidades más constructivas del mal pero le robó la simple alegría vital de ser un psicópata. No quiere admitir en voz alta que no soporta ver a mujeres embarazadas siendo objeto de humillaciones sexuales. A medio conjuro de de Soto, Franz aprieta el gatillo. Atraído por la detonación, un contingente de la Milicia Arácnida irrumpe en la cámara. Puede que Franz sobreviva, puede que no. Qué le importa, mientras corra la sangre de alguien.
A la par que Monseñor pierde la vida, el falso Tanner, que copula felizmente con Berta, se disuelve lentamente en un fluido verdoso que se evapora a continuación. Berta llora desconsolada. Siente que ha perdido algo irrecuperable. Ya se dará cuenta de que algo, una porción, de su amante permanecerá siempre en su interior, incluso después de su muerte.
En Raratonga, Dios viste de smoking blanco y pajarita, y se representa por primera vez “El rey Lear” con un reparto compuesto íntegramente de orangutanes. Hay ambiente de fiesta por las calles. Dios y Gretchen se casan, y el hijo de Irina está a punto de nacer.
(Continuará)
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sábado, 12 de diciembre de 2009
Flashback: Loco por tus huesos (Capítulo XLIX)
Bufalino de Mantua, alias Bertrand Valli, mira tristemente a los ojos de Pedro Arteaga. “Me robaron la obra de mi vida”, dice, “ahora mi auténtico heredero nacerá y nadie sabrá qué hacer con él. Menos mal que no lo veré”. Pedro Arteaga no puede hablar; la mueca maligna del Niño con Peluca, de pie detrás de Bufalino, se lo impide. Este último se da la vuelta y los dos desaparecen. A principios de 1976, en el aeropuerto de El Cairo, un puñado de testigos incrédulos observan a un hombre blanco, guiado por un niño disfrazado de principito del siglo XVIII, acercarse peligrosamente a un helicóptero preparado para el despegue.
En Villa Arcadia, Tobías, incapaz aún de penetrar con éxito a Ada, ejerce sus poderes psicokinéticos sobre las zonas críticas del cuerpo desnudo de ella, recién salida de la ducha. Ada grita como si la asesinaran: es el mayor clímax erótico de toda su vida. Haciendo caso omiso de los centinelas alarmados, Ada corre hacia Tobías, cuyo lugar de espionaje conoce, y, en un espíritu loco de apasionamiento y gratitud, consigue por medios violentos consumar la unión física con el chico. Tobías, que, con todas las emociones de los últimos tiempos ha adelgazado y está, si no guapo, sí resultón, se siente más enamorado que nunca tras esta salvaje experiencia y piensa que nada los separará ya a él y a Ada. Tiene razón, pues los milicianos, enterados de la consumación, escoltarán a ambos hacia Raratonga.
(Continuará)
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domingo, 6 de diciembre de 2009
Jacinto Molina (1934-2009)
No sé si alguien se ha dado cuenta alguna vez de que Waldemar Daninsky, el hombre lobo interpretado por Paul Naschy, muere al final de todas sus aventuras, salvo en una, no recuerdo si era “La maldición de la bestia”. Y sin embargo, en la película siguiente ya teníamos a Waldemar campando por sus respetos, sin inventar resurrecciones enrevesadas al estilo del Drácula de la Hammer, como si cada historia fuera una nueva resurrección del personaje, una manera de mejorar el karma enmendando errores pasados.
Yo pasé horas muy felices en mis años más mozos con el cine de Jacinto Molina. Quizá no fuese el mejor cine del mundo, quizá sus limitaciones fueran demasiado evidentes, pero aquella manera de luchar con impulso y valor contra unas circunstancias poco propicias a aquel tipo de películas, aquel delirio que se apoderaba de la pantalla en momentos señalados, aquella falta de pudor para enseñar, quizá involuntariamente, la trastienda sórdida y violenta de una España franquista cuya censura siempre obligaba a situar la acción en otros países, aunque fuera evidente que veíamos Talamanca del Jarama o San Martín de Valdeiglesias, valen a veces mucho más que los criterios de los exquisitos.
Paul se propuso algo imposible: crear una mitología del terror en un país tan terrorífico que parecía no necesitarla. Uno podrá señalar hasta hartarse los defectos técnicos, los efectos de noche americana jamás conseguidos del todo, los diálogos escritos deprisa y corriendo, pero basta ver aparecer al caballero descabezado Alaric de Marnac en “El espanto surge de la tumba” para darse cuenta de que a veces la magia surge cuando no parecía tener derecho a surgir, y que el empuje, la pasión y la locura pueden bastar para hacerte amar unas imágenes.
