Después de dos entradas necrológicas seguidas, nada mejor
que festejar los cien años de una abuelita que no muestra aún la primera
arruga. Tal día como hoy, en el Théatre des Champs Élysées, se desencadenaba
por primera vez un tsunami sonoro que en español suena a triunfo, en francés a
coronación y en inglés a ceremonia pagana, y de todo eso tiene. Cuando leo aún
hoy a algunos románticos apolillados quejándose de que la pieza carece de
majestad, nobleza o refinamiento, sin pararse en las connotaciones de tales
atributos, pienso que Igor se adelantó al punk o el thrash, pero por otro lado
su aventura en el atavismo profundo de una tierra lejana es romanticismo
salvaje de pura cepa. Para Boulez y sus amigos es matemática pura, pero también
contiene los fragmentos musicales más misteriosos e insinuantes jamás compuestos.
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