La ficción imita la realidad, pero al mismo tiempo termina
influyéndola. Pongamos por caso “Crónica de una mentira”, película francesa del
año 2009 inspirada en el caso de Philippe Berre, quien, haciéndose pasar por ingeniero, llegó a contratar personal para retomar las obras de la autopista
A-28, interrumpidas para evitar la extinción de un escarabajo conocido
popularmente como el “pica-ciruelas”.
La película, como suele ser el caso, “redondea” el suceso,
trata de “arreglarlo”, desarrollar un potencial de cuento moral ausente del
prosaico timo original. La interpretación de François Cluzet no da lugar a
sorpresas: desde el principio es un personaje sombrío y triste, con una nube
depresiva sobrevolándolo en todo momento, que, si bien es adecuada para la idea
de los cineastas de un ex presidiario arrepentido que busca su redención, le
hace a uno preguntarse cómo le es posible engatusar a todo el mundo en una
sociedad que valora la extroversión como una prueba de competencia.
Hay una curiosa e improbable intersección entre el subgénero
de timadores y la fábula social: el estafador se ve envuelto por pura
casualidad en el posible asunto lucrativo, y, tal como nos lo presentan el
guión y la dirección, se deja llevar por sus tendencias naturales de pícaro,
construyendo con habilidad una empresa ficticia a la que dota de verosimilitud
mediante detalles fascinantes (por ejemplo, a la hora de crear el membrete
recortando anuncios de prensa, el resultado es tan obviamente falso que finge
el deterioro por lluvia de todo su material impreso para delegar su fabricación
en una imprenta profesional).
El cambio de mentalidad se justifica sentimentalmente: el
chaval que sobrevive robando en coches y vendiendo droga le recuerda su propia
juventud, la alcaldesa del pueblo inmerso en el paro y la postración (una
cesarizada Emmanuelle Devos que, a juzgar por sus artísticas poses de desnudo,
ha envejecido mejor que muchas actrices de su quinta) le inspira un amor
problemático (él entiende en un principio que ella se le ofrece para sellar la
alianza económica que salvará la situación), su antiguo colega de fechorías (un
Depardieu orondo y desprejuiciado que ya encarnaba a la perfección el arquetipo
de mafioso y corrupto de poca monta incluso antes de mudarse a Rusia) querrá
intervenir en el asunto y le decidirá aún más a comprometerse para salvar
distancias.
El idealismo del personaje de Cluzet parece haber dejado
mella en el propio Philippe Berre, quien, celoso de la fibra moral de su
contrapartida ficticia, dio un giro solidario a sus actividades de usurpación
de personal consiguiendo combustible para el socorro a los afectados por el
temporal Xynthia. Cluzet, en la pantalla, es el vaquero solitario cabalgando
hacia el crepúsculo al estilo Lucky Luke, y los rótulos pre créditos nos hacen
creer que la policía nunca lo volvió a atrapar después de su última detención,
mientras que Berre, por lo visto, prosigue impenitente su carrera de
impostor. La A-28 fue finalmente llevada
a término pese al escarabajo, pero toda relación causa-efecto con los manejos
del timador pertenece al reino de la imaginación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario