Aunque parezca mentira, el corazón de la nación más poderosa
del mundo está lleno de niños que temen en serio por la salvación de su alma. De
ahí que subgéneros tan rancios como el horror religioso sigan viento en popa. Pero
mientras “El último exorcismo” satirizaba el negocio divino, su continuación,
tan poco comercial que casi cae bien, se apunta a la estilística de las vidas
de santos, con una sucesión de tentaciones para el alma narradas con parsimonia
indie, cuyo mayor valor fue impacientar a los energúmenos que querían más
cockneys y más zombies. Alberto de Martino lo hizo mejor en “El Anticristo”,
con gemidos en off y orgías satánicas con una cabra de por medio, pero, en
muestras como esta, una tercera entrega, con una Nell poseída sembrando el
Apocalipsis por doquier, también destacaría entre tanto guiñol.
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