sábado, 22 de marzo de 2008

"Shriek: An afterword" de Jeff VanderMeer


Cuando se ha aguardado un libro con impaciencia, casi da miedo emprender su lectura, como si el hambre atrasada fuese a impedirnos saborear, a fuerza de voracidad, el plato que se nos ha preparado largamente, con mimo. Es lo que ha estado a punto de sucedernos con “Shriek: An Afterword”, novela con la que Jeff VanderMeer continúa elaborando su universo de Ambargrís tras fascinar con “City of saints and madmen”, la colección de relatos que nos introdujo en la misteriosa ciudad colonizada por los hongos y presa de amenazadores secretos desde su fundación bañada en sangre.

Todo comenzó con el segundo de los relatos de aquel libro, “The Hoegbotton Guide to the Early History of Ambergris”, donde el historiador Duncan Shriek narraba, con profusión de notas al pie y no poca retranca, el origen de la ciudad, desde el exterminio de los “gorras grises”, los habitantes originales de la ciudad original, cuya presencia constante en la época actual será siempre motivo de inquietud, hasta el Silencio, la desaparición inexplicada de 25.000 habitantes de la villa, asunto del que, como si del genocidio armenio en Turquía se tratara, prácticamente no se puede hablar. El hecho de que, al estilo de “Pálido fuego” de Nabokov, Duncan dejase traslucir en su tratado varios de sus sentimientos y vivencias, motivó que Thomas Ligotti sugiriera a VanderMeer relatar su historia.

De ahí “Shriek”, novela de larga elaboración y amplias ambiciones, alejada de los tópicos que quieren hacer del fantástico un subgénero de la novela de aventuras, preocupada ante todo por sus personajes y sus interacciones, pero sin perder nunca de vista la manera en que un escenario surreal y mítico puede realzar los conflictos humanos. La relación entre Duncan, su hermana Janice, y Mary, la alumna, después amante y por último enemiga del primero, se expone con melancolía y brillantez verbal de clara estirpe europea, pero la complejidad de la estructura hace difícil disociarla del misterio ambargrisiano, de las excursiones al subsuelo para dilucidar la verdad, de la infección fungosa que propicia en Duncan una metamorfosis progresiva, un acercamiento a ese corazón de las tinieblas que flota sobre la ciudad cual espada de Damocles y que Mary preferirá negar para tranquilizar la conciencia de su público.

VanderMeer escribe para durar, se toma su tiempo, es amigo de la sutileza y de lo oblicuo, quizá no se recrea tanto como antaño en la belleza de sus pasajes, pero pocos escritores de fantasía merecen ser saboreados con tanta lentitud y delectación, pocos piden la relectura antes incluso de finalizar su novela, tantos son los matices que se escaparán si a uno sólo le preocupa avanzar, llegar al desenlace. Lo cual no quiere decir que en esta novela no existan pasajes memorables al instante. Pienso en los brillantísimos e imaginativos capítulos dedicados a la guerra civil dentro de la ciudad, a la ópera que se quiso representar durante una tregua, a la noche del Festival del Calamar de Agua Dulce, que, como bien saben los lectores de “City of saints...”, no es de las más apacibles y tranquilizadoras del año.

Pero por lo general “Shriek” es una novela lenta y seductora, una elaboración y maduración de los atractivos del primer libro, donde primaban más el esteticismo, el decadentismo, el ingenio y la sorpresa, la experimentación y el espíritu lúdico, el placer caleidoscópico de una obra multidimensional y total. “Shriek” busca centrarse en el estudio de personajes, en la anatomía de sus sentimientos, sus vivencias e impresiones contradictorias, su búsqueda de una felicidad y una verdad que se les escapan constantemente.

Aún más, esta verdad fugitiva, el enigma de los gorras grises y su verdaderas intenciones, permea todas las esferas de la vida ciudadana, se identifica progresivamente con todo intento por sacar un significado de la política, del amor contrariado, de injusticias inapelables de la vida como perder un progenitor a corta edad, resulta más siniestro e inexplicable a medida que conocemos más detalles, aunque Duncan, que a buen seguro conoce la verdad, se guarda mucho de divulgarla en sus anotaciones a la narración en primera persona de su hermana. Quedan tantas preguntas sin contestar al final que se hace inevitable volver atrás, comenzar de nuevo, recorrer al azar pasajes memorables en busca de pistas, de perlas escondidas, de ironías semiocultas, de bellezas deslumbrantes.

Ambargrís, como la Brujas de Georges Rodenbach, es una atmósfera, es un estado mental, pero a estas alturas conocemos muy bien sus calles, sus lugares de reunión, su historia, sus excéntricas religiones, la anarquía funcional que la gobierna, su clima denso, decadente, enigmático, su cotidianeidad surrealista, empapada de miedos sin articular. Que VanderMeer haya sabido reconvertir este escenario ideal para una “weird tale” en el telón de fondo para un drama intimista, tierno y emocionante, y aun así dar una nueva vuelta de tuerca a su extrañeza y su potencial amenazador, es sólo una de las virtudes de un libro que dan ganas de reseñar una y mil veces para destacar aspectos nuevos, una de esas obras que redefinen lo que la fantasía es capaz de hacer, pero que nuestros editores, sabedores que que el lector medio del género no desea calentarse mucho la cabeza, mantienen en el limbo. Y es una pena, pues son precisamente novelas como “Shriek” las que podrían ir abriendo la brecha...

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