Lo malo de ver mucho cine de estreno seguido es las veces
que le toca a uno soportar los mismos tráilers y anuncios. En esta ocasión, uno
de los más repetidos es una campaña de Mercedes que, en una amable sátira del “product
placement” en las películas, pone a Álex de la Iglesia, en el transcurso de una
reunión de preproducción, proponiendo que un gladiador se aleje hacia el ocaso
al volante de un coche de la marca, o afirmando que, según “el maestro”, para
hacer una obra fílmica basta con tener “una chica y un Mercedes”, punto en el que le corrige uno de los asistentes, sabedor de que los requisitos verdaderos eran "una chica y una pistola".
Salvo que ¿quién es “el maestro”? Se quiere dar a entender
que se trata de Hitchcock o algo así, pero cualquier cinéfilo que se tome medio
en serio sus gafas de pasta sabe que a quien se atribuye esa frase es a Jean-Luc
Godard. Uno se imagina a Álex, con su pose de friki guay, negándose en redondo
a pronunciar la palabra “Godard” por miedo a que se lo asocie con el mundillo “cultureta”,
y prefiriendo un más genérico “el maestro” para preservar su credibilidad
friki. Algo parecido pasó cuando afirmaba que en un principio quiso titular su
homenaje a los westerns almerienses “400 balas”, pero que al final dobló el
número a 800 porque 400 “sonaba a peli de arte y ensayo”, en clara referencia
al debut de Truffaut con “Los 400 golpes”, película que sin embargo no me parece
especialmente de arte y ensayo, pero claro, cuando habla el prejuicio, habla el
prejuicio.
Y sin embargo uno no puede evitar pensar que, para un
espectador medio y no convertido a la causa, tan rechazable debe de ser un
ensayo fílmico de Godard, repleto de alusiones culturales, experimentos
narrativos, sobradas autorreferenciales y ataques deliberados a la paciencia
del público, como una de las gamberradas de Álex, con su humor con pretensiones
cafres, sus referencias a cultura popular para cincuentones y su tendencia a
tirar por la calle del medio del exceso cada vez que parece que va a decir algo
en serio.
Quizá el problema resida en que la cultura friki no se puede
reciclar eternamente, y que, si no se negara uno a ver pelis de la nouvelle vague
por miedo a que lo tildaran de intelectualoide, su imaginación se beneficiaría
del mestizaje y no necesitaría vestir una y otra vez de desmadre los mismos
tópicos. Cuando se tiene miedo a comunicar un mensaje, termina por no decirse
casi nada, y ahí tenéis “Las brujas de Zugarramurdi”, que empieza con el
sugerente concepto de examinar la naturaleza del “poder femenino” en el mundo
de hoy, pero renuncia pronto a ello en favor de desgranar una serie de ideas
delirantes con bastante poco control de calidad. Si al menos uno se planteara,
al concebir un guión así, lo que habrían hecho Truffaut o Godard, aunque solo
fuera para rechazarlo, del choque podrían surgir conceptos curiosos.
Pero es mejor no mencionar ni el nombre de alguien como
Godard, por aquello de que no te llamen “gafapasta”, aunque luego tus gafas sean
de pasta negra y con montura bien gorda.