sábado, 10 de enero de 2015

El fiel fracasado


Pocos cineastas, junto con José Luis Garci y ahora Isabel Coixet, han sido un blanco tan fácil para el tipo de público ahora denominado “hipster” como James Ivory. Considerado un especialista en exquisitos y aburridos dramas de época cuyas representaciones del deseo frustrado parecen imbuidas de una paradójica falta de pasión, ha sido sin embargo una figura, si no genial, desde luego muy curiosa, desde sus inicios indies en la India (valga la redundancia), pasando por una etapa casi flirteante con el underground que era capaz de narrar el descenso a los infiernos de la civilización de una tribu indígena que cae en los dominios de una mansión abandonada (“Salvajes”) o las orgías hollywoodenses de tiempos del cine mudo (“Fiesta salvaje”).

Es posible ver “Lo que queda del día” como una ficción consoladora para quienes han descuidado su propia vida en aras de una misión o un deber personal, o incluso como una pequeña requisitoria contra una clase trabajadora que traicionó sus deberes políticos (simbolizados de una manera hoy en día desprovista de claroscuros a través de la negativa a delatar al señor de la mansión, colaboracionista nazi) a la par que su verdadera esencia como persona (el amor nunca declarado ni asumido por Emma Thompson, mujer que a un servidor hubo una vez que le gustó bastante, y hoy se pregunta por qué), sin conseguir nunca nada por ello.
Ivory, pese a querer articular una crítica de las lacras del autocontrol, parece creer bastante en sus virtudes, quizá porque, como americano anglófilo, parece haber asumido demasiado bien unas reglas del juego que los británicos nativos preferirían dinamitar desde dentro. La condición homosexual del cineasta parece arrojar también cierta luz sobre la temática de la conservación de las apariencias y el mantenimiento de pasiones inconfesadas, pero guardando cierto pesimismo sobre las posibilidades de un “outing” y cuidando bien de que el cuento de trasfondo progresista no chirríe a los ojos del público no contemporáneo de los eventos, pero casi, a quien el producto parece dirigido. De ahí que Ivory caiga mal a los hedonistas: le interesan demasiado los engranajes de la represión como para soñar con romperlos.

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