jueves, 29 de julio de 2010

Lost highway 1996


Si en cierta manera “Blue velvet” inauguraba en la carrera de Lynch la tendencia “este es el lado oscuro de la apacible normalidad”, “Carretera perdida” abre una nueva fase en la que, directamente, normalidad y anormalidad son la misma cosa, y las reglas hay que descubrirlas sobre la marcha. El esquema de casi todo el último Lynch ya está aquí: una estructura más o menos de thriller, un argumento oculto que no es el que parece a simple vista, personajes que se desdoblan y la revelación final de que nos hallamos dentro de un bucle circular que replantea los hechos en cada revolución. Y, por supuesto, cabreo del público que espera que “jueguen limpio” con él. Yo confieso que, en un primer visionado junto a la reposición de “Eraserhead”, no me hizo mucha gracia esta “Carretera”: me parecía un producto de comercialidad calculada si lo comparábamos con el grito espontáneo contra la existencia de la peli del 77. Pero con el tiempo le he encontrado sus virtudes, más allá del marco “americano” de la autopista, los grandes descapotables y los jóvenes amantes dale que te pego que parece ser la aportación fundamental de Barry Gifford a la obra de Lynch. Por ejemplo, ese inicio (luego plagiado por Haneke para dar sermones progres) en el que un matrimonio es amenazado mediante cintas de vídeo donde se muestra su casa por fuera y por dentro; la casa simple pero laberíntica, con paredes color carne y llena de zonas de sombra, corrigiendo y ampliando el apartamento de Dorothy en “Blue velvet”; esa atmósfera irrespirable del matrimonio, marcado por el fantasma de la infidelidad, por la rabia contenida de él que explota en sus solos de saxo en plan free jazz; la aparición del Hombre Misterioso, un escalofriante Robert Blake lejano de sus tiempos de la serie “Baretta”, a quien Lynch seguramente escogió, como a Dennis Hopper, en función de la sombra del mal que parecía planear sobre él: no olvidemos que, pocos años después, se acusaría y juzgaría al actor por el presunto asesinato de su esposa, sin que su absolución final quitase misterio al asunto. Considerando además que el argumento oculto de la película tiene que ver con el asesinato de la mujer por el hombre después de su infidelidad en el motel “Lost highway”, y de cómo una especie de pacto fáustico le libra de la pena de muerte, la coincidencia inquieta más todavía. La pena es que la segunda mitad decaiga: con lo buen narrador que es Lynch, digan lo que digan, aun así no queda claro hasta el final que Fred y Pete son la misma persona, pese a indicios como no querer escuchar su música enloquecida de saxo en la radio del garaje. Mr. Eddy es una nueva versión de Frank, y el propio Pete es una reedición del rebelde y romántico motorista de “Twin Peaks”. Apenas la sombra de “Vértigo” dota de aureola al romance tórrido entre Pete y la novia del gángster, otro ejemplo de un tópico de Hollywood al que se quiere dar una dimensión nueva, quizá por constituir una fantasía de evasión del marido condenado que se revela vana: su castigo será repetir una y otra vez su calvario, en un círculo eterno, comenzar una y otra vez su aventura fumando su cigarrillo bajo el leve resplandor rojo de los fuegos del infierno, huir eternamente de la policía por la misma carretera perdida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario