Seríamos un poco malos si dijéramos que la famosa “película
de vampiros iraní” no es ni “de vampiros” ni “iraní”. Evidentemente, vampiros
tiene al menos uno, la francamente guapa Sheila Vand, aunque, si entendemos
“película de vampiros” como aquella en la que se utilizan concienzudamente los
tropos anejos a la mitología del chupasangres, me da que las analogías con lo
que ha rodado Ana Lily Amirpour serían pocas. De la misma manera, por más que,
en palabras de Dolera, “el ritmo sea iraní”, poco tiene que ver esto con
Kiarostami (como mucho, con Kaurismäki), y además la película está rodada en su
mayoría en Bakersfield, California.
Por supuesto, el concepto es tan bueno que sorprende que a
nadie se le haya ocurrido antes, y todo parte de una rima visual, la del
vestido femenino islámico tal como se lleva en países como Irán con la capa
tradicional del conde Drácula. Bueno, uno imagina que, si una niña inmigrante
fuese vestida así en mitad de niños de otras nacionalidades, la broma surgiría
tarde o temprano. Lo brillante es que, en efecto, en una sociedad integrista
las chicas tienen prohibido salir a determinadas horas, y más aún sin
compañía. Convertir a una proscrita vulnerable en un ser poderoso y peligroso
es un “empowerment” de manual que habrá hecho aplaudir con las orejas a las
feministas, e incluso podría acabar trayendo una película tan especial como
esta a nuestras pantallas de arte y ensayo, que acogen lo políticamente
correcto con brazos abiertos.
Supongo que la película puede resultar entrañable si se
aborda sabiendo lo que es. Más cercana al cine de autor lacónico del primer
Jarmusch o de los hermanos finlandeses ya mencionados (o incluso de ciertos
rasgos de Wenders) que a la locuacidad ultrarreferencial que puso de moda
Tarantino, “A girl walks home alone at night” posee un empaque visual en blanco
y negro que se las arregla para trascender un presupuesto muy pequeño,
aprovechando sus localizaciones norteamericanas para convertir su Irán
imaginario en un territorio de western donde la justicia contra el macho
opresor la hace una muchacha sobre monopatín armada de colmillos que aconseja a
los niños, por su bien, que se porten bien de mayores.
Hay quien dice que aquí se pulsan todos los botones de lo
guay, llegándose incluso a reivindicar el vinilo como solo se puede hacer en
2014 (también Jarmusch inició su “Only lovers left alive” con la imagen de un
giradiscos) y a conjugarse de manera un poco artificial el ochenterismo de
Michael Jackson o Lionel Richie con clásicos ocultos de la musica disco farsi.
Lo que un servidor echa un poco en falta, siendo fan de Marjane Satrapi, es un
poco más de salero. El laconismo se puede confundir muy fácilmente con la
solemnidad, a la par que resulta una opción sencilla cuando el guión es varias
veces más corto que la película. Una mayor concentración de metáforas poderosas
como la de la cuneta llena de muertos que no llaman la atención de nadie podría
haber ayudado a levantar la película muy por encima de la categoría de
curiosidad festivalera y tarjeta de presentación que ya ha ayudado a lanzar una
carrera. Veremos con el tiempo si Amirpour tiene dentro algo más que una
ocurrencia ingeniosa.
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