jueves, 6 de enero de 2011

Colegialas perversas


Con todo lo que uno aprecia libros como la “Horror Film Encyclopedia”, editada por Phil Hardy, no puede, sin embargo, evitar sacudir un poco la cabeza ante su insistencia en elogiar, o denostar, películas según o no hagan gala de una política sexual “correcta”, acercamiento este a todas luces equivocado cuando el objeto de estudio es el cine de los años 70, época turbulenta en la que se ponían a prueba límites y tabúes tres o cuatro veces cada día antes de desayunar.


Si a Hardy y su equipo de escritores les proyectaran “¿Qué habéis hecho con Solange?” seguramente la catalogarían como una película misógina y conservadora, que pretende asustar a las niñas que quieren relaciones precoces avisándolas de sus terribles consecuencias, que castiga con la muerte la independencia sexual de una mujer, y que para colmo hace gala de hipocresía al recrearse en la carne tierna y desnuda de varias actrices obviamente menores de edad.



Lo cual es sólo una manera de abordar el asunto. Este cruce entre el giallo y los docudramas educativos-alarmistas como los que firmó Pierre Chevalier para Eurocine está concebido con bastante más retranca que todo eso. Experimentar la historia desde el punto de vista de un Fabio Testi como profe de un colegio católico de señoritas y seductor profesional de nínfulas que va aprendiendo de sus errores da idea de un enfoque moralista bastante sentimental; incluso esas imágenes de hermosas adolescentes desnudas en la ducha (que ya habría querido de Palma para su “Carrie”), van seguidas, en su última aparición, de la patética imagen del mirón cuarentón trastornado, casi incapaz de articular palabra después de lo que ha visto.






Hay algo enternecedor en la manera tan abierta de manifestar esta doblez, entre el relamido idilio entre Testi y Cristina Galbó a bordo de una barca, o la luz dorada que parece emanar de los confesionarios donde las pícaras chiquillas divulgan sus secretos (conviene recordar aquí que el director de fotografía es Aristide Massaccesi, luego conocido como Joe D’Amato) y la crudeza de los asesinatos, que hacen más literal que nunca la metáfora sexual básica del subgénero, o el patetismo en teoría trágico, pero en el fondo inquietante, con el que es contemplada la figura de Solange, cuya primera aparición ya es toda una declaración de intenciones. Solange, con su pelo lacio y descuidado que reemplaza a las trenzas de antaño, se nos muestra como la mayor víctima del libertinaje sexual de los 70 en adelante: la inocencia de una niña. Dirán que se trata del típico melodramatismo exagerado de un subgénero conservador, captando a la perfección que defender que la hija de uno viva un período infantil normal, sin abalanzarse enseguida a los placeres y los horrores de la edad adulta, no es sino una pretensión de fachas.


Solange, la clave del misterio, hasta el punto de que incluso sale en el título, ni siquiera es mencionada hasta casi la última cuarta parte de la película, y nos enteramos en la misma escena en que una nínfula pelirroja expone para un fotógrafo su pálida desnudez, como parte del suministro carnal para el Londres swinging que proveían, y supongo que seguirán proveyendo, los colegios católicos. Curiosamente, la película de Dallamano parece jugar con la que a esas alturas ya era una convención del giallo, después de “Angustia de silencio” de Fulci o “¿Quién la ha visto morir?” de Lado: el papel inquietante de la iglesia católica. Resulta difícil no considerar como principales sospechosos a los dos párrocos del colegio, sobre todo desde que el principal sospechoso de los crímenes parece ser un enigmático sacerdote, y, junto con la subtrama del mirón, estamos ante los dos arenques rojos fundamentales del relato hasta que llega al final Solange, en plan deus ex machina, para aclararlo todo. Robert McKee no habría dado su bendición, y uno añadiría que afortunadamente.



Es curioso también ver ejemplificada en esta película la transición entre dos subgéneros similares: el “Krimi” alemán de los 60 y el giallo italiano de los 70. Supongo que incluso se logró la participación alemana al venderse el proyecto como la adaptación teórica de una novela de Edgar Wallace (aunque ignoro si Wallace aportó algo más que los alfileres de cabeza verde, indicio detectivesco del que el espectador se olvida bien pronto), lo cual llevó aparejado ver al mítico Joachim Fuchsberger, ya peinando muchas canitas, como sagaz investigador de un caso cuya sordidez apenas llega a tocarlo. Los “Krimis” de Vohrer eran un expresionismo de baratillo, una puesta al día pop de los seriales de la UFA, un mundo virtual de adorable cartón piedra; el giallo, con toda su estética chillona setentera y su ingenuidad sensacionalista que son parte del encanto, no tuvo miedo de abordar los aspectos más controvertidos de la sociedad de entonces, atrevimiento que hoy, unos 40 años después, podría haber pagado bastante caro.

3 comentarios:

  1. No recuerdo dónde leí que si hoy en día se presentara un guión de alguna película ya dirigida en los setenta, el productor respondería un tajante NO, en caso de que no avisara a la policía. ¡Cuánta razón!
    Una película muy interesante, como casi todas las dirigidas por Dallamano, realizador más que menospreciado, olvidado.

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  2. Viene bastante a propósito del tema el hecho de que decidí no comprar la edición británica de "Venus in furs" de Dallamano, porque el BBFC consiguió que se eliminara una secuencia en la que, aparentemente, una mujer disfruta mientras la violan. Y el cine italiano sigue dando problemas en este sentido: sin ir más lejos, creo que la versión que nos llegó de "Malena" de Giuseppe Tornatore había sufrido, por parte de los hermanos Weinstein, una considerable aligeración de momentos "escabrosos" protagonizados por Bellucci.

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  3. Cierto. Esa "Malena" nos vino tristemente, muy aligerada.

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