Son películas insensatas, divertidas, atroces, patéticas, exhibicionistas, demenciales, gamberras, confesionales. Paul Naschy fue su propio género, y no le quedaba otro remedio: un ego tan grande como el suyo necesitaba multiplicarse en infinidad de facetas, algunas de ellas particularmente extrañas. Hay quienes ven en la filmografía de Naschy una sucesión de lamentables ejemplos de caspa setentera, pero a un servidor, que apenas era un bebé en aquellos años, le cuesta imaginar como algo distinto a un choque de irrealidad toparse con extravagancias como “La rebelión de las muertas” en medio de una cartelera de barrio copada por Paco Martínez Soria o el binomio Landa-Sacristán. ¿Vudú, zombies y el mismísimo diablo en colorines psicodélicos, al trepidante ritmo en 7/8 del jazz fusión de Juan Carlos Calderón? Qué lástima que no se soslayaran los defectos de aquellas películas, como hicieron los franceses con los de la nouvelle vague, que no se construyese a partir de aquello, que no se tuviese que empezar el cine fantástico español otra vez de cero, como se hizo en los años 90.
Ahora parece que se está redescubriendo la pólvora del cine de género para aumentar la taquilla del cine español, pero a Paul Naschy se le borró del mapa en los 80 precisamente por haber apostado por ese cine, al que dotó de un sabor gótico y malsano, de una crudeza y un salvajismo muy hispánicos, que brillaron en más ocasiones de las que la gente cree, con más presupuesto o menos presupuesto. Es una filmografía muy larga, muy irregular, realizada casi siempre en guerra contra una carencia endémica de medios, con un entusiasmo casi suicida que no se dejaba vencer por la realidad. Una persona razonable no se habría atrevido a sacar adelante “El gran amor del conde Drácula”, “El jorobado de la morgue” o “El caminante”, pero yo le agradezco a Paul esas desvergüenzas y muchas otras.
Da pena decir adiós a quien fue un icono tan grande de mi juventud friki, pero uno se consuela pensando de nuevo en las muertes y resurrecciones de Waldemar, en que quizá esta vez lo que hemos visto haya sido la redención definitiva del licántropo y no le haga falta vivir un nuevo calvario de dolor y metamorfosis. En todo caso, quien ha muerto es Jacinto Molina. Paul Naschy, en cambio, como el mito que, le pese a quien le pese, es, sigue y seguirá viviendo.
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sábado, 5 de diciembre de 2009
Flashback: Loco por tus huesos (Capítulo XLVIII)
En la escalera de la Central de Placer de Flowers tiene lugar un sangriento tiroteo. Malou y sus hombres, llegados para apresar al jefe de todo aquello, han de vérselas con las Protectoras, devotas de Flowers demasiado masculinas y desprovistas de pecho para adaptarse a los gustos convencionales de la clientela, pero habilísimas con pistola y arma blanca. A punto de emprender la huida por una salida trasera, Flowers se lleva el manuscrito de Carla, sin reparar en una sombra furtiva deslizándose tras sus pasos.
Presas de un extraño presentimiento, o de una excitación sexual apocalíptica, qué más da, Carla y Buster hacen el amor por última vez, vertiginosamente. Ramón fuerza la puerta de una patada, pero no se anima a disparar sobre los amantes, antes bien, cruza su mirada con la de Carla, de frente a él, y asiente despacio. Esperará. Llegado Buster al orgasmo, y no Carla, pues tal es el triste sino de la mujer, el antiguo suicida se dispone, aún desnudo, a defender su vida con ayuda de un ridículo taburete; no obstante, una bala de Ramón lo abate, sus ojos aún fijos en los de Carla, que llora como haría cualquier prostituta decente al perder un cliente como él. Sus lágrimas resbalan sobre sus pechos.
A punto de abordar el avión hacia Marruecos, Monseñor de Soto reconoce en el logotipo de una multinacional, omnipresente en el aeropuerto, un inmemorial grafismo mágico que lo saca de su trance y lo devuelve a la plena consciencia de sus deberes y obligaciones. Mientras emprende su regreso hacia el Santuario, donde siente que un peligro lo aguarda, de Soto se cruza con alguien que no conoce, Flowers, quien, deseoso de poner tierra de por medio, ha comprado un pasaje para el lugar más lejano y exótico que se le ocurre, esa isla de Raratonga de la que tanto hablaban sus pupilas.
(Continuará)
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